La decepción de los sanitarios de atención primaria: "Es querer vaciar el mar con un dedal”
Cinco sanitarios de distintos puntos de España relatan cómo es trabajar hoy en Atención Primaria. Una mezcla de agobio y desilusión. “El día a día es dramático”.
“El día a día en un centro de atención primaria es dramático. Dramático porque tienes que sacar un trabajo imposible. Ni médicos ni enfermeras ni auxiliares ni administrativos ni trabajadores sociales. Ninguno puede hacer lo que le correspondería”.
Quien habla es Esperanza Martín, una médico de atención primaria del centro de salud Cap Maragall de Barcelona. Su testimonio sirve para dar voz a los trabajadores de otros centros de toda España que han visto cómo la crisis del coronavirus ha puesto de manifiesto las debilidades del sistema. “Nuestra jornada laboral es exhausta porque no resuelves, te vas a casa sabiendo que has dejado cosas y no vas a poder hacerlas mañana, porque mañana estarás igual. Es querer vaciar el mar con un dedal”.
El volumen de trabajo diario es inabarcable desde que estalló la pandemia, y la ansiedad, el estrés y el agotamiento físico y mental de los sanitarios se ha disparado en los últimos meses. Se quejan de la desatención de las autoridades y lamentan que eso les impide atender a la población como deberían. La situación es tan alarmante que el próximo martes 27 de octubre —y todos los últimos martes de cada mes por tiempo indefinido— todos los médicos están llamados a secundar una huelga que busca la mejora de la atención médica y de sus condiciones laborales.
La situación es tan límite que un 24% de facultativos ha llegado a plantearse dejar su trabajo, según el Colegio de Médicos de Barcelona, y algunos como Clara Benedicto lo han hecho.
“Si antes de la pandemia ya estábamos con el agua al cuello, ahora con el coronavirus, con todo lo que no se atendió al decretarse el estado de alarma y con la nueva burocracia es imposible”, asegura esta médico de Madrid.
Su relato, igual que el del resto de profesionales a los que hemos dado voz desde El Huffpost Life, ilustra la saturación de los centros de salud españoles, lo que lleva al desmoronamiento de un sistema sanitario público basado en la prevención, el diagnóstico temprano y el cuidado de las patologías crónicas gracias a la atención primaria.
Esperanza Martín: “Las medidas se están tomando a espaldas de los sanitarios”
“La sensación es que hay un interés real de desmantelar la atención primaria”, afirma rotunda la doctora Martín, para la que la pandemia ha puesto en evidencia las carencias que lastra el sistema desde 2008 cuando empezaron los recortes. “Es la sensación de no poder más, no en lo físico y emocional, que también, sino en lo profesional. Porque es imposible sacar la tarea. Hay un sistema, unos jefes y unos gobernantes, que te obligan a ocuparte de tareas que no te corresponden”, explica la especialista catalana que lleva 18 años como médico de familia y tres en este centro. Su cupo es de 1.800 pacientes.
Desde que irrumpió la pandemia ella y sus compañeros han asumido unas tareas que no les corresponden. “Tramitamos bajas a contactos de positivos. Es una cuestión burocrática que lleva un montón de tiempo pero no de salud. La persona no está enferma. Nos duele la boca de decir que esto no debería ser una baja laboral, debería ser otro tipo de informe y que no tendría que ser un médico el que lo hiciese. Es tiempo que te quitas de atender a alguien que realmente lo necesita”, lamenta.
“Tienes dos opciones. O lo dejas, como han hecho muchos compañeros en Madrid, o resistes. Si lo dejo la perjudicada no soy yo, sino todo lo que dejo atrás sin cobertura. En atención primaria tenemos un compromiso con la población. Ese idealismo es el que nos hace resistir, el sentido de la profesionalidad como servicio público y último bastión. ¿Hasta dónde llegaremos? Hasta donde haga falta”, asegura con la esperanza de que esto cambie, y con la certeza de que todo es fruto de una mala gestión.
“Los profesionales sentimos una impotencia absoluta porque todas las medidas se toman a nuestras espaldas”, continúa Martín, para la que la solución pasa por invertir en atención primaria. “Dicen que no hay médicos pero igual lo que hace falta son administrativos que gestionen bajas y así el médico pueda atender a la población”, insiste la especialista sólo unos días después de que en Cataluña se aprobase una partida de 85 millones para construir cinco hospitales.
