La altivez de los enanos mentales
Hace un tiempo que tanto el ridículo, como el sentido común y la mera educación declaran el cierre patronal en los escaños conservadores
De vez en cuando, y siempre desde la bancada de la derecha, esa que tiene el parqué del hemiciclo desgastado de tanto pataleo, las herraduras es lo que tienen, salta un peligroso fogonazo de soberbia. Un flash, pero con la batería al 99%.
Cierto es que la actividad parlamentaria es indisociable de la confrontación y de las distintas habilidades dialécticas. Ya decía Felipe González que la democracia es la única actividad en la que se paga por criticar y oponerse.
Las grandes citas, esas frases que pasan a la historia y a los libros de proverbios y aforismos —que algunos deberían leer, porque igual entenderían que, en el fondo, forman parte de esa estupidez que Einstein consideraba tan infinita como el universo— siempre contienen píldoras de sabiduría sea en forma de sofisticación intelectual, de claridad expositiva, de ironías y sarcasmos o incluso de burla.
Entre las muchas de este tipo está la explicación que dio Benjamín Disraeli, entonces premier conservador, a alguien que le preguntó la diferencia de desgracia y catástrofe. “Desgracia es si mi compañero de oposición William Gladstone (liberal) cayera al rio Támesis; catástrofe sería que lo rescatasen”.
Esas y otras ingeniosidades han pasado a la historia del parlamentarismo, entre otras cosas porque figuran en las actas, en las crónicas o en la memoria colectiva.
De un rifirrafe en el Congreso en los agrios debates de la II República parece que un diputado de la CEDA respondió a un discurso de uno socialista diciéndole que a pesar de su apariencia tenía los calzoncillos manchados. El aludido le soltó una frase lapidaria: “Señor diputado, pero qué indiscreta es su señora”. Puro machismo, sí. Nadie lo duda. Por eso las mujeres se abrían camino en la política. Yo la sé de oídas, por un viejo republicano, pero si non e vero e ben trovato.
La libertad de expresión admite por supuesto las calenturas de sus señorías (¿o señoríos y señorías?) y últimamente hay mucho tiquismiquis que pide retirar tal o cual adjetivo o tal o cual acusación del libro de actas, con lo que desaparece el elemento fundamental para la carga de la prueba entre el dialécticamente agredido, código penal o de urbanidad en la mano, y el agresor.
Decirle a Pedro Sánchez que es un rehén del PNV, de ERC o de Bildu es tanta verdad como decirle a Feijóo que es un rehén de Isabelita Perón, perdón, Díaz Ayuso, o de sus barones o de VOX y hasta del trumpismo mundial subyacente. Normal. Acusar a Sánchez de mentiroso tiene tanto fundamento como acusar de lo mismo a Aznar, que sigue negando que negoció con ETA y que le ofreció generosidad a los asesinos si dejaban de matar, cuando todo está escrito en diarios fuera de toda duda a este respecto: ABC, El Mundo y las radios afectas, incluidas las episcopales.
El presidente actual respecto a sus zigzagueos tácticos responde lo mismo que Hassan II (‘cambio de posiciones pero nunca de principios’) o que, en la misma senda argumental de Bismark, de John Maynard Keynes cuando respondió contundente “cuando cambian las circunstancias yo cambio… ¿usted no?”.
Después de casi 2.000 años las circunstancias sociales, o sea, la civilización, ha avanzado. Ha ganado el progreso frente a la tradición y a los mitos y leyendas. Por eso Juan Pablo II ya empezó a darle otro sentido a aquel infierno de diablos con cuernos y con trinchantes y calderas de aceite hirviendo. Ahora es un ‘estado espiritual’. Acabáramos. Tampoco la masturbación provoca tuberculosis y enfermedades mentales; al contrario, es buena para la próstata, para el flujo sanguíneo y para la autoestima.
Pero hace un tiempo que tanto el ridículo, como el sentido común y la mera educación declaran el cierre patronal en los escaños conservadores. Y frecuentemente con un tufo machista del que se impregnan hasta ilustres, protocolariamente hablando, claro, señoras de derechas. Sea en el Congreso, el Senado o en el homenaje a la Bandera en La Castellana el 12 de Octubre, Fiesta Nacional. Los pitidos y abucheos al presidente socialista ya son un fijo en el programa. Los ataques barriobajeros e indecentes en sede parlamentaria casualmente se combinan con una escalada de la desinformación en las redes sociales. Es la técnica de la tenaza.
