La Cañada Real Galiana tras tres meses sin luz: ¿seguimos mirando para otro lado?

La Cañada Real Galiana tras tres meses sin luz: ¿seguimos mirando para otro lado?

Resulta intolerable ver, aquí, esta misma semana, ahora mismo, que miles de menores viven en unas condiciones deplorables.

Natalia (a la derecha), Dori y Manuel, residentes en una vivienda del Sector 6.Imagen cedida

Después de haber visto decenas de imágenes en los medios y de habernos preguntado cada vez cómo es posible que permitamos que haya madrileños viviendo así, la semana pasada nos decidimos finalmente a visitar la Cañada Real Galiana, uno de los poblados chabolistas más grandes de Europa. En toda la Cañada viven unas 8.000 personas, con una alta proporción de niñas y niños (unos 3.000). En el Sector 6, el más desfavorecido y empobrecido, viven unas 3.000 personas, 1.300 de ellas, menores. En los sectores 5 y 6, como consecuencia de un desafortunado cúmulo de circunstancias, se padece una situación desesperada, tras aproximadamente 3 meses sin luz, que se recrudece con la llegada del frío extremo y en plena segunda ola de la pandemia 

Hablamos con los integrantes de algunas familias, que nos acogieron calurosamente en sus infraviviendas, y estas son algunas de las situaciones con las que nos encontramos:

Tras tanto tiempo sin electricidad, y ya en pleno invierno, hay una sensación de tensa excepcionalidad y de agravio. De urgencia y agotamiento. No se confía nada en los medios de comunicación ni en la clase política. Se afirma que los medios acuden allí para dar noticias sensacionalistas sobre narcotraficantes, yonkis y coches de alta gama que se supone se ocultan en las chabolas… Recalcan que no todo el vecindario se dedica al negocio de la droga. Nos explican con vehemencia que la forma de luchar contra la droga es -debe ser- que las fuerzas del orden intervengan deteniendo a los narcotraficantes, y no cortando el suministro eléctrico a cientos de familias, que permanecen rehenes de una situación cruel e infrahumana. A este respecto, el pasado 22 de diciembre ocho relatores especiales de Naciones Unidas reclamaban que “se deje de estigmatizar a la población por los cultivos de marihuana y de considerar a los vecinos como delincuentes”. Además, se habla de realojos que nunca llegan, de concesión de títulos de propiedad y de acuerdos que no se ejecutan. 

Hay algunas niñas y niños que no están yendo al colegio como consecuencia de esta situación excepcional. Nos sonríen mientras sus familiares nos explican que con el agua helada sus hijos no se pueden duchar ni lavar; que no es posible lavar y secar sus ropas, que éstas están siempre húmedas y ahumadas; que si acuden al colegio desaseados y sucios, sus compañeros se ríen de ellos o los insultan. La crisis, los confinamientos y la incertidumbre relacionada con la covid-19 han interactuado con la falta de energía eléctrica para aumentar los niveles de absentismo escolar. Además, con la ausencia de luz para alimentar tabletas y portátiles, algunos menores que no pueden ir al colegio como consecuencia de la pandemia tienen dificultades añadidas –a las que ya había con anterioridad– para trabajar desde casa. A pesar de todas estas dificultades, nos señalan que muchas familias están haciendo un esfuerzo laudable para que cada mañana sus hijos tomen la ruta que les lleva al colegio.   

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Nos enternece y conmueve el esfuerzo que hacen estos pequeños cada mañana para realizar gestos que deberían de ser simples, pero que para ellos no lo son. Gestos como desayunar algo caliente, vestirse y subir al autobús escolar. Como hacer sus tareas antes de las 6 de la tarde, porque a partir de esta hora, ya ha anochecido y toda la calle, cada una de las casas, están sumidas en la más completa oscuridad.

