La derecha insumisa
No soportan que la izquierda gobierne este país, se creen que el poder les pertenece por derecho natural y no aceptan de buenos modos los designios de la democracia.
Anda jaleo, jaleo:
ya se acabó el alboroto
y ahora empieza el tiroteo
No sé por qué suerte de mecanismo mental todo el barullo político ocurrido esta semana me ha traído el recuerdo de estos versos de Federico García Lorca. Y es que la derecha española, tan arrogante y farisea, quiere ruido, división y enfrentamiento. No soportan que la izquierda gobierne este país, se creen que el poder les pertenece por derecho natural y no aceptan de buenos modos los designios de la democracia. A diferencia del mensaje del poema lorquiano, no cabe esperar el arrepentimiento en los sectores más conservadores de este país, inmersos en una irracional escalada de tensión para poner a España al borde del precipicio pese a las circunstancias tan complejas que vivimos. El Partido Popular se encuentra cada vez más lejos de sus homólogos europeos y se radicaliza por los complejos frente a la extrema derecha. En lugar de favorecer la razón de estado y el entendimiento, el PP busca la bronca y hace política de tierra quemada con peligrosos compañeros de viaje.
El episodio más sangrante, pero no el único, lo ha vuelto a protagonizar Isabel Díaz Ayuso. La irresponsabilidad, las provocaciones y la soberbia de la presidenta madrileña han obligado al Gobierno de España a decretar el estado de alarma. Sus ínfulas no se refrenan aunque pongan en riesgo la salud de la ciudadanía. Toda la comunidad científica coincide en que la situación de la pandemia en Madrid exigía medidas restrictivas contundentes y que éstas tenían que haberse aplicado mucho antes. La incapacidad y falta de reacción de la administración autonómica han puesto en riesgo la economía y el futuro inmediato de este país. El nuevo icono de la derecha no se mueve por un fin noble, sólo pretende empantanar y hacer de correa de transmisión de las directrices de su partido. Alboroto para tapar su desastrosa gestión, la estrategia errática de Pablo Casado y escándalos tan bochornosos como la ‘Operación Kitchen’, corrupción de Estado para tapar la corrupción del PP.
Ayuso se ha encontrado el ‘regalo’ del auto del Tribunal Superior de Justicia de Madrid y lo ha querido interpretar como una victoria política. Ha retado con altanería al Gobierno y al sentido común. Contra su actitud poco constructiva, no cabía otra respuesta que un ejercicio de autoridad por el bien de todos, para evitar que el virus siga cabalgando desbocado por la Villa y Corte y desde ahí al resto del país. Otros tribunales autonómicos, en cambio, han validado cierres perimetrales en ciudades y pueblos de Castilla y León, Galicia o Andalucía… con la misma orden ministerial. ¿Ha actuado la Comunidad de Madrid con mala fe en la redacción de su resolución para el cierre de la capital y ocho municipios? Cuando tocó confinar a los barrios humildes, su decreto pasó el filtro del TSJM. Este último ha quedado suspendido casualmente por un error formal. ¿O es que antes no se limitaba el ejercicio de derechos fundamentales a esos vecinos y ahora sí? Más allá del fallo, el pulso de la presidenta madrileña tiene raíz ideológica y no sólo supone un ataque contra el Gobierno de izquierdas, que indudablemente lo es, sino también representa una afrenta a la salud pública y a la democracia.
Y si el PP extiende la pólvora, la ultraderecha prende la mecha. Vox quiere convertir la celebración de la fiesta nacional en acto de rebelión contra el Gobierno de España, un gabinete salido de las urnas y con toda la legitimidad democrática. Vuelta a las protestas pijas de Núñez de Balboa, el activismo de los ‘cayetanos’ que sí gusta y promociona la derecha. Cuando se movilizan las clases trabajadoras entonces no toca y hay que anteponer la lucha contra el covid-19. La extrema derecha se afana en reventar las instituciones, en manosear los símbolos que son de todos, en mantener vivas las dos Españas con un lenguaje guerracivilista y matón poniendo en peligro nuestra convivencia tras más de cuatro décadas de democracia.
Los temores y el seguidismo del partido de Casado alimentan las maniobras de Vox y sus secuaces. A la iniciativa ultra de expulsar del callejero madrileño a los socialistas Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto, dos demócratas representantes del legítimo y constitucional Gobierno de la República, una vendetta antidemocrática apoyada por PP y Ciudadanos, le han seguido la pintada en el monumento a Largo en Nuevos Ministerios (“Asesino. Rojos no.”) y la amenaza fascista del partido de Abascal vía Twitter, al más puro estilo Trump (“Derogad la Ley de Memoria Histórica. Primer Aviso”). Un revisionismo histórico y unas formas intimidatorias que exudan aroma franquista y buscan desestabilizar e incendiar la sociedad española.
Estamos desgraciadamente ante una campaña de insumisión de la derecha a las reglas del juego democrático y al funcionamiento del estado de derecho. Y nos encontramos con un PP, con anteojeras y ansioso, lejos de los estándares de la derecha moderada europea y siguiendo el ritmo que le marca la extrema derecha para hacer saltar todo por lo aires. Son modos y poses que nos retrotraen a un pasado convulso de escuadrones de camisas azules y correajes. A ver adónde llega este alboroto, si la razón, una especie en peligro de extinción, no lo remedia. Es normal que este clima irrespirable nos devuelva el recuerdo de Federico García Lorca, víctima de la intolerancia y el sectarismo de los autoritarios.