La crisis de salud mental no se va, se queda
Un año de pandemia ha hecho mella en la salud mental de la población. Y no hay vacuna, de momento, que pueda con ello.
“Señor Sánchez, ¿usted sabe cuánta gente sufre, cuánta gente está sola, cuánta gente está triste, cuánta gente necesita pastillas para la ansiedad, a cuánta gente le duele simplemente el día a día?”, lanzó en el Congreso Íñigo Errejón, diputado por Más País, hace un par de semanas.
“Nuestra sociedad está traumatizada”, dijo, y su discurso se hizo viral. Dos días después, el diputado compartió uno de los muchos testimonios que estaba recibiendo a raíz de su alegato por la salud mental, el de un maestro que en 31 años de carrera nunca se había sentido “como ahora, durmiendo poco, mal y con medicación”. “Aguantamos cada día gracias a las pastillas para dormir, presionados por las condiciones de trabajo en Madrid, intentando olvidar en el aula nuestra ansiedad en casa [...], intentando sacar a flote a nuestros peques sobrepasados por el miedo, la angustia y el desequilibrio emocional”, escribía el hombre.
El Consejo General de Colegios Farmacéuticos constata que la pandemia ha disparado el consumo de ansiolíticos, antidepresivos y somníferos. En 2020 aumentó el consumo de estos fármacos un 4,8%, más del doble que el año anterior, como “reflejo de la crisis sanitaria y económica que atravesamos”, señalan en sus informes. La subida fue mucho mayor durante el confinamiento estricto, cuando el consumo de estos medicamentos creció hasta un 15%.
La gente está triste
Todos los expertos del ámbito social y de la salud mental consultados por El HuffPost comentan que lo que más perciben después de un año de pandemia es que la gente está triste. Los estudios realizados lo confirman. Uno de cada tres españoles ha llorado por la pandemia, uno de cada cinco se ha sentido “deprimido o sin esperanza” muchos días, un 15,7% ha tenido algún ataque de pánico o ansiedad desde el inicio de esta crisis, más del 40% ha tenido problemas de sueño, y más de la mitad se siente “cansado o con pocas energías”, según los datos del CIS publicados a principios de marzo.
Desde hace un tiempo se viene diciendo que la cuarta ola será la de la salud mental. Pero lo que muchos no dicen es que esa oleada no está por venir, sino que ya está entre nosotros.
“La población está al borde del límite de lo tolerable”, afirma José Ramón Ubieto, psicólogo, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC y autor de El mundo pos-COVID. “La acumulación de pérdidas, sumada a la incertidumbre de no saber cuándo acaba esto, es muy complicado de soportar”, añade.
Cuando el psicólogo habla de “acumulación de pérdidas” se refiere no sólo a “las más graves, las de vidas humanas”, sino también a “las pérdidas de salud y de calidad de vida por las secuelas de la enfermedad, las pérdidas económicas y las pérdidas que hemos sufrido todos en cuestión de restricciones: los abrazos que no nos hemos dado, los viajes que no hemos hecho, las bodas que no se han podido celebrar, las veces que no has podido salir a ligar”, enumera.
Quién ha sufrido más pérdidas
Dicho de otra manera, todos estamos afectados porque todos hemos sufrido pérdidas, pero estas no han tenido la misma magnitud. Ubieto cita tres colectivos concretos que han sufrido un impacto psicológico especialmente duro: “Los sanitarios de primera línea, que han visto morir a muchas personas, que han tenido que hacer frente a situaciones de duelos imposibles que no se han podido realizar; las personas mayores, que en muchos casos se han quedado viudas de una manera abrupta y, muchas veces, sin poder despedirse y en soledad; en tercer lugar, los adolescentes, que aunque no lo han sufrido como los otros dos grupos, necesitan más contacto que el resto, y conciben el tiempo de manera distinta”.
Según dos estudios recientes elaborados en España, el 45,7% de los profesionales sanitarios tiene “riesgo alto” de sufrir algún tipo de trastorno mental, y casi el 30% tuvo depresión tras la primera ola de coronavirus. En los mayores de 65 años, el aislamiento social ha sido el principal desencadenante de las depresiones, que han aumentado un 20% entre este grupo. Y en cuanto a los adolescentes, se estima que uno de cada cuatro ha sufrido ansiedad o depresión, también debido al aislamiento intermitente.
