La democracia es esto
Votar es no sólo un acto político, sino también (o sobre todo) ciudadano.
No he dedicado un solo minuto de mi vida a luchar por la democracia. Por fortuna, nunca he creído necesario hacerlo. Crecí en un sistema político que huía, no sin esfuerzo, de una dictadura y daba sus primeros e inciertos balbuceos democráticos. La democracia me sobrevino: la he disfrutado, la he exprimido y la he dado por hecho, del mismo modo que no concibo otra cosa que si abro un grifo sale agua, que si aprieto el interruptor se enciende la luz y que si caigo enfermo tengo una sistema sanitario que cuida de mi salud. Formamos parte de la casta mundial.
Dar por hecho la democracia no significa minusvalorarla. Una de las primeras lecciones que recibí siendo un niño es que el voto era la misa de los creyentes democráticos. Era el peaje —si es que puede considerarse peaje salir de casa un domingo, meter una papeleta en un sobre e introducirlo en una urna—, que había que ‘pagar’ cada cuatro años como forma de respeto al sistema democrático. Pocas veces se ha requerido esfuerzo tan magro a cambio de tan altos beneficios.
Votar es no sólo un acto político, sino también —o sobre todo— ciudadano. Es un acto de respeto al mejor sistema político que se haya conocido jamás y la forma más libre de expresar una opinión, de ser escuchado. La mera posibilidad de que este 28 de abril usted pueda votar es un signo de privilegio que debe ponerse en valor.
Por eso me desconcierta tanto la gente que se niega a dedicar media hora en cuatro años a la sencilla labor de introducir un sobre en una urna. Me irrita tanto como los que llevan a gala no votar porque no les interesa la política. ¿Acaso no les preocupa el mundo en el que viven? ¿Desprecian la posibilidad de mejorar la realidad no sólo suya, sino la de los demás? ¿Acaso no son conscientes de que una persona está condicionada en todos sus actos, desde que se despierta hasta que se acuesta, por la política?
La electricidad que consumimos, el agua, el gas. La educación, las materias que estudian los niños en la colegio, el combustible que se echa al coche, las carreteras, la calidad del metro o el autobús en el que nos montamos. El empleo, la posibilidad de conciliar y tener una vida mejor, la sanidad. También el amor. La religión, las pensiones, los salarios que cobramos. Nuestros derechos, sobre todo nuestros derechos. La libertad. Incluso el aire que respiramos está contaminado de política. Bendita contaminación.
Por eso hay que votar. Porque no todos los partidos son iguales, porque es muy probable que no haya uno que convenza de forma absoluta, pero somos ideología y siempre estaremos más cerca de abrazar una forma de pensar que otra. Lo resume la metáfora que tantas veces se repite antes de cualquier jornada electoral: es difícil encontrar un autobús que te lleve a la puerta de tu casa, pero no dudes en subirte al que te deje lo más cerca posible.
Votamos porque somos ciudadanos. Pocas cosas hay más desalentadoras que la indiferencia. Por eso ondee su voto como si fuera una bandera, esta sí cargada del máximo valor. Votar es decidir el futuro que queremos como país. Y como personas.
De eso trata la democracia.