La era de las mujeres fuertes
Cyber Monday
Todas las ofertas en: Patrocinado por Amazon

Much as we're rooting for these two kids to make it work, it seems like a long shot that they'll both make it out of the imminent Battle of Winterfell alive. No main character on Game of Thrones has ...

HBO

Arya Stark creció ante la pantalla de la televisión y frente a ella, tomó la decisión de perder la virginidad: el despertar sexual de uno de los personajes más queridos de la llamada “Era Dorada de la Televisión” asombró a la mayoría de los televidentes y también, incómodo a otros tantos en el segundo capítulo de la temporada final de la serie insigne de HBO. Pero más allá de eso, se trata de una evolución poderosa del símbolo de cierto poder femenino asexuado y alejado de cualquier interpretación sobre la mujer tradicional. Arya mata pero para hacerlo, se esconde detrás del rostro de otros o incluso, se hace pasar por un niño. Pero en la ya icónica escena, Arya da el paso para encontrar el vínculo que la una a la mujer que es, bajo las capas de violencia y control que le permitieron sobrevivir en la cruel Westeros. Arya — el asesino letal, la discípula del Dios de Muchos Rostros — es sólo una adolescente, que acaba de vivir quizás la experiencia más humana y conmovedora de todas. Una mujer muy joven que asumió su humanidad y también, su vínculo con el tiempo y su historia de una manera saludable y natural. ¿Por qué desconcierta tanto el hecho que Arya haya perdido la virginidad? A la escena se le acusó de manipuladora, machista, violenta e incluso de perversa, pero al contraste, la Arya que perdió por un momento todos los atributos del asesino, del miedo — que puede provocar e infringir — y que fue vulnerable por una vez, demostró la multiplicidad de rostros de un personaje que ha batallado por recuperar su identidad en más ocasiones y por numerosas razones. Arya es Arya, la adolescente que creció en medio de la violencia, pero también, la mujer que en la búsqueda de su nombre, rostro e historia.

No se trata de un fenómeno novedoso: durante los últimos años, los personajes femeninos han encontrado una nueva profundidad tanto en la pantalla grande como la pequeña, y luego de la repercusión del fenómeno #MeToo y #TimeUp, el fenómeno alcanzó una nueva profundidad. No se trata sólo de los alcances del trabajo de toda una nueva generación de mujeres que muestra un valioso rostro sobre la equidad, sino además, una percepción original sobre la figura de la mujer. Desde los escarceos de la serie Girl para atacar la imagen de la it Girl hasta el debate sobre el discurso de género en mujeres tan jóvenes como Emma Watson y Malala Yousafzai, la imagen de la mujer objeto — la frágil, la deseable, la abnegada, la heroína secundaria, la decorativa — dieron paso a un protagonismo que asombró también, demostró que la forma como se interpreta a la mujer — su identidad — se está transformando en algo más. Como si luego de siglos de orfandad intelectual y menosprecio sobre lo que lo femenino puede ser, comenzara a evolucionar hacia ese reconocimiento sobre la figura de la mujer como individuo.

Sin duda, se trata de un fenómeno necesario y al que llevó un buen tiempo ocurrir. Pocas actrices pueden presumir de interpretar papeles iconos alejados del cliché habitual de la mujer en el cine: Desde Katharine Hepburn en la Bringing Up Baby ( Howard Hawks — 1938) , Barbra Streisand en What’s Up, Doc (Peter Bogdanovich-1972) a Diane Keaton en Annie Hall (Woody Allen — 1977) la mujer en el cine atraviesa una idea extraña y cada vez más desigual en cómo se le concibe desde lo argumental y lo narrativo. Se trató de una insistente concepción de la mujer como reflejo de pulsiones culturales y sociales (Hepburn convertida en la clásica chica problemática y rebelde o Keaton, en una intelectual insólita e inalcanzable) que parecía destinado a complacer cierta imaginaria masculina. Tal vez por ese motivo, sorprende la percepción que durante la última década ha tenido la imagen de la mujer en la pantalla grande. Según un estudio de 2017, durante las últimas dos décadas, la presencia de personajes de mujeres con mayor peso argumental pero sobre todo, mucho más complejos, aumentó a casi tres veces de lo que había sido menos de una década atrás: de 900 películas estrenadas, casi el 20% tenían a una mujer por protagonista. Y además, una que parecía romper el viejo esquema de la percepción sobre la fragilidad, torpeza y expresión emocional que suele achacarse a lo femenino.

