La ficción como necesidad: Gonzalo Suárez y 'Aoom'
La cinta ha tardado cincuenta años en convertirse en un título de culto, no tardemos medio siglo más en reconocer su valía.
Abjuro de la realidad. La realidad no existe. Al menos no esa que es entendida como una categoría absoluta y unívoca y que algunos se empeñan en reivindicar como la verdad. La verdad tampoco existe. Lo que vemos es cierto, pero solo en la medida en que nuestros sentidos han mediado para darle significado. Luces, sombras, puntos y, a veces, comas nos engañan con un sentido ilusorio de lo que está presente o no. Y nosotros lo creemos.
Gonzalo Suárez (1934, Oviedo) es uno de esos autores lúcidos que, para poner en su lugar a la realidad, se toma muy en serio la ficción. Quizá porque sabe que solo desde la ficción se puede hacer un análisis certero y preciso de lo que es real.
Durante muchos años, uno de los cometidos de Gonzalo Suárez fue espiar a los equipos de fútbol que iban a enfrentarse al Inter de Milán de Helenio Herrera. Quién diría que uno de los grandes genios de las letras y del cine español era, en una de sus muchas vidas, también espía. Además de lo poético que esto resulta, y que entronca con esa tradición detectivesca tan noir de Dashiell Hammett y Raymond Chandler (y rastreable en su novela Doble dos y en su saga Ditirambo), no deja de ser significativo para definir una personalidad como la de Suárez, intuitiva y analítica al mismo tiempo.
Porque, precisamente, lo que Gonzalo Suárez realizaba era un seguimiento de aquello que no se observa a primera vista, lo que sucede más allá del movimiento de los jugadores o, en sus propias palabras: “aquello que sucedía donde no estaba el balón”. Resulta paradójico que se analice mejor la estrategia de un partido más allá de las lindes del juego, así como acercarse a la realidad a partir de la ficción. Acaso es por esta singularidad a priori contradictoria que Gonzalo Suárez es un genio sin igual.
Hace ahora cincuenta años, se presentó en sociedad una de sus películas más brillantes y, consecuentemente, más incomprendidas, Aoom. Sus 93 minutos de pleno deleite visual hacen de Aoom una de las cintas fetiche de mi colección particular de obras de arte desparejadas. Porque Gonzalo, como todas sus criaturas, no tiene parangón ni es reflejo de nada ni nadie, es pura singularidad.
Aoom da cuenta de ese “deseo irrreprimible” que tiene Gonzalo Suárez de proyectar sus fantasmagorías en una pantalla. Ese anhelo que trasciende la mera narración y que se adentra en el terreno intangible de “dotar al cine de la libertad con la que se maneja el pincel o se cuenta un cuento”. Pero lo hace sin recorrer el camino marcado, escabulléndose por los huecos de la realidad en los que él se siente tan cómodo.
Aoom, financiada con los beneficios que generó El extraño caso del doctor Fausto (1969), es un espléndido ejercicio de reflexión cinematográfica que habla de la identidad, de lo complejo de la condición humana y del diálogo interior que mantenemos en la intimidad. De hecho, si alguien ha podido alejarse de sí mismo y de encontrar nuevos meandros por los que discurrir es su protagonista, un actor llamado Ristol (Lex Barker). Incluso Sam Peckimpah, de quien recuerda Suárez que jamás se levantaba antes de la una de la tarde, acudió a su pase en el Festival de Cine en San Sebastián, quedando profundamente conmovido por su propuesta.
Mi fascinación por Aoom viene de largo. La primera vez que la vi, como todo aquello que Gonzalo Suárez firma, me sentí atrapada por su atmósfera hipnótica. Se rodó sin guion, aunque respetando algunos diálogos que vertebraban su idea nuclear y, pese a que fue concebida en Normandía, su rodaje transcurrió en Asturias.
Hay muchos motivos por los que Aoom es espléndida. Infinitud de ellos. La cinta rompe toda norma cinematográfica coetánea y, además, proviene de uno de los cineastas más heterodoxos de nuestro país. Asimismo, está ambientada en una tierra, salvaje y mítica, que también es la mía. No obstante, mi devoción proviene de su propio discurrir vital, porque me sorprende, cincuenta años después, que esta extraordinaria rara avis no haya obtenido el éxito que merecía. Para mí es un auténtico honor que algunos fragmentos de su metraje figuren en mi documental Endless Cinema, del que Gonzalo Suárez es uno de sus grandes protagonistas.
Que se desconozca Aoom, una pieza cinematográfica única y de un poder intelectual extraordinario, se me antoja irritante, una falta total de decoro hacia un autor que, sin temer ir a la vanguardia, ha ampliado las posibilidades plásticas y narrativas de nuestro cine.
Aoom ha tardado cincuenta años en convertirse en un título de culto, no tardemos medio siglo más en reconocer su valía. Véanla sin prejuicios y desprovistos de cualquier idea preconcebida, descubrirán en ella una auténtica obra maestra.