Clara Benedicto: “Atendía a un paciente cada seis minutos”
“Lo dejo con la sensación de que por muchas cosas que intentemos no hay esperanza de que esto mejore, de que se nos escuche, y con la sensación de que la situación a corto-medio plazo va a ser la misma”, asegura Clara Benedicto, que el 9 de octubre hizo suyo el hashtag #yorenuncio para comunicar en Twitter su baja voluntaria. Después de cinco años en el centro de salud de San Blas de Parla se dio cuenta de que tenía que parar.
“Estamos agotados físicamente y psicológicamente”, asegura Benedicto, que lamenta que su puesto aún no se haya cubierto y no parece que vaya a ocurrir pronto. A pesar del exceso de trabajo que supone la pandemia —a las obligaciones previas se suman dos nuevos puestos rotativos, la consulta covid y el triaje en la puerta—, no se contratan más trabajadores, no se cubren bajas ni vacaciones, todo se reparte entre los sanitarios del centro. “Yo atendía a un paciente cada seis minutos y al final son 70 al día”, cuenta la especialista que, como sus compañeros, ha dejado de lado otras obligaciones propias del puesto como formación, domicilios, atención comunitaria o reuniones de equipo. “La consulta lo acapara todo. Lo demás lo acabas haciendo en tu tiempo libre”.
Por eso empezaba las jornadas antes y llegaba exhausta al final de la semana. “Cuando un profesional no está bien, atiende peor, tiene menos paciencia, responde peor a las preocupaciones de los pacientes. Es importante estar bien para poder hacer bien tu trabajo”, asegura.
“Quería aguantar por los pacientes pero luego me acordaba de la cantidad de veces que les había dicho a los que tenían malas circunstancias laborales y lo estaban pasando mal que lo dejasen. Sentí que tenía que aplicármelo”, confiesa Benedicto, que se queja de que tienen que “invertir el tiempo en burocracia y rastreos, labores que deberían hacerlas otras personas, y dejan de lado las cosas que realmente tendrían que hacer porque no me da tiempo”.
Borja Mediero: “Hemos perdido la educación y la promoción de la salud”
El cansancio y la decepción se han apoderado, no sólo de los médicos, también de los enfermeros y el resto de profesionales de la atención primaria, que trabajan sin descanso, sacrificando su vida personal. “Pero ¿quién nos cuida a nosotros? Claro que todos los días tengo ganas de tirar la toalla. Llego a casa y quiero llorar porque las cosas están como están y los que tienen que dirigir esta situación y luchar por los ciudadanos y los profesionales van a lo suyo”, explica Borja Mediero, enfermero del centro de salud Fuentelarreina en Madrid.
La jornada de este enfermero transcurre entre consultas telefónicas, seguimiento de pacientes covid, consultas presenciales y pruebas PCR. “Hace dos semanas hacíamos más de 80 diarias en el turno de tarde y otras tantas en el de mañana, pero desde que no se hacen a los contactos de los confirmados se han reducido a 15 diarias”. Reconoce que el miedo sigue existiendo entre los sanitarios: “No tenemos bajo control toda la cadena, no tenemos a los asintomáticos localizados, ellos son los verdaderos focos de contagio y es posible que en dos semanas vuelva a haber un repunte”. Esto, irremediablemente, le lleva a hablar del tema de los rastreadores: “Dicen que hay contratados mil en Madrid, pero yo no los he visto ni los he escuchado”.
“Hasta las 5 no comienzo la consulta presencial y es cuando me dedico al control de sintrom, glucosa, inyectables, curas… Pero no estamos haciendo el seguimiento de pacientes crónicos. Esta es mi principal crítica: hemos perdido la educación y la promoción de la salud. Creo que el puntal de la atención primaria es la prevención y el cuidado de la gente, y eso ha quedado aparcado”, dice Mediero, para el que el fracaso de la medicina de familia son esos miles de pacientes crónicos que no están siendo atendidos porque la gestión del coronavirus sigue siendo caótica.
“En marzo todo era nuevo, todos los días aprendíamos algo del virus, teníamos cambios en los protocolos casi a diario. El caos estaba justificado, pero han pasado los meses y nada ha cambiado. Esto es un delito contra la salud pública. Estamos hablando de la salud de los ciudadanos”, lamenta.