¿Por qué desconcierta tanto el hecho que Arya haya perdido la virginidad?

Se trata de una reinterpretación del canon tradicional que tiene referencias claras pero que sólo ahora se convirtió en un fenómeno masivo: La Leia Organa de Carrie Fisher — primero princesa y después, general — fue una de las primeras imágenes de la mujer con iniciativa, poder e identidad en un mundo cinematográfico en esencia masculino. Años después, la estela de Leia Organa se conceptualizó en un tipo de personaje de envergadura que con lentitud, se transformó en un icono reconocible: Desde Ellen Ripley (encarnada por Sigourney Weaver en cuatro de las películas de la franquicia Alien) hasta Sarah Connor (interpretada de manera sucesiva por Linda Hamilton, Lena Headey y Emilia Clarke), la mujer firme, individual y de peso argumental se hizo un elemento cada vez recurrente en la ficción. No obstante, desde hace medio lustro, la evolución encontró otra forma de manifestarse: se trata de una estructura novedosa que abarca la concepción del héroe tradicional, ahora encarnada por una mujer. El personaje de Jyn Erso en Rogue One (Gareth Edwards -2016) y la Diana Prince de Gal Gadot en Wonder Woman (Patty Jenkins — 2017) , crean una metáfora de poder, liderazgo, fuerza de voluntad y poder espiritual que hasta entonces había sido vedado a los personajes femeninos. La Hermione Granger de la actriz Emma Watson es uno de los pilares del universo ideado por la escritora JK Rowling y se trasladó a la pantalla grande con la misma notoria influencia del camino del héroe reinventado para una nueva generación de personajes y sin duda, actrices. Unos años antes, Arwen ( Liv Tyler), Éowyn (Miranda Otto) y Galadriel (Cate Blanchett) se convirtieron en personajes preponderantes de la saga El Señor de los Anillos de Peter Jackson. La Daenerys Targaryen de la serie Game of Thrones (interpretada por la actriz Emilia Clarke), resumió además a un tipo de nuevo poder femenino, signado y estructurado bajo la óptica del líder que crece a medida que aprende de los errores. Lo mismo podría decirse de la icónica Cersei Lannister (Lena Headey), que se aparta de manera radical de la imagen de la tradicional mujer malvada del cine y la televisión. Con su carga simbólica — Cersei es reina, madre de reyes y también una feroz enemiga estratégica — el personaje destruyó las últimas versiones de la mujer accesorio perpetuadas en las series de fantasía y ciencia ficción hasta ahora. Del mismo modo, la Viuda Negra de Marvel, encarnada por la actriz Scarlett Johansson, tiene la misma frialdad, inteligencia, audacia y fuerza física de su homónima en papel. Natasha, como personaje y también como miembro del equipo de Los Vengadores es un personaje entrenado para matar que además, lo hace con singular eficiencia. Natasha no sólo ha sido educada como un arma letal sino también, para ejercer su habilidad como asesina de manera despiadada y dura. La reinvención del esquema del héroe cinematográfico desde una mirada femenina crea un nuevo tipo de héroe ambiguo que hasta ahora, habían sido potestad exclusiva del sexo masculino.

La revolución de las mujeres poderosas parece estar en todas partes. Desde magnífica Kimmy de Unbreakable Kimmy Schmidt (protagonizada por una Ellie Kemper en estado de gracia) a la poderosa Jessica Jones (una súperheroína atípica y formidable que sobrevive en Nueva York) y por supuesto, la heroica Capitana Marvel (Brie Larson), los roles para mujeres parecen cada vez mucho más complejos, poderosos y sobre todo, consistentes de lo que nunca había sido. De pronto, el estereotipo de la mujer frágil, víctima de las circunstancias, a la espera de ser rescatada, parece desaparecer, refundarse en una nueva mujer que asume la noción sobre quien es — y quien puede ser — con firmeza. Un tópico nuevo que brinda a lo femenino la posibilidad de mirarse desde una perspectiva desconocida y con toda seguridad perdurable.

Síguenos también en el Facebook de El HuffPost Blogs