La cultura era esto
Cuando todo pase, y la normalidad vuelva a nuestras vidas, recordemos que sin cultura no hay humanidad ni tampoco cura.
Existe un fenómeno que denota más la evolución que ningún otro aspecto en nuestra sociedad: la resignificación. Para quien no lo haya escuchado o empleado todavía, le diré que la resignificación es aquel proceso por el cual un objeto, lugar o elemento general adquiere un significado completamente distinto al que poseía a priori. Es decir, implica la transformación radical de un sentido a otro.
Esto es habitual en el urbanismo. Pensemos, por ejemplo, en Matadero de Madrid. Incluso manteniendo el nombre que denotaba su anterior utilidad, la connotación actual es muy distinta, entendiendo que se trata de un lugar encomendado al cine y a la cultura. Muchos colectivos se apropian de términos que les connotaban negativamente y los emplean ahora con una significación totalmente distinta, eliminando la evocación negativa, fomentando el espíritu de cuerpo y ampliando su sentido de colectividad. Observarán que, en este punto, resultan imprescindibles los términos de connotar y denotar.
En los días posteriores al estado de alarma, muchos de nuestros elementos cotidianos comenzaron a tener un sentido completamente diferente. Un aplauso, una mascarilla, una llamada telefónica o la cultura ya no son lo mismo. La cultura, en concreto, ha adquirido el valor que efectivamente tenía, pero que años de descrédito terminó por desdibujar. Resignificamos ahora lo que ya estaba resignificado, y además operamos con justicia.
De manera espontánea, el sector de la cultura saca músculo y demuestra por qué la humanidad la necesita en cada momento de la historia. Las redes se han llenado de cantantes, músicos, poetas, escritores o intérpretes que ofrecen su arte para que no claudiquemos, para que sigamos adelante.
Iniciativas culturales han apoyado el confinamiento para hacer más llevadera nuestra vida. Porque sí, después de la cuarentena habrá vida, pero durante ella también. La cultura preserva nuestra mente y libera el ánimo. Por eso no es de extrañar que un grupo editorial haya adelantado los números de abril para publicarlos online, de forma que el acceso sea generalizado; la Filmoteca Española ha hecho púbico un catálogo de películas restauradas para hacer más llevadera la espera; algunos escritores han hecho de acceso público sus libros para que los lectores puedan entretener su ánimo mientras esperan, e incluso algunas óperas retransmiten de forma gratuita algunos conciertos para que sean de acceso público. Incluso Filmin ha creado un canal de películas para la cuarentena y Flix Olé ha permitido la suscripción gratuita durante un mes para sobrellevar el enclaustramiento.
De repente, la cultura ha salido al rescate de aquellos a quienes la medicina no puede tratar, a todos los que esperan y desesperan en sus hogares. La cultura les alivia y les ofrece posibilidades distintas, ampliando sus horizontes y reconfortándolos cuando más lo necesitan.
Para ser sincera, este movimiento cultural solidario me conmueve. Y lo hace tanto como la generalidad de mi congéneres, tan comprometidos y pacientes, sabedores de que, de ellos, de todos nosotros, depende también el fin de esta pandemia.
En menos de una semana la eclosión cultural nos ha hecho recordar que la vida no solo está ahí fuera, y que en todos nosotros subyace el germen de la curación a través de la solidaridad, la vinculación emocional, la sociedad y la cultura.
Durante estos días, he aplaudido más que en años y mis vecinos de enfrente, apenas unos desconocidos hace unos meses, se han convertido en mi cita obligada de las ocho. Los sentimientos nos desbordan. He visto a gente llorar, y reír, y más tarde llorar de nuevo, con la intensidad de un momento histórico que, sin duda, marcará nuestra vida. Y en toda esta vorágine de sensaciones contradictorias, de ansias por la curación y de anhelo por el exterior, la humanidad ha encontrado un nuevo significado para la cultura, ahora sí, convertida en bien de primera necesidad.
No lo olviden, la cultura nos ha hecho libres, nos ha convidado a expandir nuestra existencia y, de ese modo, nos ha convertido en seres más plenos y conscientes. Somos lo que somos gracias a ella. Por ello también alzamos nuestros brazos y aplaudimos, porque en nosotros sigue latiendo el espíritu de nuestros ancestros, aquellos que plasmaron sus manos en una cueva de la Patagonia argentina, quince mil años antes de Cristo, porque se resistían a pasar por este mundo sin dejar huella.
En un momento sin parangón en el que es tan fácil claudicar, no está de más recordar que la cultura era esto. Y cuando todo pase, y la normalidad vuelva a nuestras vidas, recordemos que sin cultura no hay humanidad ni tampoco cura. La cultura nos define, defendámosla.