'Folklore', el disco que no sabía que necesitaba este verano raro
La cantante Zahara escribe sobre el último trabajo de Taylor Swift, la artista de la que dice le salvó el confinamiento.
Se ha escrito tanto sobre el nuevo disco sorpresa de Taylor Swift, sobre la calidad de sus letras y su talento para contar historias, sobre los huevos de pascua escondidos en sus canciones, sobre el romance a tres bandas contado y cantado desde los tres puntos de vista, sobre su producción preciosa y minimalista de Jack Antonoff y Aaron Dessner o sobre cómo ha batido todos los récords posibles con este disco... que yo solo os voy a hablar de mi amor por ella.
Porque sí, a mí también me ha pasado. Folklore es el disco que no sabía que necesitaba en este verano raro; como tampoco sabía, meses antes, que Taylor iba a ser la artista que me salvaría en el confinamiento.
Yo también fui una de esas personas que se sumergió en un estado catatónico incapaz de crear, leer, escuchar música o querer hacerla. Pasé las primeras semanas del encierro observando lo que los demás hacían sintiéndome incapaz de hacerlo yo. Hasta que apareció ella y su documental Miss Americana. Siempre he pensado que para amar algo es necesario conocerlo, pero muchas veces los prejuicios instaurados y aprendidos durante décadas nos impiden abrir y observar. Nos perdemos lugares, amores y canciones por no querer mirar más allá de la corteza.
Ese documental, que lógicamente tenía una misión comercial y de revalorizar la figura de Taylor, fue para mí una ventana a su cotidianidad, fragilidad y grandeza. En esa hora y media me enamoré yo. De repente Taylor era mi mejor amiga, el amor de mi vida, mi compañera; yo era su confidente, su hermana, podía ser incluso ella y hacer canciones sobre las discográficas que nos jodieron la vida, el odio de los otros que nos jodieron la vida o los amores perdidos a los que jodimos la vida.
Igual que algunos necesitaron que llegara Ryan Adams a versionar sus canciones para quitarse la capita de complejos y decir, bueno, “así sí me gustan” porque eran incapaces de decir “hostia, a ver si esta tía sabe hacer canciones y nos las hemos estado perdiendo”, otros habrán necesitado este disco para decir “hey, si Justin Vernon canta en él quizá yo puedo darle una oportunidad y salir un poco del si mola es porque es como The National”.
Pero lo precioso de todo esto es que ella sigue siendo ella en Folklore y en 1989, y que su gracia radica precisamente en eso: en su verdad puesta al servicio de las canciones. O las canciones como camino para llegar a la verdad. Todo en ella es auténtico por mucho que viva en una mansión o se vista con lentejuelas y haya estado tan delgada como los cánones del pop imponían. Y que sus canciones creadas desde la honestidad tengan este alcance solo me hacen estar un poco más en paz con este sistema obsoleto y artificial como es, para mí, la industria de la música.
Taylor cuenta historias, y lo hace con tanta naturalidad que parece que siempre hayan existido. Nacen tan puras y completas que casi puedes verla intercambiándose notas de audio con Antonoff y Dessner, cantándole al móvil, escribiendo sobre el piano, dotando de vida todas esas historias que necesitaban salir en el momento más claustrofóbico del 2020.
Conozco a muchas personas que componen, y hablo mucho con ellas sobre el proceso de creación. Algunas llegan por incesante búsqueda: como si la canción fuera un caballo escondido en un bloque de mármol que hubiese que descubrir. Otras parecen tener una parte de su cerebro siempre trabajando, en un segundo plano, que toma el control cuando la canción lo requiere. Me da la sensación, aquí viendo las montañas desde la carretera y sin más pruebas que su música, de que ella es una mezcla de las dos. Que busca y encuentra a la misma velocidad, por eso es tan incansable y tan precisa.
Puede que haya alguna canción de Folklore que no te guste en algún momento, o que te parezca aburrida porque lo que te apetece es salir de fiesta y no te acompaña en el mood; incluso puede que seas de los que piensan que el disco es demasiado largo. Pero tengo que decirte que aquí no hay canciones malas, porque Taylor solo sabe hacer canciones. Así, sin más. En mayúscula o en cursiva. Como prefieras. Algunos tienen el don de la melodía, otros son buenos letristas. El suyo es ese. Tenemos que aceptarlo.
Sabe ser mainstream sin ser presa de las estructuras repetitivas que exige el pop y, además, sabe rodearse muy bien. Que esto es una suerte que algunos igual creen que viene con el nombre o con el dinero, pero que en su caso tiene que ver con el arte.
El resultado es un disco con tantas capas que puedes escucharlo en un viaje en furgoneta con tu mejor amiga conduciendo y tú con la mirada perdida en el paisaje mientras sientes una melancolía reconfortante dentro de ti, o ponértelo al llegar al apartamento frente al mar mientras preparas el aperitivo, o tumbarte en la alfombra del salón y no hacer nada más que ir desgranando cada momento que te ofrece.
Si tienes la suerte de haber vivido una parte de lo que te cuenta, ya puedes darte por satisfecho.