José Luis Garci o los recuerdos de un patio de butacas

José Luis Garci o los recuerdos de un patio de butacas

Es uno de esos cineastas que mejor ha sabido conjugar talento, sentimientos, melancolía, vanguardia, conocimiento y calidad cinematográfica.

José Luis Garci, durante la presentación de su programa 'Classics' en Madrid, en noviembre de 2021.Carlos Alvarez via Getty Images

Hace más de veinte años, José Luis Garci leía distraído el periódico L.A. Times en una terraza en Beverly Hills. De pronto, por aquella inmensa avenida apareció una mujer rubia conduciendo un vehículo extraordinario, de esos que solo había en el Hollywood de antes. Garci se fijó en ella, en su apostura y en su cabello, percatándose al tiempo de que, en verdad, aquella fascinante mujer lloraba. Lo hacía de forma ininterrumpida, casi instintiva, y siguió haciéndolo incluso después de ocultar sus ojos tras unas gafas de sol oscuras. A pesar de los cristales, las lágrimas pujaban por salir más allá de la montura, siguiendo su curso delator deslizándose primero por los pómulos y más tarde por las mejillas. “¿Por qué estaría llorando?” se preguntó entonces José Luis Garci, “quizá ha perdido a un familiar o ha sido abandonada por su pareja”, especuló el director, entendiendo al punto que había nacido el germen de una de sus grandes obras cinematográficas: You’re the one (2000).

Entro sigilosa en el salón del Hotel Wellington mientras la proyección de la película está en marcha. En el mítico hotel se está llevando a cabo un ciclo sobre el cine de José Luis Garci, un merecido repaso a los grandes hitos de su obra: “Cuando pienso que estoy aquí, con ustedes, o en universidades realizando retrospectivas de mi cine me siento incómodo, no creo merecerlo” afirma el director al finalizar la película, cuando los aplausos son acallados por las ansias de escuchar al maestro. Junto a él están Eduardo Torres-Dulce, fiscal y crítico de cine de sobrada competencia, y Noemí Guillermo, médica, filóloga y experta en cine. “Ya les dije que no iba a aceptar que hablásemos de él en términos elogiosos”, menciona Guillermo “aunque, en realidad, es uno de los directores que, junto con Leo McCarey, mejor ha mostrado la emoción”.

Y es que José Luis Garci es uno de esos cineastas que mejor ha sabido conjugar talento, sentimientos, melancolía, vanguardia, conocimiento y calidad cinematográfica.

Garci se muestra afable, un punto tímido y con un sentido autocrítico inmisericorde: “Sé que en toda mi carrera no he hecho una gran película, o lo que yo entiendo por gran película” indica el ganador del Oscar por Volver a empezar, aunque enseguida apostilla: “si bien, tampoco he realizado ninguna mala”.

Torres-Dulce y Guillermo desgranan la cinta que nos ocupa, mientras que yo pienso en la poesía de su prosa, o la literatura de su cine, o incluso el arte que encierra su técnica, porque realmente es complicado hacer una película al estilo de José Luis Garci, por mucho que se desmerezca al revelar que “dirigir solo es cuestión de oficio, de aprender cuatro reglas, como sumar, restar, multiplicar y dividir”.

Por la conversación figuran nombres como Fritz Lang, Max Ophüls o Alfred Hitchcock y Garci, sin apenas expresarlo, muestra un atisbo de emoción cuando Torres-Dulce rememora el día de su primer encuentro: “Cuando te conocí” -menciona refiriéndose en primera persona a su compañero- “me preguntaron cómo eras, a lo que yo respondí: ‘pues es igual que lo que escribe y que lo que dice. Es la misma persona’”. Garci sonríe tímidamente, mientras el fiscal prosigue: “Esta sinceridad solo la he percibido en tres personas en mi vida: José Luis, François Truffaut y Peter Bogdanovich”. Tres genios observados por la misma mirada, un recuerdo impagable.

