La economía española no está preparada para una jornada laboral de 34 horas
Si miramos los niveles de productividad de España, dentro de la UE, podemos ver como ésta lleva 20 años estancada.
En los últimos meses la idea de que la jornada laboral se reduzca a 34 horas semanales ha ganado fuerza. Una idea que, sobre el papel, promete unos sustanciales incrementos en materia de eficiencia, efectividad, cordialidad en el clima laboral, conciliación familiar, así como toda una serie de beneficios que permitirían al empleado un mayor tiempo libre. Sin embargo, como todo, esta medida debe ir ligada con otra serie de variables que condicionan el impacto de la misma en la economía.
Como digo, en los últimos meses -especialmente en Finlandia- se ha centrado mucho la atención en la flexibilización del horario laboral, así como el calendario. Una medida que se ha debatido en muchos países de Europa, así como del resto del mundo, pero que no todos, dada su economía, pueden materializar en sus territorios. Entre esos países que a priori no podrían se encuentra España. Y es que, pese a que la opción de realizar el trabajo en seis horas, en lugar de ocho, sea viable, los niveles de productividad muestran una realidad que conviene analizar.
Atendiendo a los indicadores más comunes -como el de productividad media por hora trabajada, entre otros-, podemos observar como, especialmente para esta ratio, el dato que cosecha España es bastante negativo. De acuerdo con Eurostat, la productividad en España lleva más de 20 años estancada, es decir: el indicador que mide cuánto más puede hacer una economía cualquiera, en un escenario en el que los recursos y los trabajadores no varíen, está paralizado. Un motivo para comenzar a visibilizar la incapacidad de aplicar la medida anteriormente mencionada.
Y es que la productividad es la clave para que la medida sea efectiva. Finlandia, el 7º país con mayor nivel de productividad, de acuerdo con el ranking que hace la Unión Europea, pese a poseer un nivel de productividad notablemente más elevado que España, ha tenido que replantearse implantar dicha medida. Una medida que, de no incrementarse los niveles de productividad, podría acabar lastrando el producto interior bruto (PIB), las empresas, así como el mercado laboral. En España, con unos niveles de desempleo del 14% -los más elevados de Europa por detrás de Grecia-, añadir una mayor carga de riesgos no es la mejor opción.
Sin embargo, Pablo Iglesias, así como su equipo dentro de la formación de Unidas Podemos, apuestan fielmente por esa reducción de la jornada laboral, una reducción que ha apoyado junto a su exsocio Iñigo Errejón, que también veía factible la aplicación de dicha medida. Sin embargo, entre su propuesta se encuentra que, pese a la reducción, los salarios se mantengan en la misma cuantía que antes de la reforma. Una medida en la que juega un papel determinante la productividad pues, de no crecer la ratio, la rentabilidad del empleado se vería completamente mermada para el empresario, ya que produciría menos y, pese a ello, debería seguir cobrando lo mismo, lo que equivaldría a un incremento de los costes de producción.
Como dice el profesor Juan Ramón Rallo, si descomponemos el PIB del país, podemos observar cómo, siendo nuestro objetivo el de incrementar el PIB y crecer económicamente, nos encontramos con dos variables que dan lugar a los crecimientos en el PIB. En primer lugar nos encontramos la realización de más horas de trabajo con el fin de producir más o, por otro lado, el incremento de la producción por hora trabajada.
O se cumple una, o se cumple otra. Si optamos por adoptar esta política sin atender a la necesidad de cumplir con una variable, especialmente optando por la segunda vía, podemos llegar a una situación como la que ocurrió en Francia, donde, tras aplicar dicha medida, el número de horas extras trabajadas se multiplicó, precisando las empresas de un mayor número de horas para mantener sus niveles de producción. Y esto en un escenario como el de Francia, donde sus niveles de producción le sitúan en 5ª posición a nivel europeo. En el caso de España, nuestra productividad no es que solo esté estancada, sino que ocupamos un puesto inferior a la media de la Unión Europea.
Como digo, podemos provocar un descenso en el número de horas trabajadas, pero si lo que queremos es el mantener los salarios de tal forma que el impacto negativo sea el mínimo, debemos potenciar el incrementar los niveles de productividad por hora trabajada. Tal es el nivel de productividad en España por hora trabajada que solo estamos incrementando la productividad contratando a más personas. Es decir, para incrementar los niveles de producción, España precisa crear más empleo, provocando así un mayor coste al empresario.
En resumen, estamos ante un escenario bastante sencillo para comprender, aunque luego, en su ejecución, represente una tarea bastante más compleja. Si nos encontramos con un incremento compensatorio de la productividad justo en el momento que se realiza de forma gradual la reducción de la jornada laboral -y en diversos sectores, de forma no generalizada-, podríamos estar ante la posibilidad de que dicha medida pueda llegar a ser hasta viable. De no producirse esa compensación, podríamos ver efectos negativos hasta en el propio consumo, donde la reducción en la producción podría derivar hasta en problemas de escasez e incrementos en los precios.