La economía de la caza de brujas: una aproximación al vacío regulatorio de las terapias alternativas
La búsqueda de buenos modelos regulatorios persigue reducir los riesgos, aumentar la seguridad y prolongar la vida. Sin embargo, en nuestras leyes padecemos la ausencia generalizada de la metodología de aquellos países que nos gustaría ser, pero que no aceptamos como modelos. Y lo que tenemos es: nulo análisis de coste beneficio, insuficiente seguimiento sobre los efectos de una norma, la imprevisión de las consecuencias para el supuesto del fracaso de la misma y la indiferencia absoluta respecto a la identificación de los intereses económicos y profesionales que subyacen en su gestación. Pero lo que aparenta candidez e inexperiencia representa en la realidad un factor económico decisivo. Pues, y tengámoslo claro, la consecuencia económica de cualquier novedad regulatoria tiene más influencia en el mercado que la predilección libre de los consumidores. ¿No debería volvernos todo esto mucho más cautos, si es que queremos atajar la corrupción del sistema que nos consume y la mala regulación?
Las empresas y los grupos de interés se gastan en publicidad dirigida al público casi tanto como la que se dirige a las personas que participan en la toma de decisiones públicas. Este punto lo debemos de tener en cuenta cuando queremos explicarnos las situaciones que, en materia de reglas y leyes, nos hacen más singulares a los españoles. Uno de esos ámbitos es el de las terapias alternativas, sector donde no existe regulación, más allá de las leyes del miedo, y en el que se han espabilado muchos intereses para intentar sostener que el ciudadano no tiene la última decisión sobre su salud, o sobre el terapeuta que merezca su confianza. Esos grupos señalan que la falta de regulación, denunciada muchas veces por el Defensor del Pueblo y por los tribunales, significa que el terreno ya está repartido. Los abogados que hemos trabajado en propiedad industrial advertimos a los clientes que no se pueden patentar los clientes, tentación última de muchos inventores.
Los problemas crónicos, en salud, en empleo, en medioambiente, en delincuencia… son la principal industria de las economías público-privadas de Occidente. Soluciones eternas de gasto público a problemas que jamás se zanjan.
En el mes pasado un informe encargado por la Agencia de Salud Pública de Canadá revelaba que el abuso de los antibióticos habían supuesto una tendencia en la que el porcentaje de infecciones bacterianas que son resistentes a los tratamientos pasará del 26% en 2018 al 40% en 2050. Es probable que de este proceso se deriven unas 400.000 víctimas mortales canadienses y 120 mil millones de dólares en gastos hospitalarios y 388 mil millones de dólares en producto interno bruto durante las próximas tres décadas.
El profesor de la Universidad de la Columbia Británica que coordinaba el informe lo sintetizaba en una sola frase “Esto es casi tan grande, si no más grande, que el cambio climático”. “Es hora de hacer algo ahora”.
Es evidente que estamos en una crisis de modelo no sólo porque es poco probable que se descubran en un plazo razonable nuevos antimicrobianos de amplio espectro (no se ha encontrado ninguno en varias décadas y es evidente que hay muy pocos incentivos para que las compañías farmacéuticas inviertan en medicamentos que curen rápidamente a los pacientes). Pero es que ese es el problema: que las enormes cifras no son el “problema” para ciertos grupos de interés, pues todo ese gasto público son montañas de beneficios para ciertas industrias y por tanto es obvio que descartar enfoques alternativos es simplista y equivocado y tampoco está basado en la evidencia.
Afirmaba un reciente artículo en Nature que “en lugar de rechazar tales enfoques al por mayor, aprendamos de ellos”. Una solo cultura, por decreto, en la forma de entender la salud deriva a restar capacidad de decisión a los usuarios, que deberían ser parte de la base de decisión del sistema, y a cronificar sus problemas para que las soluciones más rentables no cambien. La caza de brujas es un negocio fabuloso y no la dirigen premios nobeles ni es la opción de los países a los que queremos parecernos.
El problema, se encuentra además, para nuestro país, en que el sector de las terapias alternativas está siendo una disrupción millonaria en el mercado tradicional de la salud y los medicamentos a nivel global. Se trata de una industria emergente y muy rentable en Europa, seguida de Asia y América del Norte. Empresas como Sandoz International GMBH, Biocon Ltd., Weleda Ltd. Sante Verte Ltd… están creando empleo y riqueza en sus respectivos países y ocupando el espacio del mercado internacional creciente que las empresas españolas no puede disputar. Los 30.000 profesionales españoles en estas terapias deben mantenerse en un equilibrio que se encuentra entre una demanda creciente de los usuarios y la persecución reactiva de unas autoridades ideológico-administrativas que esquivan las recomendaciones de la OMS... ¿en favor de quién?
Me comentaba un amigo científico, muy interesado en un extraño fenómeno nuestro: observaba que un país que discute cada euro destinado a ciencia e investigación, sin embargo no dudaba en costear enormes campañas publicitarias y de discriminación, persecución y acoso contra lo que han decidido en llamar como seudociencias: acupuntura, osteopatía, quiropráctica, naturopatía… Me decía que, sin embargo, con un poco menos de arrogancia y de fanatismo, se podrían explicar científicamente algunos de los éxitos de las terapias alternativas y me señalaba un ejemplo que me pareció llamativo. No se si sabré trasladarlo aquí: las células del sistema inmunitario se comunican mediante moléculas que llamamos citocinas. Pues bien, las células del sistema nervioso utilizan unas moléculas que tienen el mismo tipo de estructura y configuración que esas citocinas, para enviar señales, a las que llamamos neurotransmisores. La diferencia entre unas y otras, al parecer, es bastante arbitraria y proviene en buena parte del enfoque compartimentado en que estructura el conocimiento nuestra ciencia. Este dato no sólo nos deriva a si podemos prevenir los trastornos mentales mediante el tratamiento del sistema inmunitario, sino también a explicarnos porqué tienen éxito muchas terapias alternativas y porqué el paciente debe preservar, en todo caso, su capacidad de decidir libremente y en última instancia sobre la opción terapéutica que le es más conveniente. Claro que mi amigo no estaba considerando los intereses económicos que derivan de la industria de la caza de brujas.
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