‘La cabeza del dragón' o ¿quién dijo que Valle no se podía representar?

‘La cabeza del dragón' o ¿quién dijo que Valle no se podía representar?

El conjunto produce el esperpento, pero del bueno.

La cabeza del dragón.Bárbara Sánchez Palomero / Dramático

Príncipes, princesas, dragones, malos malísimos, bufones y mucha música. ¿Algo más? Sí espectáculo a raudales. Eso es lo que ofrece, muy bien servido, La cabeza del dragón en el Teatro María Guerrero. El primer Valle-Inclán en el que no bostezará y aplaudirá una escena sí y otra también espontáneamente.

Todo esto es gracias a Lucía Miranda. También al equipo artístico propio del #Dramático (vayan acostumbrándose a escuchar que se llame así al Centro Dramático Nacional) y el contratado para esta producción. Y a un elenco de menos de treinta años con diversidad de cuerpos, acentos y capacidades actorales, entre las que se encuentran la de cantar y, algunos, la de interpretar instrumentos, que les hacen buenos para el papel que representan.

Todos ellos se lo hacen pasar en grande al niño y la niña, al señor y la señora, al joven y la jóvena. ¿Se dirá así?, ¡qué importa! Hagamos que se pueda decir así, como la obra hace que un Valle se pueda hacer con la contagiosa alegría de vivir con la que ellos lo hacen.

La obra cuenta la historia del Príncipe Verdemar. Un príncipe que suelta al duende (que en esta producción es el duende español del flamenco de Carmen Escudero con las hechuras de Rocío Molina). Duende que su padre, el rey, tenía encerrado por sus pequeñas travesuras con las que le molestaba a la realeza y a sus cortesanos. Motivo por el que el príncipe tiene que huir de palacio ya que su padre ha dicho ante la corte que cortaría la cabeza del libertador cuando lo encontrase.

Y en esa huida de la casa paterna se produce el encuentro con los otros. Toda una aventura. con los que no son yo ni mi familia. Con una bella princesa que va a ser entregada a un dragón para salvar su reino. Con el rey Micomicón, padre de la princesa. Con bandidos. Con un bufón. Hasta con un ciego arruinado porque en palacio ya no le compran las coplillas que vende.

Todo esto facilita la farsa, la burla, el chisme, el chiste, la canción, la mojiganga, la juerga y la jarana. Sin abandonar la crítica política, de esa que hacen los graciosos. En este caso, el hecho tener que irse a dar conferencias a las Indias (americanas, ¿cuáles iban a ser sino?) Incluso al debate literario de la diferencia entre los poetas y los bufones, entre la poesía y los romances de ciegos. Una humorada más de las que hay en la obra.

  La cabeza del dragón.Bárbara Sánchez Palomero / Dramático

El conjunto produce el esperpento, pero del bueno. Esa figura o imagen cuya creación se le adjudica a Valle y se decía cómica, sin resultarlo tal y como se ponía en escena. Hasta que ha llegado esta producción y muestra cómo hacerlo sin decirlo, sin marcarlo, sin nombrarlo, sin necesidad de recordar que el esperpento es cómico, como se hacía antaño para que el espectador supiese que tenía que sonreír. En esta obra el público ríe, sonríe y aplaude espontáneamente, cuando siente, sin que se lo digan, la necesidad de aplaudir. Una necesidad que le brota muchas veces.

Un montaje que, por fin, encuentra acomodo en escena para la exuberancia literaria y dramática del autor. Lo hace sin quitarle una coma. Hasta mantiene el dramatis personae y las acotaciones, dichos a lo clásico con la voz tradicional y enlatada de José Sacristán con el mismo estilo que grabó los avisos para el público del Festival de Teatro Clásico de Almagro.

Aunque al elenco se le permite cuanta morcilla venga a cuento y cuanta canción popular de hoy (por ejemplo, Nathy Peluso), como la de siempre (por ejemplo, Como yo te amo o Cucurrucucú paloma o el puro flamenco) sea necesaria. Música que se alterna con la partitura original compuesta por Nacho Bilbao.

En este sentido, Juan Paños se luce como bufón, sin deslucir al resto de sus compañeros. Y con ese aspecto de cómico de la legua, con su sombrerito de marinerito, toca el ukelele, e improvisa algún ripio tratando de ligar con algún espectador o espectadora. Según cuentan eso depende del día y es que esta obra no te dice que no es heteronormativa, simplemente lo ejerce, oye, y la cosa parece de lo más normal. Nadie se da cuenta ni se violenta. La norma ya es otra.

Pues de eso va todo este gran juego que se produce en el María Guerrero. Ver cómo los clásicos, la tradición, funcionan en todo ese mundo que no es que esté naciendo, sino que ya está aquí.

  La cabeza del dragón.Bárbara Sánchez Palomero / Dramático

Lo curioso, es que, a diferencia del mundo anterior, en el que se llegó a decir que Valle era irrepresentable para escusar cómo fallaban uno tras otros los (grandes) que se atrevían a montarlo por buenos que fuesen, en este nuevo mundo este autor surca el mar de la contemporaneidad, sino vuela, con el viento a su favor. Y es que Valle está muy presente, en escena y en las butacas, donde ocupa asiento junto a los espectadores.

Un ocupar sitio que también harán los actores por todo el edificio. Donde en algunos palcos, a modo de pequeños teatros de títeres, suceden jocosas escenas de amor entre pájaros, que se dan un aire a los pájaros del corto de Pixar, y otros animales humanos con distintas formas de orientarse sexualmente. Una ocupación que recuerda a la que Lluis Pasqual llegó a hacer en el mismo teatro para poner en escena las lorquianas El Público y Comedia sin título y Pérez de la Fuente para Pelo de tormenta de Francisco Nieva. Puro teatro inmersivo, de nuevo, sin decirlo.

Sin embargo, al revés de los espectáculos citados, el resultado final de La cabeza del dragón es una fiesta. En el que la tradición no es una imposición, ni una limitación a lo contemporáneo. Ni en la vida ni en la escena. Todo lo contrario.

  La cabeza del dragón.Bárbara Sánchez Palomero / Dramático

Lucía Miranda ha sabido ver y mostrar que en este cabe todo y para todos. Que los más pequeños disfrutarán mucho con el cuento. Que los adolescentes, se identificarán en ese mundo de adultos en el que crecen en continuo conflicto.

¿Y los adultos? ¡Ay, los adultos! Son los que tendrán más opciones. Podrán volverse niños. Ver la obra como un adolescente más y, también, disfrutar de todos los sobreentendidos que encierra el montaje. Y todos ellos, olvidar para siempre el mantra de que Valle es irrepresentable. Y es que es un contemporáneo más sentado en la butaca con el que hacerse un selfie para Instagram y compartirlo. Valle es ahora para todos, un colega.

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.

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