Los insultos, de una ordinariez sin límites, de la diputada de VOX Carla Toscano a Irene Montero (“Usted lo único que ha estudiado a fondo es a Pablo Iglesias”, ignorando maliciosamente la licenciatura en Psicología y máster) se le pueden volver en su contra: ¿acaso ella es diferente?, ¿no ha estudiado a nadie en profundidad? La ministra de Igualdad, rápida de reflejos, ha pedido que no se borren estos ataques del libro de sesiones; que se dejen, para que haya constancia perenne de los niveles de ‘violencia política’ existentes.
Es muy mala costumbre edulcorar los debates. Lo que se dijo, se dijo. Pero la compañera de Pablo Iglesias, con quien tiene tres hijos, no ha sido la única mujer ministra y defensora de la igualdad en sufrir las iras de la derecha estrecha y de un machismo ortodoxo, porque el machismo no es solo cosa de hombres, también de algunas mujeres que no acaban de entender eso de los roles (aunque sí de los Rolex). Leire Pajín o Bibiana Aído, y otras muchas, sufrieron en su día y siguen sufriendo este escarnio.
Además, estas situaciones suelen ser una cortina de humo: un caso en principio gravísimo donde se mezcla la corrupción con el narcotráfico y que afectaría a la alcaldesa de Marbella pasa a segundo plano. Es como una maldición para el PP: nunca se le termina el paseíllo por los banquillos. Ni siquiera la providencial sentencia de los ERE, que retuerce la lógica jurídico-penal condenando a la cárcel a quienes nunca se lucraron con presuntas prevaricaciones, les salva de su peculiar ‘destino manifiesto’.
LÑo único seguro es que durante los próximos cuatro o cinco años, como mínimo, ‘el bueno’ de Juanma Moreno, en Andalucía, y Feijóo o quien le sustituya al frente de los populares españoles van a tener que lidiar con este miura. Por otra parte, los insultos sobraban. Muchas de las políticas de Irene Montero tienen un importante rechazo político: ministras y ministros y colectivos feministas socialistas de acreditado compromiso, las consideran o sencillamente temerarias, ahuyentadoras del voto moderado de las clases medias, o mal planteadas y elaboradas. El radicalismo feminista doctrinario, y sus prisas de alto riesgo, es criticado no solo por gran parte de la izquierda, urbana o rural, sino asimismo por la juventud progresista. Y por bastantes mujeres que han luchado lo suyo para acabar con la discriminación por razón (o sinrazón) de género. En la marcha reivindicativa y legislativa de la ‘ley trans’ o de la del ‘solo sí es sí’ se ha visualizado esta profunda discrepancia.
Casi desde el inicio del Gobierno de coalición muchos expertos y ‘barones’ territoriales del PSOE, apoyados en datos demoscópicos y, en ausencia de estos, en el sentido común, han llegado a la conclusión de que el ‘enemigo’ más influyente del ejecutivo es el ‘factor Podemos’. Como decía en Asturias el capitán Pinilla al acorazado franquista que bombardeaba la ciudad, “disparen contra nosotros, el enemigo está dentro”. La guerra abierta entre Pablo Iglesias y la ferrolana Yolanda Díaz refleja no solo dos fuertes personalismos sino dos estrategias. La una, agitar el río para pescar en aguas revueltas, la otra, modernizar las redes y las técnicas de engodo y captura.
Las clases medias, y las trabajadoras que no llegan a ellas o que llegan y salen, también son conservadoras de lo que han ganado. Y riesgos, los justos. Los ‘morados’ deben tener en cuenta este componente de la ecuación para entender su pérdida de apoyo electoral. La nueva ley podemita de la familia es otro de los desatinos de una agenda ideológica alejada de la ideología social transversal.
Ni una golondrina hace verano ni una iglesia llena en un funeral desmiente las horas bajas del catolicismo social. Mientras tanto, en las redes a-sociales continúa la desinformación clasista con listados falsos pero intoxicación verdadera sobre la baja preparación de los diputados de izquierda. De los de derechas, ni palabra, y eso que ganarían en el ranking de la mediocridad, el chiringuiteo, el enchufismo familiar y el clasismo. Aunque sean unos desclasados, “y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son aunque ninguno lo entiende”, que decía Calderón en La vida es sueño.
Resumiendo, mucho enano mental que se cree gigante.