‘Julio César’, poner lo nuevo en lo viejo
La poesía la pone el trap, el 'dance', y cualquier otra tendencia musical que llene pistas de baile y haga bailar toda la noche a los menores de treinta perreando.
¿Para qué arriesgarse? Es la pregunta que surgió cuando se anunció que este año el Festival de Teatro Clásico de Mérida inauguraba con un Julio César de Shakespeare muy especial. Un Julio César tuneado, en el que las mujeres son hombres y los hombres son mujeres. En el que la poesía la pone el trap, el dance, y cualquier otra tendencia musical que llene pistas de baile y haga bailar toda la noche a los menores de treinta perreando.
A lo que se añadía el desconocimiento del público español del equipo artístico y, más si cabe, del elenco. Un equipo que acaba de arrasar, literalmente, con esta producción en Buenos Aires. Pero es que allí el elenco rompe taquillas y Moria Casan, sencillamente, lo peta.
¿En qué se queda toda esta inquietud? En un espectáculo mucho menos rompedor de lo que parece. El cambio de género, el que las mujeres hagan los papeles masculinos y los hombres los femeninos, no es nada nuevo o que no se haya visto en los escenarios españoles. Incluso, hecho ya por algún director argentino. Sin ir más lejos, Tomas Pozzi, que se encontraba en este estreno emeritense, ya fue la Señora en Las criadas que montó Pablo Messiez. Por no hablar, del off donde Pedro Martínez estrenó Mujer Hamlet con su compañía Casa Lagarta.
Tampoco es novedoso la inclusión en un clásico de referencias a móviles, trending topics, apps o las redes sociales. En España, todo eso, a poco que uno se pasee por los teatros está a la orden del día en clásicos, no tan clásicos, modernos y contemporáneos.
La novedad, quizás, es lo directo que es todo. Se va al grano. Aquí se habla de política. De la política que busca el poder por el poder. ¿Para ayudar al pueblo a administrarse lo mejor que pueda o sepa? Sí, ríanse y no dejen que les toquen el orto, que diría cualquiera del elenco argentino de esta obra.
Julio César va de quítate tú para ponerme yo y poder coger esa comisión por acá y por allá. De acabar con uno de los nuestros, que tiene el favor del pueblo que lo adora y lo mantiene, porque no deja medrar o no deja medrar lo suficiente.
Lo fácil, lo rápido, en un mundo autocrático, es acabar con él. Quitarlo de en medio y luego explicarles a los administrados que es por su bien. Porque Julio, Julito, yeisi (nombre que surge de pronunciar sus iniciales, JC, en inglés, como se hace en el rap) es, simplemente ambicioso. Y ¿no lo es cualquiera que entra en el juego político?
Como se trata de un Shakespeare habrá quien se moleste con este montaje. Sí, siempre hay un público y una prensa presta a escandalizarse, aunque lo haga desde el humor y la ironía y la manera en la que reaccionen resulte simpática.
Da igual que todo lo muestren como cómicos a lo cómico, que se tomen esta tragedia como comedia, quitándole toda la bobería posible, el engolamiento con el que muchas veces se dicen los versos yámbicos del bardo. Un autor que con frecuencia se olvida escribía a pie de escena y al que le cambiaban el paso o él cambiaba el paso a poco que le dejasen, de ahí la dificultad para definir el canon de cada una de sus obras.
Para el resto, para el público masivo al que se dirige este festival, le faltara esa estrella que conoce y gusta de ver en la televisión, en el cine, y, más habitualmente, en los programas de cotilleos y en las revistas del corazón.
Pero, claro, es que no conocen a Moria Casan. La celebrity de esta función. Y harán mal si no van a conocerla. Esa mujer que, a ojos españoles, parece salida de la serie Veneno, interpreta a Julio César. Un Julio César con hechuras de mujer que no solo se ha recauchutado hasta la médula, sino que está a la última en tendencias, ella misma es una tendencia.
Una mujer que viste capas de Balenciaga y, cuando sale de fiesta, se pone los taconazos de cristalitos de Swarovski. Y que habla a Calpurnia, su esposa, un hombre cualquiera, con el desprecio machirulo con el que los hombres, incluso los sensibles y los educados en igualdad, hablan a sus esposas cuando estas les ruegan que hagan esto o lo otro por su bien (por el de ellas).
Estrella que está arropada por otro conjunto de estrellas. Suficientemente conocidas en la Argentina como para poner sold-out en la taquilla. Como ocurrió con este montaje producido por el Complejo Teatral de Buenos Aires. Es decir, del prestigioso Teatro San Martín de aquella ciudad, que es como se conoce en España, tan presente en la teatral Avenida Corrientes.
Con todos estos mimbres, lo que consigue esta obra, es mostrar cómo funcionan los mecanismos del poder hoy en día de una forma sencilla y directa. Le quita la máscara de la complejidad para que nadie pueda decir que no lo entiende. Funcionamiento que resulta que no difiere, o no mucho, de cómo lo hacían en tiempos de Shakespeare y, seguramente, tampoco de cómo lo hacían en tiempos de los romanos.
Pero para que se entienda, como se dijo al principio, lo tunean sin desvirtuarlo. Llenan el escenario de pantallas, tampoco muchas o en exceso. Microfonan los discursos, un uso del micrófono muy bien traído no como en otras muchas obras. Le ponen un tik-tok por aquí. Un tuit por allí. Más de una canción para bailar y perrear un poco, muy bien seleccionadas, de tal manera que apetece levantarse de la butaca y salir a la pista. Hipersexualizan todo, como la sociedad en la que vivimos. Y traen a colación el movimiento LGTBI+, que parece que habían preparado la obra para la semana del orgullo.
No solo eso, usan referencias a las celebridades locales, que tampoco les son ajenos a ellos, como Julito Iglesias o la Pantoja. En este sentido, es loable el esfuerzo que se ha hecho por localizar todas las referencias posibles a la actualidad española e incluso extremeña. Ya sea con su nota a la política madrileña, al sentimiento patriótico de la Barceloneta, o a la petardez española.
Todo para acercarse a un público que lo pasará bien. Sobre todo si obvia las críticas malas, que las habrá y leerán, pues habrá quienes verán este montaje como si fuera Satanás pervirtiendo a jóvenes púberes. Es decir, reirán como lo hizo el público el día de su estreno.
Pero lo mejor de todo, es que, además de pasarlo bien, lo verán claro. Comprobarán lo fácil que resulta ser manipulados. Solo hay que poner lo nuevo en lo viejo. La nueva política en la vieja.
Es esa deglución que hace lo de siempre con lo que llega, lo que permite al poder, ya sea el político y el económico, si es que se puede diferenciar en las sociedades capitalistas, autoperpetuarse. Cambiar un poco para que nada cambie. Y así es como se consigue administrar a un pueblo hasta contra sí mismo. ¿Lo van pillando?