La construcción en hartura: el ladrillo que vuelve
Aunque estemos saciados de construcciones innecesarias o despilfarradoras, no hay hartura en el sector de la construcción en España como pilar esencial de nuestro modelo productivo. Desde Aznar y Zapatero, -aunque también antes y después- , la construcción es el quijotesco bálsamo de Fierabrás de la economía española. La economía nacional no se harta de la construcción y busca en ella el último refugio de sus entradas y salidas de la crisis, si es que se sale de ella.
La construcción es el sector que más empresas crea en España en el inicio de 2017, con un 13%, según Corporama. Según el informe sobre creación de compañías elaborado por el Consejo Económico y Social de España, el número de sociedades dedicadas a la construcción de edificios se contrajo un 60,3% durante la recesión, pero son aquellos que más sufrieron los estragos de la crisis económica entre 2008 y 2016 los que más aumentan ahora.
A la construcción, con una subida del 3% en 2017, según un informe de Crédito y Caución, le siguen el comercio al por mayor (12%), la restauración (10%) y los negocios minoristas (9%). También son dinámicos los sectores de la promoción inmobiliaria, industria, servicios financieros, transporte y comercio de vehículos; los menos sostenibles. Mientras el turismo de masas alcanza cifras récord y se va vendiendo a bajo precio el stock de vivienda social y el de segunda residencia o turística acumulados durante la burbuja, volvemos a añorar nuestro peculiar empeño en el ladrillo. Eso sí, sin poner cortapisas a alto consumo de suelo y al despilfarro de viviendas desocupadas que han sido nuestra enseña productiva como país en un modelo que no prima lo productivo, ni los sectores innovación industrial, agrícola o de economía del conocimiento.
El fotógrafo Marc Femenia, que residía en Suecia hasta 2006, volvió en 2013 a realizar un libro fotográfico del período en que "todo valía". El libro se titula acertadamente España, error de sistema, basado en una exhaustiva visita a 300 sitios representativos del despilfarro, del escándalo o, simplemente, de la manera tradicional de construir los no lugares periféricos. 12.000 km dan para mucho, y aunque hay experiencias documentalistas similares, ésta tiene la ventaja de que se hizo en el apogeo de los recortes y aparecerá en 2017, justo cuando el sector vuelve sobre sus pasos. Como dice su autor, su libro es más un testimonio que una denuncia, porque el error del sistema es no cambiar de bases productivas sino, por el contrario, seguir persistiendo en construir más y peor de lo que no es necesario, descuidando la construcción de lo imprescindible: entornos vitales sostenibles para la gente.
Para volver a las andadas, basta mantener el desierto de los "armazones del despilfarro" en bancarrota, creciendo por otros sitios, bajo la excusa de la recuperación económica; mirando hacia otro lado como si nada hubiera ocurrido. En lo que va de año, vamos a un desahucio por día (y creciendo, -unos 189 en 2017-). La alegría de los fondos de inversión aumenta también: exculpados de sus compras especulativas en la época dura de los gobiernos conservadores, los inversores ya pueden comprar otros productos, sin tener que acabar de promover los que quedaron a medias.
A los esqueletos de urbanizaciones, estructuras de chalets adosados, edificios sin terminar de cerrar o construir y núcleos fantasmales de edificios sin habitar -o redimir del inclemente vacío urbano-, se suman dos fenómenos recientes: la masificación de la construcción de apartamentos turísticos en los centros y las propuestas de nuevas edificaciones de rascacielos en las periferias.
Frente al anhelo de compacidad de la ciudad y la rehabilitación del paisaje por los que clamamos los urbanistas, siguen prevaleciendo las tentaciones del negocio fácil de los pisos "patera" del turismo, que denuncian Barcelona, Madrid, Málaga y Valencia, entre otras ciudades acosadas por la gentrificación sin precedentes de los centros urbanos españoles. Las ciudades entre las que despunta la construcción de esta modalidad de renovación encubierta, (que se basa en destruir el tejido y la población autóctona en áreas centrales para tematizar su paisaje histórico), no son ningún ejemplo de rehabilitación de tejidos, sino catálogos de invasión de turismo barato, e inventarios de expulsión de residentes.
Muy aplaudidas estas prácticas, por cierto, por los empresarios del "todo vale" y la depredación de los recursos, se completan con las aspiraciones de los políticos de medio pelo, por legar a la posteridad hoteles o torres con las que dejar constancia de edificios mediocres en los sitios más variopintos, de Málaga o las Palmas de Gran Canaria, etc. Pese a que la Torre Pelli de Sevilla o la mole de Ponferrada sean flagrantes fracasos económicos, se sigue insistiendo en las torres, justo cuando ya no se construyen conjuntos de viviendas acosadas. En la tentación de la construcción en altura hoy no se buscan los beneficios racionales de economía de suelo y sostenibilidad de la construcción compacta, pues, al sobrepasar los límites del paisaje y de la especulación, se esquilma el suelo que queda libre con la excusa de lo extraordinario, aprovechando el azar de las oportunidades caóticas de la ciudad neoliberal.
Las harturas de la construcción masificada nos están llevando a la ciudad informal del capitalismo destructivo; sólo son aplaudidas por los medios políticos y de comunicación que exaltan un empleo infame, que solo sirve a sus intereses especulativos. En cambio, los partidarios de una construcción sensata y sosegada, llevamos esperando mucho tiempo a que el paradigma político cambie y la decencia sea la prioridad de las políticas urbanas de construcción, sin anorexia social, ni bulimia de avaricias injustas; acabando con el expolio de las ciudades.