Hay algunos colegios que han habilitado las duchas de sus instalaciones deportivas para que estas niñas y niños se puedan asear antes de entrar en clase. Desde la dirección de varios de ellos se manifiesta preocupación porque algunas de estas niñas y niños estén dejando de ir a clase. Da la sensación de que el absentismo es mayor entre los estudiantes más pequeños, y quizás entre las niñas…

Se pasa mucho frío en las infraviviendas, sobre todo por las noches. Ha habido casos de pequeños que han sufrido episodios de hipotermia. Según otra noticia de Naciones Unidas del 22 de diciembre, “los cortes de electricidad ponen en peligro la vida de los niños en la Cañada Real”. Al anochecer, cuando la oscuridad es absoluta, (ahora en invierno, a partir de las 6 de la tarde), la vida transcurre en el interior de las casas. Nos enseñan sus electrodomésticos, algunas televisiones grandes, todas apagadas. Los móviles, su único contacto con la “otra realidad”, se cargan por turnos, enchufándolos en los mecheros de algunos coches. Algunos nos cuentan que cargar los móviles se puede convertir en una tarea angustiosa, especialmente en los casos de personas enfermas que esperan una llamada para confirmar una cita médica. Porque también hay enfermos en la Cañada, personas convalecientes en condiciones de una precariedad difícil de imaginar.

En un ambiente lluvioso y húmedo, enfrente de muchas casas, y colocadas dentro de recipientes, como bidones de metal, arden fogatas que se emplean para calentarse y para cocinar. Mientras hablamos con los miembros de una familia, se van añadiendo al fuego trozos de puertas y muebles tomados de los vertederos que hay por todas partes. A ratos, la combustión de la pintura y las resinas de estos materiales crean una nube de humo tóxica e irrespirable. Nos han hablado de algunos casos de intoxicaciones por el humo.

Resulta intolerable ver, aquí, esta misma semana, ahora mismo, que miles de menores viven en unas condiciones deplorables.

En la Cañada Real, sobre todo en el sector 6, se arrastra una situación muy conflictiva desde hace mucho: chabolismo, marginalización ancestral de la comunidad gitana, inmigración precaria (de gitanos rumanos, de marroquíes sin permiso de trabajo), falta de oportunidades a todos los niveles… Y también los clanes familiares del negocio de la droga –los Gordos, los Kikos, los sucesores de éstos últimos–, el mercado de la droga y la expansión del cultivo de la marihuana indoor, que según algunas fuentes es la causante de la sobrecarga de la red que ha dejado sin luz a toda la zona, si bien hay otras que señalan que la verdadera causa que está detrás de que la empresa eléctrica Naturgy corte la luz es más de índole política que técnica. Sea cual sea el origen, su realidad es que hoy es un día más sin electricidad.

En un contexto como éste, a poco que se indague, se acaban encontrando fácilmente una serie de causas directas de la situación actual. Pero, detrás de ellas, hay una serie causas últimas más estructurales, más inquietantes y más invisibles, como este poblado marginal, bien alejado del centro de Madrid. Por una parte, respecto al mercado de la droga, el origen del problema se encuentra en el consumo masivo de drogas (y en la prohibición legal de algunas de ellas) que caracteriza a las opulentas sociedades europea y norteamericana, en donde resulta más cómodo mirar para otro lado y cargar sobre los grupos que las proveen. Quien se recrea y divierte en el momento de consumir su dosis de cocaína rara vez ve y siente todo el dolor y toda la violencia que hay en la parte de atrás (en México o en la Cañada Real).

Por otro lado, algo tiene que estar fallando cuando en España, un país avanzado y con una renta anual por habitante de 42.300 dólares, no somos capaces de tener una sociedad suficientemente vertebrada e inclusiva que impida que se perpetúen grandes poblados chabolistas en lugares tan diversos como la provincia de Huelva (en torno a sector de los frutos rojos) o en Madrid.

Avanzar en democracia también significa “ver” e incluir (que no es lo mismo que asimilar) en la ciudadanía a todos estos “otros”, a todos estos grupos que se quedan en los márgenes. Pero, por encima de todo, resulta intolerable ver, aquí, esta misma semana, ahora mismo, que miles de menores viven en unas condiciones deplorables y que siguen actuando los mismos mecanismos perpetuadores de la pobreza y la exclusión de siempre. En lenguaje del filósofo Giorgio Agamben, queremos, necesitamos y debemos conseguir que estos 3.000 menores sean en el futuro ciudadanos de pleno derecho y no una forma de “Homo Sacer”.