La esperanza en sus manos: niños refugiados comparten sus recuerdos
Una foto, un juguete, una manta. Todos tienen algo en común: son los objetos más preciados del mundo para un refugiado sirio.
Muchos de nosotros tenemos objetos de la infancia muy queridos. Recuerdos. Un recuerdo de algo o alguien a quien quisimos. Incluso aunque la violencia siguiera aumentando a su alrededor, los niños de Siria que huyeron en busca de seguridad encontraron un hueco para llevarse consigo algunos de esos recuerdos.
Para muchos de los cerca de 44.000 niños sirios menores de 5 años que hay en el campo de refugiados de Za’atari, en Jordania, estos objetos son una conexión con su pasado y les proporcionan consuelo en un mundo turbulento. Cada uno tiene su propia historia.
Nueve niños refugiados comparten estas historias sobre sus vidas desarraigadas, sus recuerdos y los poderosos momentos o personas que estos objetos representan.
Hala, de 11 años, tiene escondidas las fotos que se llevó de Siria para evitar que se estropeen. Pero a veces las saca para mirarlas y recordar su antigua vida. Su favorita es una en la que salen ella y su hermano. “Era viernes. Mi madre me había vestido guapa para la oración del viernes, y luego fuimos al mercado y a un restaurante”, rememora. “Después fuimos al estudio de fotografía en el que nos hicieron esa foto. Cuando la miro, vuelvo a recordar esos días”.
“Este llavero era de mi padre. Lo heredé hace mucho tiempo”, dice Ahmed, de 12 años, mientras sostiene el llavero, con el nombre de su padre grabado. Su padre murió de un infarto al comienzo de la guerra de Siria. Ahmed vive ahora con su abuela y su hermano en el campo de Za’atari. “Apenas tengo recuerdos de mi padre, pero mi favorito es el de aquella vez que nos llevó al río para hacer un picnic. Si quiero recordarle, cojo el llavero y lo miro”.
Yara, de 10 años, sujeta a su muñeca. Se la regaló su padre por su cumpleaños. Ella la llamó Farah. “Tenía miedo en Siria. Había tiroteos. Papá me dijo que cogiera mis cosas, que nos íbamos”, cuenta. “Quería llevar a mi osito, pero mis padres me dijeron que era demasiado grande, así que metí a Farah en mi bolsa”. Yara quiere volver algún día a Siria, y ha prometido a Farah que volverán juntas. “La vestiré y prepararé, y luego nos iremos. Pero esta vez me llevaré todos mis juguetes”.
“Mi Ben 10 se transforma en un alien del espacio y salva el mundo”, asegura Omar, de 11 años, refiriéndose a su oso. Omar perdió a sus dos hermanos en el conflicto sirio. Uno de ellos, Abdulrahman, “me compró el oso y me dijo que cuidara de él. Solíamos ver juntos los dibujos de Ben 10”. La familia de Omar tuvo que dejar la mayoría de sus cosas en Siria, “pero mi madre metió a Ben 10”.
Rudaina, de 11 años, sigue teniendo las llaves de su casa en Siria. “Las traje conmigo porque cuando volvamos a casa seré la que abra la puerta”, explica. Rudaina está en cuarto grado en una escuela del campo de Za’atari. No recuerda cómo es su país, pero dice que sus padres le han contado que era bonito. “Una vez tuvimos una casa, ahora vivimos en una caravana. Me siento muy triste cuando cojo las llaves porque estoy muy lejos de casa”.
“Esta es mi manta. Mi abuela me la compró”, cuenta Nour, de 12 años, mientras la sostiene. “Me acuerdo de que tuvimos que huir porque había bombas. Yo estaba envuelta en esta manta cuando llegamos aquí”. Nour explica que a veces se siente triste cuando se abriga con la manta, pero a la vez le hace sentir segura. “Voy a tenerla todo el tiempo que pueda”.
Cuando era pequeña, los padres de Iman le daban una muñeca cuando lloraba. Iman, de 13 años, cuenta que llamó a la muñeca Lulu. “Me siento segura mientras Lulu esté conmigo”, y explica que tener a su muñeca con ella le ayuda a sentir mejor cuando tiene miedo o está triste. Aunque ahora normalmente Lulu está guardada, Iman dice que deja a su hermana pequeña jugar con ella. “Guardaré a Lulu para siempre”.
Qusai, de 13 años, también tiene algo que se quedará para siempre: su mochila escolar. “Les diré a mis hijos que mi padre me la regaló”, dice. Ahora es demasiado pequeña para él, pero la ha guardado porque le recuerda a su padre. “Y, además, es de mi país”.
“Yo traje este perro”, cuenta Shatha, de 15 años, mientras sujeta el pequeño juguete en sus manos. Tenía 9 años cuando huyó de Siria. “Cuando tuvimos que irnos, tenía muchos juguetes para elegir, pero este era mi preferido”. Dice que lo llevó en la mano durante todo el camino al campo de Za’atari. “Nunca lo solté, para que pudiera protegerme”, asegura. “Mi perro de juguete siempre estará conmigo. Les contaré a mis hijos mi historia y la de él, porque es la misma”.
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