La contrarrevolución cognitiva y la vuelta al orangután
Un viejo y liberal empresario canario, creador de una gran empresa y auténtico self made man, hombre hecho a sí mismo, solía zanjar las discusiones con un sabio: “una cosa piensa el borracho y otra el bodeguero”. Cierto es que en cada momento uno podía hacer el papel del borracho en la tienda de aceite y vinagre, y otro el de tendero.
Son papeles intercambiables. Pero la filosofía era evidente: uno actúa según el interés que tiene en el asunto, sea éste de índole personal, de creencias o ideologías, o de su negocio o temas que le conciernan, o sea del ‘bien público’ o común. Y hay que entenderlo.
En esta campaña electoral, que por muchas razones, algunas indisimuladas a pesar de la poca vergüenza que encierran, en las llamadas ‘derechas’ (que vienen a ser una resurrección ex tempore de la famosa CEDA de la II República con el mismo revisionismo de las políticas sociales y de los derechos civiles) dos de los líderes acaudillados, Pablo Casado, que lo es del PP que ha exhumado a José María Aznar, y Alberto Rivera, de Ciudadanos, hacen y predican a la vez una cosa y su contraria, presa de un nerviosismo primario que en demasiadas ocasiones es más histerismo que raciocinio.
La consigna es simple; simplona, en realidad. Es una variante de aquél ‘Váyase señor González’, cuyo autor no se aplica el cuento y no se resigna a irse después de tanto daño como el que permitió.
Lo dicen los folletos de mano: “El Partido Popular de Pablo Casado es la única opción para echar a Pedro Sánchez”. Otras cuestiones menores remiten a las abstracciones que valen para moros y cristianos: ‘Menos impuestos’, pero ‘pensiones seguras’ y ‘sanidad’…. Cuestión de fe, pues. Como lo es que ese PP “es la garantía fiable siempre”. Hombre, y mujer, siempre, siempre, lo que se dice siempre… habría que matizarlo.
Alberto Rivera ha dado tantos tumbos en busca de una ideología que empezó socialdemócrata, se mudó a liberal de aquella manera y, probablemente sin pensarlo, poco a poco parece haberse convertido en cómplice de los separatistas y otras gentes de mal vivir. Su discurso ‘gancho’ es que hay que echar a Sánchez porque Sánchez va a pactar con los separatistas catalanes, vascos y los que se sumen a esa corte de los milagros imposibles, de jorobados e indigentes, ahora que está de moda Notre Dame.
Para evitarlo ha anunciado que nunca jamás dará sus votos al PSOE para formar un gobierno con Ciudadanos o para apoyarle en la investidura. Es decir, sensu contrario, que Rivera y Casado harán lo posible para obligar a Sánchez a formar un gobierno ‘indeseable’ apoyado por los separatistas y ‘revolucionarios’. ¿No se llama a eso complicidad o colaboración con los malos?
Confían en que así, con semejante tamborrada, le quitarán votos a Vox; menos mal que Vox no es un partido islámico porque por esa regla de tres para quitarle votos a los mahometanos, defenderían el hijab, el velo o la mujer en la casa como reposo del guerrero. Tómenselo en serio. Tanta demagogia antifeminista, impulsiva, reactiva, tiene que tener un porqué oculto.
En esta crispación española, donde el medio, los debates en televisión, se han convertido en el asunto principal que ha desplazado a las pensiones, el empleo decente, la vivienda, la reforma de las universidades, la inversión en investigación, las ayudas a los dependientes, el derecho a la muerte digna y la eutanasia… A muchos conservadores les extraña que una publicación tan poco propensa al bolchevismo como The Economist pida el voto para Pedro Sánchez.
¿Por qué lo hará, que hay detrás?, me preguntaba un amigo que tiene el vicio de creer a pies juntillas todo lo que le llega de las redes sociales, y por lo tanto no se acuesta sin una buena conspiración que le atormente y desvele. “Puede – argumenté- que The Economist, como muchos grandes empresarios europeos, como los partidos demócrata-cristianos y liberales, quieran evitar una situación fuera de control, un aumento de Vox, un nuevo recorte social insensato…. Que sería el paso para la crispación y quizás, quizás, para desatar la violencia”.