Mis personajes femeninos son complejos, porque yo he tenido la suerte de relacionarme con mujeres desde pequeño.

Es entonces cuando Garci puntea algo que todos los que conocemos su obra ya hemos percibido hace décadas. Y es que sus personajes femeninos son, desde el comienzo de su carrera, auténticos ejemplos de profundidad psicológica y emocional. Como los de Howard Hawks y a la altura de las criaturas de Ingmar Bergman, añadiría yo. Personajes con esa personalidad poliédrica tan complicada de obtener cuando la mirada es cíclopea, como la de otros muchos autores: “Mis personajes femeninos son complejos, porque yo he tenido la suerte de relacionarme con mujeres desde pequeño. En mi colegio no había diferenciación entre niños y niñas, estudiábamos todos juntos. Allí entendí que todos éramos iguales, que a todos nos gustaban más las letras o que las chicas eran más aplicadas que nosotros. Ellas se convirtieron en mis aliadas, me indicaban cuándo debía llamar a la chica que me gustaba, así como yo les señalaba cuánto tenían que esperar para acercarse al chico del que estaban enamoradas. Todo eso cambió posteriormente, antes de la universidad, con clases exclusivamente masculinas y aburridas. En realidad, no sé qué sucedió en aquel colegio entre la calle Ibiza y Doctor Esquerdo, por qué allí sí podíamos estar todos juntos y de aquella fantástica manera; era algo poco habitual en la época, pero increíblemente enriquecedor para mí”.

Por fortuna, Garci no escatima en reflexionar acerca de lo que es el cine para él, incluso en un día tan aciago como el pasado jueves 28, cuando desapareció el gran actor Juan Diego: “Es terrible perder a un amigo, a alguien con quien compartía identidad, porque siempre nos confundían. Le recuerdo en el Festival de Berlín; o cuando me prestó una chaqueta de cashmere para el estreno de una película. No me puedo creer que esté ahora mismo de cuerpo presente en el Teatro Español”.

A la pregunta de si sus personajes se parecen a él, Garci cavila: “Cuando haces una película no te concentras en aspectos que, posteriormente, ves que te retratan. Recuerdos, planos de otras películas que te han marcado, situaciones… Pero sí, todo lo que he visto y leído y vivido está en mi cine. De hecho, si Antonio Machado decía “mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla”, la mía son “recuerdos de un patio de butacas. En el cine lo vimos todo. Ninguno de nosotros hemos dado nuestro primer beso sin pensar en aquellos que observamos en las películas. Claro que enseguida te dabas cuenta de que no existía aquella apoteosis musical. Pero el cine nos lo ha enseñado casi todo. Ha sido una vida alternativa”.

El tiempo apremia y la sesión tiene que finalizar. Saludo a José Luis Garci y al resto de contertulios, todos ellos compañeros de la editorial Notorious. Es entonces cuando quiero reiterarle a Garci mi agradecimiento por haber participado en mi tesis doctoral, por constituir el capítulo de uno de mis libros, por haber compartido conmigo caseta en la Feria del Libro o por haber conseguido que, durante mi adolescencia, la noche en la que yo trasnochaba fuera el lunes (día en que se programaba ¡Qué grande es el cine!) en lugar del viernes. Pero no, solo le saludo taimadamente y regreso a mi coche mientras me siento repleta de cine.

Subo al asiento, tomo el volante y emprendo la marcha. Mientras me alejo, recuerdo una frase que José Luis Garci ha mencionado y con la que me siento completamente identificada: “El cine es una religión y yo soy su más fiel feligrés”. Entonces sonrío, aunque de inmediato la emoción me hace llorar. Ahora soy yo la rubia que, lejos de Beverly Hills, atraviesa una avenida con los ojos acharolados y preñados de lágrimas. “Tiene razón Noemí Guillermo”, pienso mientras me alejo “realmente Garci es el director de la emoción”.

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Lucía Tello Díaz. Doctora y profesora universitaria de cine. Directora y guionista.