Mónica García: “Cuanto más estrés y cansancio, más errores”
El día de Mónica García, que atiende a un cupo de 1.500 pacientes en un centro de salud de Donosti desde hace 15 años, arranca con agobio. “Antes de las ocho y cuarto ya te han forzado a tres pacientes que no estaban citados”, explica la sanitaria, que tiene que cubrir a sus compañeros de vacaciones, de baja y jubilados. Esto le obliga a dejar de lado actividades organizativas, sesiones clínicas o formación de residentes para atender exclusivamente las consultas, llenas de urgencias que no son tales porque cuando alguien consigue que le cojan el teléfono todo le duele “muchísimo”. Es la única forma de conseguir que les vea un médico.
No hay tiempo para nada y mucho menos para un café con los compañeros. “Es un lujo”, relata García, para la que esa pausa es muy necesaria para hablar e incluso limar asperezas. Estos días hay mucha tensión y malas contestaciones. “Cuando llega la llamada número 45 dices: ‘Pero ¿por qué me llamas por esto? ¿Que te dé cita con la matrona? ¿Yo? Que te la den los administrativos…’ En otro momento hubiese respondido de otra forma pero ahora pierdes los nervios”, confiesa.
A García le preocupa el cansancio que arrastran, “porque cuanto más estrés, más errores”. Se siente aturullada por el volumen de trabajo. Muchos días lo primero que hace al volver a casa es llamar al centro para pedir a un compañero que revise alguna medicación recetada. “Más que desazón es incomodidad. Eres consciente de que pierdes el control y la realidad es que estás entrenado para poder hacer todo eso bien. Cuando pierdes la sensación de control, tienes miedo a meter la pata, a echar la bronca a quien no se lo merece”, continúa.
El día empieza con agobio y se termina de la misma manera. “No puede ser que te vayas a casa con los deberes”, asegura García, convencida de que “en más o menos medida todos los trabajadores sufren ansiedad”. Ella lo vive cada noche: “Nunca había tenido problemas para dormir pero desde abril me despierto cada día a las 4 de la mañana y me levanto antes de que suene el despertador con la sensación de llegar tarde”. Piensa en ir antes a trabajar pero da igual. “Sabes que aunque lo hagas no te vas a quitar la carga de trabajo”.
Sara Pérez: “Hay días en los que estás muy saturada y ya no haces el trabajo con la ilusión de antes”
La sobrecarga, la asunción de tareas que no son suyas y los problemas con algunos pacientes que le han insultado o amenazado han ido minando la ilusión de Sara Pérez, enfermera de un centro de salud de Tenerife. “Hay días en los que estás muy saturada y ya no haces el trabajo con la ilusión y las ganas de antes. Atiendes cinco cosas a la vez y no les prestas a ninguna el interés que debes; estás con un paciente y estás pensando en cómo organizar a los tres siguientes. Cuando llego a casa me doy cuenta de que no he hecho algunas cosas o de que he dejado pasar otras que a lo mejor son importantes. Eso me afecta mucho”.
Cuenta que en estas últimas semanas ha llegado a tener hasta 30 personas agendadas en consultas presenciales, cuando 10 ya serían muchas. “Las consultas de enfermería requieren su tiempo: controles de salud, curas, electros… A esto hay que añadir el tiempo en la puerta, las consultas a domicilio y ahora la campaña de la gripe”. Eso sí, en su centro hay un equipo diferente para realizar PCR y test de antígenos.
Por supuesto, a la sobrecarga se le añade las inestables condiciones laborales de miles de sanitarios. “En los 18 meses que llevo trabajando en el centro de salud, el contrato más largo ha sido de mes y medio. Me han hecho contratos de un día, una semana, tres… Ahora tengo un contrato de refuerzo que termina el día 2 y, a partir de ahí, a esperar otro”.
“Estoy cansada. Estoy todos los días de un lado a otro porque el centro de salud tiene cinco períféricos a los que dar cobertura de enfermería y llevo dos años sin vacaciones, porque he ido encadenando pequeñitos contratos”, se queja. “Me he planteado dejar la atención primaria. Me encanta mi trabajo, me gustan mis pacientes, pero ya hay días en los que no me apetece trabajar”.