Sí, el dinero es miedoso, pero también es previsor. Revivir aquel PP de tantas cosas ‘inolvidables’, quedar otra vez en manos de los separatistas catalanes o vascos… todo eso tiene un alto riesgo… europeo.
Europa ve con extrema preocupación a Vox, algunos de cuyos dirigentes dicen con total naturalidad que ni es un partido demócrata ni nunca lo será. O sea, tralará. Puede que, en todo caso, ‘democracia orgánica’, que suena, reconozcámoslo, ‘francamente’ mal.
Lo bueno que tiene esto es lo malo que se está poniendo, ya se sabe lo que creen gentes como Trump, Putin, ‘enemigos’ íntimos; Bannon, Orban, Salvini, y tantos zombies como hay ahí revoloteando como los buitres en busca de despojos. Por eso muchos socios en los grupos del Parlamento de la UE de Casado y Rivera les advierten de los peligros de dar calor al huevo de la serpiente y de andar con malas compañías disfrazadas de Teresa de Calcuta.
La retórica tremendista y tramposa de ‘denunciar’ que hay separatistas, por ejemplo ERC, que van votar a Sánchez para evitar que haya un gobierno de derecha radicalizada, les hace concluir que “hasta los independentistas y los golpistas votan a Sánchez”.
Pero hay trampa encerrada en este silogismo trucado. ¿Pueden garantizar el PP y Ciudadanos que no les votan defraudadores, estafadores, golpistas de los del 23-F, trileros, robaperas… etc.? Porque toda esa gente puede votar; y de hecho votan, pocos, la verdad, por correo desde las cárceles. Y votan según sus ideologías, de tal forma que puede coincidir el encarcelado con el carcelero. Lo mismo que votan los cientos de miles de islamistas residentes, o de chinos, o de rumanos…
Y llegan los debates finales. Y la cuestión principal no solo no se ha introducido en la campaña, sino que se le aleja con matamoscas: esa llamada a la responsabilidad, a la formación de un gobierno de amplio respaldo, a un pacto de Estado para salir del caos, está en ‘se busca’. Esa llamada, y esa respuesta, claro.
Pero, ¿a quién le gustan los insultos, que es lo que más abunda en las derechas y en el ‘soberanismo’ más echado al monte? A los fanáticos, acaso; a los talibanes; a los resentidos, a los que son incapaces de controlar los impulsos odiadores. El insulto, la consigna y la arenga tuitera adolece de argumentos. Y lo que separa al hombre del mono es precisamente la capacidad de razonar. Mientras menos se razona y más se gruñe más cerca se está de los orangutanes, o de los titís.
Yuval Noah Hariri nos recuerda que la revolución cognitiva que comenzó hace unos 70.000 años transformó al homo sapiens “de un simio insignificante del este de África en el animal más importante y poderoso de la Tierra”. Luego llegaron otras dos grandes revoluciones humanas, la agrícola, hace unos 12.000 años y la científica, que empezó hace más o menos medio milenio. Pero también es una constante que a cada gran revolución de la inteligencia le sigue una contrarrevolución de los idiotas. Plantear los asuntos complejos de manera simple y superficial es una vuelta al mono.
Harari insiste en ello: “No debemos subestimar la estupidez humana”.
Las redes sociales actuales en la autopista sin peajes de Internet son la contrarrevolución cognitiva.
Ya Sánchez, escarmentado de sus simplezas y de sus ambigüedades para no espantar la caza sobre la cuestión catalana, ha dicho que “no es no, y no habrá referéndum de autodeterminación ni independencia”. Y justo tras esa declaración aumenta la presión del PP y Ciudadanos para que pacte con los defensores de la autodeterminación y la independencia. El mundo al revés… o es que alguien es quien está cabeza abajo.
Por eso, digan lo que digan los dirigentes del PP y Ciudadanos la única alternativa al precipicio que nos atonta es un gobierno de mayorías capaz de trenzar con otras mayorías y que tenga el sentido de Estado de buscar nuevos acuerdos con bases sólidas.
A ver si nos damos cuenta: Europa, y ‘nuestro mundo’, necesita una España que contenga los gruñidos de los ‘sirenos y las sirenas’ y apueste por retomar la revolución cognitiva.
Que sigue siendo la revolución pendiente, al menos para una parte de la humanidad.