La digitalización del cortejo
El cortejo a la vieja usanza exigía paciencia para establecer lazos y fortalecer el compromiso.
Cuando Martha Bernays tenía 21 años conoció al psicoanalista austriaco, Sigmund Freud, de 25 años. La joven alemana fue invitada a una cena a casa de los Freud en abril de 1882 y desde ese momento el recién graduado de Medicina se interesó por Bernays, quien provenía de una familia judía ortodoxa de prestigio.
Tras el encuentro entre los dos, la madre de Martha, Emmeline, se mudó con sus hijas de Viena a Hamburgo, en parte para evitar que la relación entre Freud y su hija floreciera.
Este fue el comienzo de un intenso romance a distancia que duró cuatro años, en los cuales la pareja sólo se reunía dos o tres veces al año y su comunicación se establecía a través de románticas cartas que intercambiaban a diario.
La paciencia, determinación y pasión que se impregnaban en cada carta se mantuvo por varios años. De acuerdo con el biógrafo oficial de Freud, Ernest Jones, fueron más de 900 largas cartas las que se enviaron en los años previos a su matrimonio en 1886.
Sirva este ejemplo del siglo XIX para concebir el cortejo a la vieja usanza, el cual debía sortear no sólo los retos de la propia relación humana, sino de la distancia e impedimentos familiares, en un contexto en el que a las mujeres se les imponía cierto perfil como esposo.
Mientras Martha derrochaba pasión en las cartas, que escribía dos o tres veces al día, Freud respondía: “Cuando recibo una carta tuya, todo el ensueño se disipa y la vida real se introduce en mis células. Los problemas extraños quedan borrados en mi cerebro y desaparecen las teorías vacías”.
La pareja permaneció unida en por 53 años, hasta que él murió.
La forma en la que se establecían los cortejos y la manera en la que una persona era conquistada por la otra ha tomado diversas formas. En la época colonial se priorizaba el contacto visual, en una dinámica que se establecía en puntos de encuentro como quioscos de las plazas públicas, los mercados y las iglesias.
“Los hombres daban vueltas hacia un lado y las mujeres hacia otro. Existía un lenguaje muy especial, las mujeres movían el abanico de cierta manera y los hombres el bastón o el sombrero... Si las señales coincidían el hombre iba a la casa de la dama a pedir permiso a los padres”, relata la investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Patricia López Sánchez-Cervantes, quien ha indagado en costumbres y patrones que resaltan a la hora de elegir una pareja.
Hasta el siglo XIX, el cortejo era supervisado por alguna autoridad moral externa a los interesados, como la familia o la iglesia. El surgimiento de las citas románticas tuvo su raíz en el empoderamiento económico que significó para las mujeres la salida al mercado laboral, y evolucionó al ritmo de la economía de cada momento.
El crecimiento del capitalismo a comienzos del siglo XX modificó la manera en la que se establecen las relaciones románticas.
“En los años 50, cuando había pleno empleo, se hablaba de que se debía tener una relación a largo plazo, mientras que en los años 60 y 70, la gente comenzó a hablar sobre el amor libre, en un contexto de desregulación del mercado”, detalla Moira Weigel en su libro Labor of Love, una investigación por los caminos de la economía y de la historia romántica del último siglo.
Actualmente las prácticas del cortejo se han visto impactadas por la digitalización del “match”.
Cada vez más la mercadotecnia nos bombardea con mensajes que nos aseguran que el amor está a un sólo clic de distancia y que el encuentro con la “pareja ideal” es posible a través de la digitalización del cortejo.
Desde hace dos décadas, cuando los sitios de citas online fueron comercializados, esta forma de cortejo se convirtió en un negocio multimillonario en el mundo; sin embargo las relaciones establecidas a través de estos sitios han sido mayoritariamente superficiales.
El reciente estudio realizado por el Pew Research Center en Estados Unidos revela las estadísticas de 4.850 usuarios encuestados. Únicamente uno de cada diez estadounidenses ha concretado una relación formal a través de estas aplicaciones, siendo más alto el porcentaje entre los usuarios que forman parte de la comunidad LGTBI y los menores de 49 años.
Sin embargo, el mercado se ha diversificado vendiendo la idea de que todos y todas podemos encontrar el “match” que estamos buscando en la vida.
La aplicación Bumble cuenta con tres modalidades que se ajustan al tipo de conexión que los usuarios buscan: Bumble Date, para encontrar a alguien especial, Bumble BFF, para crear lazos a través de una amistad, y Bumble Bizz, para establecer un networking profesional.
Relacionarse a partir de plataformas online es una tendencia que ha experimentado un mayor auge durante la pandemia, lo que ha hecho que estas compañías inviertan en sus campañas de mercadotecnia y ofrezcan diversas modalidades para establecer contacto durante el confinamiento. Este año, Bumble lanzó funciones como videollamadas y badges para notificar si buscas un encuentro con sana distancia o de manera virtual.
Match Group, compañía que cuenta con 45 marcas de sitios para citas, incluyendo Tinder, Hinge, OkCupid y Match, reportó un incremento del 15 por ciento en el número de suscriptores durante el segundo trimestre del 2020, de acuerdo con el reporte de Business Insider.
Mientras que la aplicación para usuarios interesados en relaciones poliamorosas, Feeld, registró un 50 por ciento de incremento en el número de suscripciones durante la primera mitad del 2020, comparado con el año anterior. Y un 120 por ciento de crecimiento en el número de mensajes enviados de marzo a abril comparado con los meses anteriores.
Las generaciones que crecimos acompañadas por el boom de aplicaciones de citas nos hemos acostumbrado a buscar una pareja que es reemplazable, porque en el mar de opciones que nos ofrecen estas aplicaciones puedes tener millones de perfiles disponibles en el momento que desees para establecer conexiones con personas desconocidas, que a través de algoritmos, se ofrecen y se antojan como desechables.
El cortejo a la vieja usanza, como lo hacía Freud con Martha o en la época colonial desde los quioscos exigía paciencia para establecer lazos y fortalecer el compromiso entre dos personas; sin embargo en el mundo actual -abducido por la vorágine y el desasosiego- el desamparo que se impregna en las sociedades es sacudido por un clic a distancia buscando sentir compañía cuando la necesitas y rechazarla cuando se requiera; esta forma utilitaria de relacionarnos con el otro se ha vuelto nuestro modo de vida.