La confirmación del giro trumpista de la derecha en Colón
La singularidad de la nueva convocatoria es que los partidos de la derecha le han dejado el protagonismo a una plataforma ciudadana con la excusa de 'carácter apartidista'.
De nuevo la derecha aparece unida en la calle movilizándose frente al Gobierno, en esta ocasión para rechazar el posible indulto de los condenados por el ‘procés’ y en defensa de una unidad de España, que de nuevo se considera en peligro. Hace dos años, la convocatoria de PP y Ciudadanos, con el apoyo de Vox, respondía también a las supuestas cesiones del Gobierno que ponían en peligro la unidad de España y la Constitución. Aunque al final se transformó, básicamente, en un grito de exigencia de dimisión contra el presidente Sánchez y por la convocatoria de elecciones ante la incertidumbre de una mayoría presupuestaria, aderezado todo ello con una correspondiente retahíla de insultos. Sin embargo, nada ha ocurrido desde entonces que confirme aquellas negras predicciones sobre tales riesgos inminentes para la unidad de España.
Muy por el contrario, nos encontramos ante el momento de debilidad y división del movimiento independentista que requiere de fortaleza e inteligencia por parte del Estado, después de su fracaso en la declaración unilateral de independencia. Así como del sistema judicial en defensa de la legalidad, y de la Unión Europea que, negándole legitimidad alguna, se ha distanciado de cualquier proceso de ruptura unilateral, incluso con más contundencia si cabe, a raíz de la amarga experiencia del Brexit.
Un Estado sólido se puede considerar con capacidad para hacer un ejercicio de generosidad mediante la próxima aprobación un indulto parcial destinado a restañar las heridas en la sociedad catalana y a favorecer un clima de diálogo, tanto interno en Cataluña como con el conjunto de España. Todo ello, una vez pasadas las elecciones catalanas y culminada la reciente investidura del nuevo gobierno de coalición presidido por el republicano Pere Aragonés, que han confirmado la polarización de la sociedad catalana y el mantenimiento de la dimensión del amplio apoyo al independentismo como problema de Estado, ante el que la derecha no presenta ninguna alternativa que no sea el cumplimiento íntegro de las penas y el inmovilismo político, en un nuevo ejercicio de dejación de funciones que ha reducido al mínimo su presencia institucional en Cataluña.
En ese sentido, los prolegómenos de la campaña de firmas por parte del partido popular para diferenciarse del resto de la derecha y en particular de Vox, no hacen sino recordar el nefasto legado de su anterior recogida de firmas frente a la reforma del Estatuto de Cataluña en el gobierno Zapatero. Algo que estuvo en el origen del recurso de inconstitucionalidad y, como consecuencia, del recorte del Estatuto pactado, provocando la consiguiente frustración de buena parte de la sociedad catalana, que luego habría de servir como fulminante en el clima de desafección de la crisis económica, para el intento populista de eludir sus responsabilidades de gestión del gobierno de Cataluña, que está en el origen de la reconversión independentista del mundo nacionalista.
A diferencia de la convocatoria anterior, ésta la promueve una organización civil, Unión 78, tras la que acuden las derechas, esta vez con una situación hegemónica del PP indiscutible después del triunfo electoral en la comunidad de Madrid y su sorpasso al PSOE en las encuestas, a diferencia de su difícil situación de hace dos años. La singularidad de la nueva convocatoria en la plaza de Colón el próximo domingo es que los partidos de la derecha le han dejado el protagonismo a una plataforma ciudadana con la excusa del carácter apartidista de la movilización y del necesario llamamiento a los votantes socialistas descontentos con la medida. Llama la atención, en este sentido, que los partidos de la derecha tiren piedras contra su propio tejado, atribuyendo mayor legitimidad a un movimiento social de ocasión, reconociendo con ello su pérdida de autoridad y fiabilidad democrática, al margen de su representación en las instituciones. Todo ello para ocultar otra vez que la movilización sea algo más que una gran concentración de los votantes y afiliados básicamente madrileños de las derechas.
Porque tampoco en esta ocasión, por mucho que la plataforma convocante sea la que encabeza Rosa Díez, Casado y sus acompañantes de la ultraderecha van a lograr el objetivo de sumar presencias cualitativas ni cuantitativas, más allá de las ya archiconocidas, que pongan en evidencia la división del espacio de centro izquierda. Sin embargo, lo que no podrán evitar es que exista la certeza de las excusas para la ausencia en Colón de los principales barones y presidentes moderados de gobiernos autonómicos del PP que, sin embargo, sí estuvieron en la ocasión anterior, sustutuidos ahora por una imagen más radical monopolizada por la presidenta de la Comunidad de Madrid.
El principal argumento para el rechazo de los indultos, que ha sido la inexistencia de arrepentimiento y de voluntad de renuncia a la vía unilateral de los protagonistas del ‘procés’, se ha visto sensiblemente diluido con el reciente artículo de Junqueras en que desliza una autocrítica por la falta de inclusión del ‘procés’ y se apuesta por la vía del diálogo. Un gesto frente al que la derecha solo ha podido responder que no se fía, lo mismo que sus socios de la derecha independentista dentro del Govern. Tampoco el más insidioso del denominado autoindulto, esgrimido en su preceptivo informe por el Tribunal Supremo, en una más que evidente extralimitación de sus funciones, se sostiene como argumento cuando el gobierno Sánchez cuenta ahora con un presupuesto aprobado y unos fondos europeos que le garantizan la estabilidad de la legislatura. Pero, sobre todo, que sea esgrimido por un partido como el PP, que ha hecho uso y abuso de los indultos y en muy pocas ocasiones al margen de sus intereses de partido. Quizá el argumento más sólido es el que pone en duda que el indulto sirva al final para lograr un acuerdo dentro de la Constitución, aunque si esta posibilidad, aunque sea mínima no se explora, nunca se sabrá lo que puede dar de sí. Sin embargo, es evidente el rechazo de una mayoría de españoles y su coste, al menos a corto plazo para la izquierda.
Lo que aparece con más claridad en Colón 2021 es que Casado rompe con su presencia junto a la extrema derecha, con el más que tímido giro al centro con el que amagó en el debate de la moción de censura, desmarcándose de la estrategia de desestabilización y criminalización de la gestión del gobierno en la pandemia encabezada por la ultraderecha. Un camino que se ha visto interrumpido primero con la alianza con los restos de la ultraderecha para dar respuesta a la moción de censura de Murcia, dirigida por su propio secretario general, y más tarde respaldando la estrategia trumpista de Ayuso como opción ganadora en las elecciones de la Comunidad de Madrid y, en general, con una oposición de confrontación sistemática tanto en relación a las medidas legales frente a la pandemia como incluso en cuestiones de Estado como la política exterior.
En definitiva, aunque en esta ocasión no tendrá lugar la foto de Colón con un trio devenido en poco más que un dúo ni tampoco estarán una parte de sus anteriores protagonistas, sin embargo, después de la mano tendida a Vox en Murcia y esta semana en la mesa de la Asamblea de la Comunidad de Madrid, lo que Casado no podrá evitar será la imagen de una alianza entre el PP y la ultraderecha como su alternativa de mayoría para el gobierno de España. Ello en contraposición con los conservadores europeos y, más en concreto, con la victoria reciente de la derecha Alemana en Sajonia Anhalt frente a la amenaza de la ultraderecha.