Kirk Douglas: La bestia de Hollywood
El actor ha fallecido a los 103 años. Esta es la historia sin igual de un cineasta de los que ya no existen.
Esta es una historia de fuerza y carisma. La de un león indómito y centenario de una pequeña ciudad del estado de Nueva York. Esta es la historia del hijo de unos inmigrantes rusos que conquistó la meca del cine, pero que igualmente hubiera coronado cualquier otra cima deseada. Este es Issur Danielovitch, un hombre extraordinario. Alguien hecho de una pasta especial, capaz de sobreponerse a su destino y reescribirlo con el pulso de los astros.
Repartidor de periódicos, conserje, obrero de la construcción, camarero, chatarrero y trapero, como su padre. Estos son algunos de los trabajos que tuvo Issur antes de ser Kirk. La necesidad le empujó a trabajar desde niño, pero también había en él un impulso por abarcarlo todo y aportar su bárbara energía en cualquier terreno.
Durante su infancia sufrió una pobreza abyecta, donde había días en que su familia ni siquiera tenía lo suficiente para comer. “Fue una ventaja porque estaba tan abajo que sólo podía subir”.
Trabajaba de dependiente cuando terminó la secundaria y quiso matricularse en la universidad. Su salario no le daba para ingresar, así que convenció al decano de la St. Lawrence University para que le aceptase a cambio de trabajar como jardinero y bedel en el campus. Cuatro años más tarde Issur se graduaba en filosofía y letras. Por el camino ganó el campeonato de lucha libre universitario y lideró el grupo de teatro de la universidad, The Mummers.
Al terminar la carrera le dieron una beca para impartir clases a niños en la Academia Norteamericana de Arte Dramático de Nueva York. En esa época fue donde adoptó el nombre artístico de Kirk Douglas y debutó en Broadway. Antes de seguir con su carrera artística desempeñó un último papel en la vida real; fue llamado a filas y pasó dos años en la Unidad Antisubmarina 1139 como oficial de telecomunicaciones durante la segunda guerra mundial. Kirk ya tenía una vida de película y todavía no se había puesto delante de una cámara.
A su regreso de la contienda siguió actuando en el teatro pero sin demasiado éxito hasta que su amiga Betty Bacall -posteriormente Lauren Bacall- le dijo a un productor de Hollywood que lo fuese a ver. De esta forma consiguió su primer papel en El extraño amor de Martha Ivers. A partir de ahí todo es leyenda.
Tras participar en un clásico del cine negro, Retorno al pasado, realizó dos interpretaciones que le valieron el respeto de la industria: El ídolo de barro, primera nominación al Oscar, y El trompetista. Más tarde nos enseñaría la crueldad que oculta cierto tipo de periodismo en un prodigioso metraje de Billy Wilder, El gran carnaval. Otros títulos de enorme envergadura son Camino de la horca (Raoul Walsh), Brigada 21 (William Wyler), Duelo de titanes (John Sturges), Los valientes andan solos (David Miller), Dos semanas en otra ciudad (Vincente Minnelli), Siete días de mayo (John Frankenheimer), El compromiso (Elia Kazan) o El día de los tramposos (Joseph L. Mankiewicz).
Protagonizó la mejor película que he visto nunca, Cautivos del mal (The bad and the beautiful 1952). Un relato despiadado, cínico y extrañamente romántico. La obra maestra del director Vincente Minnelli, cuyo ritmo narrativo comparte cierto parecido con Ciudadano Kane. No en vano su productor trabajó codo con codo con Orson Welles.
Ponerse en la piel del sibilino productor Jonathan Shields, capaz de sacar lo mejor de sus cautivos, le valió su segunda nominación al Oscar.
Richard Quine, un cineasta poco conocido, con una sensibilidad especial para el material que le gustaba dirigir -así lo demuestran Synanon o El Mundo de Suzie Wong- ofrecería a Douglas un melodrama cúspide en su filmografía, Un extraño en mi vida (Strangers when we meet 1960). En esta ocasión la réplica se la daría una misteriosa y cautivadora Kim Novak en una historia que deja al descubierto las fisuras de una supuesta vida perfecta. Ambos actores desprenden una memorable cinegenia de inmenso magnetismo en cada secuencia que comparten.
