La Calamidad de Madrid
La parálisis de Díaz Ayuso, tan letal como indignante, tiene consecuencias en vidas humanas.
Sólo los muy complacientes y los forofos deberían sorprenderse ante el caos actual en Madrid. Las cosas como son: no había ni un solo elemento que llevara a pensar que Isabel Díaz Ayuso tuviera la capacidad de liderar en la capital la mayor crisis sociosanitaria de las últimas décadas. Sí hay fundamentos ya, tal vez demasiados, para hablar de la Calamidad de Madrid en vez de la Comunidad de Madrid.
Muchas veces los avisos llegan desde el primer minuto. Ayuso llegó sobrepasada al cargo. Su cara en la noche electoral era más propia del que gana la lotería sin saber cómo gestionar el premio que la del político que cuenta con una mínima estrategia de Gobierno. La cara como reflejo de gestión. Esa noche, la de Ayuso era de pavor.
Poco más de un año después de asumir el poder su gobierno es sinónimo de caos, improvisación y dejadez. De las 155 medidas comprometidas para esta legislatura, el 78% están en fase de ejecución o de trámite, según el ejecutivo regional. Es decir, se está mareando la perdiz. Todavía hoy la Asamblea de Madrid no ha aprobado una sola ley.
Que nadie piense que Ayuso ha dedicado todo este tiempo sólo a posar como virgen dolorosa o a repartir bocadillos en Ifema. Desde que tomó posesión del cargo ha dedicado gran parte de sus esfuerzos a hacer política nacional desde su sillón regional. De ahí que los mayores ataques contra Pedro Sánchez antes y durante la pandemia no hayan salido tanto de la sede del PP como desde Cibeles. Se ha quejado de todo: de la gestión de la crisis por parte de Moncloa, de la intención del Gobierno de “perpetuarse en poder” a través del estado de alarma, de la “falta de humanidad” de Pedro Sánchez, del “nulo interés” de los ministros por conocer la situación de Madrid, del deseo del presidente del Gobierno de “llevar a Madrid a la ruina”, del retraso estatal en la respuesta a la crisis, de sufrir el “ensañamiento” de Fernando Simón, de la tardanza en el acopio de test, de la mala calidad de los test, de la ineficacia de los test… En un intento de no morir en la hoguera a lo Juana de Arco, Ayuso reclamaba desde primera hora la gestión de la crisis para Madrid. “Lo hemos hecho bastante bien”, dijo el 12 mayo. Esa semana la capital sumaba ya más de 8.500 muertos.
Por eso resulta tan cínico ver ahora a Ayuso o a su vicepresidente Aguado reclamar unidad, ayuda y comprensión cuando, desde marzo, han criticado sin descanso todas las iniciativas que han salido desde Moncloa. Incluso las casi 20 reuniones semanales que Sánchez celebró con los presidentes autonómicos en el pico de la crisis fueron despreciadas por Ayuso bajo el argumento de que duraban “cinco largas horas”.
Si no fuera porque se trata de una crisis sanitaria que se sigue llevando vidas por delante, resultaría hasta cómico ver las piruetas de Díaz Ayuso para decir lo contrario de lo que defendía hace tan sólo unas pocas semanas. A mediados de mayo, aún con el país en estado de alarma, aseguró que el Gobierno quería imponer “un mando único dictatorial”. Esta misma semana, el vicepresidente y portavoz del Gobierno de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado, reconocía que la situación epidemiológica en Madrid “no va bien” y pedía al Gobierno central “que se implique” porque “es absolutamente imposible acabar con una epidemia de estas características sólo desde un gobierno regional”. Hay que tener la cara de cemento armado.
Ayuso es incapaz de abordar la crisis no sólo con un mínimo de coherencia (sería pueril exigírsela, visto lo visto) sino de sentido. Los confinamientos selectivos, que convierten a los barrios más desfavorecidos de la capital en ignominiosos guetos, no van a contener la propagación del virus porque no hay capacidad de controlar la movilidad de una zona a otra. Que nadie se engañe: el plan de ‘salvación’ de Ayuso no pone el foco en la sanidad sino en la economía. De ahí que se llegue al absurdo de cerrar parques pero se permita tomar una caña en un bar, acudir a una casa de apuestas o ir de copas. No es necesario ser epidemiólogo para calificar de despropósito que se impida realizar actividades al aire libre y se tenga manga ancha con los espacios cerrados.
En el plan de Ayuso presentado el viernes no existe una sola mención —ya no digo inversión— al refuerzo de una atención primaria colapsada en lo físico, mental y económico. Tampoco hay estrategia alguna para aliviar los hospitales de la Comunidad de Madrid, cuyo nivel de ocupación ya se encuentra en el 80%. ¿Más rastreadores, si es que de verdad hay alguno en toda la Comunidad de Madrid? Ni una palabra. ¿Mayor control en las residencias? En absoluto. ¿Refuerzo a los servicios epidemiológicos? Por supuesto que no. ¿Incrementar la frecuencia del Metro para evitar aglomeraciones? Reclame en otra ventanilla. Que la Comunidad de Madrid haya dicho este sábado que no encuentra médicos para contratar es insultante hasta el sonrojo.
Ayuso prioriza la economía y por eso, precisamente, se niega a pedir el estado de alarma en Madrid. No por ser ineficaz —que no lo es—, sino porque “el motor de España” no se puede paralizar otra vez. La pregunta es qué es peor, paralizar la economía de una región o la vida de centenares de madrileños.
La presidenta madrileña reconoció que ha cometido errores en estos meses. Y recalcó el “todos”. Efectivamente, el Gobierno de Pedro Sánchez se ha apuntado decenas y decenas, pero existe una diferencia sustancial: la pandemia cogió a todos los países del mundo desprevenidos. Se actuó sobre la marcha porque ni siquiera había ejemplos de los que aprender. Isabel Díaz Ayuso sí sabía desde marzo lo que se venía encima. Ni con esas: la situación de Madrid es hoy la peor de las grandes capitales de Europa.
La parálisis de Díaz Ayuso, tan letal como indignante, tiene consecuencias en vidas humanas. Ni sus ambiciones nacionales ni su odio cerval hacia la izquierda ni su clasismo ni su incompetencia deberían costar una vida más en Madrid. La declaración del estado de alarma es imprescindible para contener la situación. Y, una vez estabilizada la crisis, Ciudadanos y la oposición en la Asamblea de Madrid deberían presentar una moción de censura. Aguado deberá elegir entre ser virus o vacuna. Todos tienen un argumento inapelable: Madrid necesita un Gobierno que la cuide.