La América desnuda
Hoy los pueblos latinoamericanos denuncian las acciones gubernamentales que buscan minar otra vez sus condiciones de vida.
El ciclo de gobiernos progresistas en América Latina promovió la reivindicación de la soberanía como un elemento clave, lo que permitió contribuir a la configuración de un mundo más multipolar. Por otro lado, dejó como saldo una importante disminución de la desigualdad social en las sociedades en la cuales les toco desempeñarse; claro está que con índices variados, pues cada uno tuvo que enfrentar los obstáculos de su contexto.
El retorno de algunos gobiernos de derecha se hizo bajo la idea de retomar la senda del progreso. Según ellos, ahora estos pueblos elegían bien, pues habían reflexionado, rechazando el populismo, que solo trae atraso. Además venían patrocinados por el gigante del norte, que ha tenido la mano tendida para todos aquellos que rectifican y claro, un mazo para los que se resisten.
Desde la Patagonia hasta México parecía extinguirse la llama del cambio. Quedaban aislados países como Cuba o Bolivia, y en Venezuela, solo era cuestión de tiempo el cambio de régimen. Para ayudar a los venezolanos y venezolanas se conformó el Grupo de Lima, que con un guion y financiamiento foráneo, respaldaba a la oposición venezolana en su lucha por la vuelta de la democracia, sin importar cuan violentos e ilegales podían ser sus métodos. Mediáticamente, el grave asunto venezolano copó la programación de las corporaciones de comunicación durante meses, mientras se contraponía la idílica imagen de progreso en los países que los querían ayudar.
El panorama luce diferente ahora: los pueblos de nuestra América se movilizan en las calles y desnudan la realidad que experimentan en esas democracias de referencia, exponiendo el discurso hipócrita de la derecha regional. Las corporaciones mundiales de la comunicación buscan censurar la cobertura de los acontecimientos y los ministerios de información limitar el derecho a la información. Hoy en América Latina los pueblos denuncian las acciones gubernamentales que buscan minar otra vez sus condiciones de vida, es decir: hacerlos más desiguales.
Es justo ver la realidad en perspectiva y apuntar que primero vimos a los argentinos movilizados contra las medidas de Macri, a los brasileños contra las reformas laborales tras del golpe de Estado judicial contra Rousseff. Este año asistimos a eventos casi simultáneos y de gran impacto (tanto que los medios aunque traten, no los pueden invisibilizar) en Ecuador se rechaza el recetario del FMI, que busca rebajar impuestos a los ricos y eliminar subsidios a los trabajadores y trabajadoras, así como afectar derechos laborales. Luego en Chile sus estudiantes en principio rechazan el aumento de la tarifa del metro, ahora ponen sobre la mesas otros aspecto problemáticos para la sociedad chilena. A pesar de la represión brutal en estos dos países, mucho más en Chile que en Ecuador, se han derogado las medidas.
Podemos preguntarnos si estas acciones son un signo de cambio inminente y debemos ser cautelosos al respondernos, ya que las movilizaciones de calle pueden afectar gobiernos, pero es claro que para sustituirlos deben expresarse en un movimiento orgánico, que articule un proyecto y se proponga hacerlo viable. Y esto es una construcción socialmente conflictiva, de la cual no siempre se sale airoso. Además, la derecha no escatimará utilizar los recursos que tenga a mano para conservar su posición, y para ello cuenta con el respaldo del Gobierno norteamericano.
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