Por otro lado, encarnar la atormentada vida de Van Gogh en El loco del pelo rojo (Lust for life) cambiaría la perspectiva del actor sobre la interpretación. “Noté que me estaba perdiendo en el personaje. Al volver a casa seguía siendo Van Gogh durante horas”. Una recreación del pintor cargada de encomiable intensidad. Ese año la Academia volvería a proponer su nombre para alzarse con la estatuilla dorada, aunque el resultado sería el mismo de las otras veces. Kirk junto a Burt Lancaster, con el que tenía una química especial, intervinieron en dos ediciones de los Oscar mostrando su vis cómica sobre este asunto.
Capítulo aparte merecen sus dos colaboraciones con Stanley Kubrick, donde además de personificar dos actuaciones para la posteridad, también lograría levantar ambos proyectos como productor. Kirk Douglas estaba decidido a intervenir en el proceso creativo de sus películas y aportar su instinto cinematográfico. Así en 1955 funda su propia productora Bryna Productions y se lanza a construir proyectos cada vez más arriesgados. Kubrick tenía un guion que ningún estudio quería hacer, Senderos de gloria, Kirk lo leyó y le dijo “esta película no nos dará ni un centavo pero me encargaré de que la hagamos”. El resultado: una impresionante película bélica que es el mayor canto a la paz
La otra es Espartaco, una superproduccción épica con trasfondo social, que contiene diálogos magistrales de Dalton Trumbo y un elenco de actores británicos irrepetibles: Laurence Olivier, Charles Laughton y Peter Ustinov.
Trumbo permaneció durante todo el rodaje oculto bajo el nombre de Sam Jackson. Era uno de los señalados por no querer delatar a compañeros sospechosos de ser comunistas, e incluso pasó casi un año en la cárcel. Desde ese momento tuvo que rebajar su sueldo y seguir trabajando para la industria con un nombre falso hasta que Douglas, cansado de tanta hipocresía, se empeñó en que apareciera como Dalton Trumbo en los títulos de crédito. Fue un escándalo; la columnista Hedda Hopper recomendó a sus lectores que no fueran a ver la película. Aunque ya era tarde, la decisión de Kirk había conseguido normalizar la situación y acabar con la lista negra en la era McCarthy, una etapa terrible para Estados Unidos.
Mientras en el celuloide se enfrentaba a la república romana, desde la producción desafiaba a otro imperio llamado Hollywood. Fue el final de la caza de brujas ideológica del senador McCarthy.
Ese carácter comprometido de Douglas también se ha dejado ver por este medio, ya que ha escrito reflexiones para la edición norteamericana El HuffPost como colaborador donde proyectaba su pensamiento respecto a temas políticos controvertidos entre otras cuestiones.
El gran Kirk también fue el héroe del entretenimiento en producciones tan exitosas como 20.000 leguas de viaje submarino, Ulises y Los vikingos. Posiblemente algunas de las más destacadas aportaciones al género de aventuras que se hayan filmado.
Además de todo lo narrado, el icónico actor tuvo incursiones en el mundo literario. En su faceta de escritor publicó un par de libros infantiles, varias autobiografías y algunas novelas de ficción como Ascendiendo a la montaña, que le reportó en 1999 el premio del Festival Libros y Música de Deauville. También llegó a dirigir sus propias películas en la década de los 70.
Ejemplo de supervivencia, en 1996 sufría una apoplejía que le dejaba sin habla, pero a la bestia de Hollywood nada podía tumbarle contra la lona. Empeñó su voluntad esta vez en recuperarse y unos meses después quiso dejar constancia de ello actuando a los 83 años en una nueva película, Diamonds. “Eso significó mucho para mí, haber superado las secuelas que el episodio me dejó”.
Se impone revisar la magnífica pieza emitida por el programa Días de Cine con motivo de los 100 años del artista, sin duda, uno de los mejores homenajes audiovisuales a la hora de capturar la impronta del mito. Hubiera resultado un pecado también no nombrar en este artículo la maravillosa entrevista que le realizó el enorme Terenci Moix para Televisión Española.
Esta es la historia sin igual de un cineasta de los que ya no existen. Una verdadera estrella. Kirk Douglas ha paseado su brillo por este planeta algo más de un siglo, pero su legado es eterno. Esta es la historia del adolescente que encontró su vocación al recitar el poema Across the border en el instituto, antes de volver a la cafetería donde vendía refrescos.
Este es Issur Danielovitch, un hombre con el potencial de un héroe mitológico, único en su especie.
“En esta vida he aprendido una cosa que quiero compartir con vosotros: nunca, nunca te rindas”.