El cuarto grupo engloba al resto de los humanos, que también ha soportado un impacto psicológico traducido en general como malestar, fatiga, angustia y miedo. Como psicóloga, María Martín confiesa estar “a la espera” de lo que pueda estar por venir —en salud mental— asociado a la pandemia. “Dependerá de lo que pase socialmente”, explica. “Si socialmente vemos más dificultades económicas y laborales, nos encontraremos más situaciones de ansiedad y depresión”, aclara.
“La salud mental es un reflejo de lo que nos pasa socialmente, es un reactivo de lo que nos ocurre en la vida”, apunta Martín, profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Ahora mismo, lo que observa “en la consulta y en la calle es un estado de agotamiento, tanto físico como psíquico”, y augura que eso tendrá “consecuencias a largo plazo”.
La vacuna no cura la ansiedad... ni la pobreza
Ubieto está de acuerdo con su colega. “Las consecuencias de una epidemia no desaparecen nunca automáticamente con una vacuna”, afirma. “Hay todo un período de crisis posterior social importante, y esto lo vamos a ver en los próximos dos años”, vaticina el psicólogo.
“La historia nos dice que cuando pasa la fase más complicada de la epidemia, siempre surge la invención de cosas nuevas”, comenta el autor de El mundo pos-covid, que cita la Ilustración y el concepto de salud pública e higiene como ‘consecuencias’ positivas que emergieron de plagas y epidemias. Ubieto considera que de esta epidemia saldrá reforzada la investigación en vacunas, pero antes de nada, “la primera consecuencia será la miseria”. “Cuatro millones de parados no es algo que vaya a desaparecer automáticamente”, recuerda.
Como trabajador de un servicio social, Ubieto ve “situaciones verdaderamente dramáticas”. “Una mujer emigrante, con hijos, sin papeles, en la calle, sin ayudas, la única alternativa que tiene es entrar a un piso okupa y esperar que no les desahucien”, cuenta.
La pregunta es cómo va a acceder esa mujer, que apenas tiene para comer, que no existe en el sistema, a un servicio de psicología o psiquiatría. “Hoy en día, alguien que necesite asistencia psicológica y no tenga recursos económicos se encuentra con grandes limitaciones en la sanidad pública”, reconoce María Martín, que aboga por un refuerzo de profesionales en el sistema sanitario español.
La olvidada (y necesaria) pata de la salud mental
Se estima que en España hay seis psicólogos por cada 100.000 habitantes, “tres veces por debajo de la media europea”, dice Martín. “Eso deja mucho que desear”, denuncia. “Los médicos de cabecera están haciendo una labor fantástica, pero ellos también están saturados. En nuestro país hay una deficiencia muy grande de psicólogos”, sostiene.
José Ramón Ubieto considera un error abordar la crisis del coronavirus con criterios “puramente epidemiológicos” o “económicos”. “Hay una tercera pata: la salud mental. Puedes tener una tasa de incidencia muy baja y una economía sostenible, pero si la gente no puede más, la estrategia tampoco va a funcionar”, advierte.
El experto confía en que el verano, con las vacaciones y una mayor posibilidad de movimiento, sea una válvula de escape para toda la población, de menores a mayores. Pero por mucho que esos meses aplaquen “el clima social”, Ubieto está convencido de que “esta crisis va a ser disruptiva”, como la de 2008. “Esto no es un paréntesis. No vamos a volver al día de antes”, reconoce el psicólogo.
Pedro Gullón, epidemiólogo que estudia las desigualdades sociales, coincide con él. “Ya veníamos arrastrando una crisis de salud mental anterior asociada a la inestabilidad laboral, a la precariedad y a la crisis económica y social”, explica. “Lo que ha hecho la covid, con el confinamiento, con la llamada fatiga pandémica, con el miedo a futuro y con la crisis económica que se viene encima, ha sido multiplicar estos efectos”, dice Gullón. “Y es un cambio que va a traer muchas consecuencias”, añade Ubieto.