La cuarta ola ya ha llegado: la de la salud mental
La pandemia ha producido un incremento muy significativo de dificultades, síndromes y trastornos, como la fatiga pandémica.
Venimos unos días escuchando y leyendo desde diversas plataformas y redes sociales que la cuarta ola de esta pandemia va a ser la de la salud mental. Los que trabajamos en primera línea en este sector sabemos que ya desde los inicios de la entrada del coronavirus en nuestras vidas, la salud mental se ha visto amenazada y tocada. La falta de recursos y el aumento de la demanda, junto con la necesidad urgente de tratamientos psicológicos ante la progresión de la pandemia, no ha hecho otra cosa que poner en relieve este hecho.
Son muchos los factores que han influido. Cuando uno se siente mal, sufre, suele pasar por todos los especialistas médicos antes de acudir a un psicólogo o a un psiquiatra, lo que agrava el diagnóstico y el pronóstico. En numerosos casos, los pacientes con problemas psicológicos no piden ayuda hasta que se encuentran muy sobrepasados, porque sufren en silencio ante el estigma que supone hacer visible este hecho o porque desconocen o no identifican lo que les ocurre.
Otra barrera es la falta de medios económicos de alguna familias para acudir a los psicólogos privados. A esto le sumamos, que, ante las medidas de distanciamiento, se tuvieron que cerrar o limitar la actividad de centros de día, centro asistenciales y asociaciones, quedando los recursos psicológicos y de ayuda disminuidos drásticamente. Esto ha afectado sobre todo a los sectores más vulnerables como los mayores, los dependientes y los enfermos mentales.
Al mismo tiempo, la ambigüedad y la no controlabilidad que supuso este virus causó un elevado estrés psicosocial. Su carácter invisible e impredecible, su letalidad, los flujos de información a veces contradictorios, el incesante vaivén de olas de contagios masivos y los cambios constantes en las medidas de contacto social no han hecho otra cosa que mermar progresivamente los factores protectores personales. Esto ha provocado que las estructuras de personalidad se quiebren, es decir, que nuestros recursos cognitivos ya no sean suficientes.
El resultado es que ha habido un incremento muy significativo de dificultades, síndromes y trastornos, como la fatiga pandémica recientemente reconocida por la Organización Mundial de la Salud. Así como de los relacionados con el trastorno adaptativo, trastorno obsesivo compulsivo, trastorno por estrés postraumático, trastornos de ansiedad, depresivos, duelo complicado, suicidio, fobias y miedos. Los miedos han sido diversos, a no salir, a contagiarse, a relacionarse, a tocar, a interactuar, a vivir….
Este virus nos ha afectado a todos. Ha supuesto un cambio de extrema importancia en nuestra experiencia de vida y nos ha hecho más vulnerables, más necesitados de ayuda. Es necesario recordar que, una vez más, la salud mental es cosa de todos.
Ahora más que nunca, casi en la cuarta ola, debemos centrar el trabajo y los esfuerzos en fomentar el bienestar mental, prevenir los trastornos mentales, proporcionar atención, mejorar la recuperación, promover los derechos humanos y reducir la mortalidad, la morbilidad y la discapacidad de las personas con dificultades y trastornos mentales. Sobre todo en estos tiempos, los tiempos de la pandemia.