Jerarquías, naturaleza y poder
La libre autodeterminación del género supone una revolución, un auténtico giro epistémico en cuanto a las identidades y corporalidades se refiere.
Parece que la futura ‘ley trans’ será una realidad en España a principios del año que viene. A pesar del revuelo y las sobreactuaciones, será posible en pocos meses afirmar la propia identidad sin intermediarios y ver así cómo los derechos de todos, todas y todes avanzan por fin al unísono en lo referido a identidades y al libre desarrollo de la personalidad.
Para las personas cisgénero, es decir, para aquellos que nos sentimos identificados con la etiqueta sexo/género que se nos asignó al nacer, este avance puede resultar anecdótico porque seguramente a ninguno de nosotros y nosotras nos han cuestionado cuando hemos afirmado ser quienes decimos ser. Pero para las identidades que se salen de la cisheteronorma este cuestionamiento ha sido y es un auténtico peso con el que deben lidiar todos los días de su vida; es de justicia reparar ese daño y revestir de dignidad a las personas trans.
La libre autodeterminación del género supone una revolución, un auténtico giro epistémico en cuanto a las identidades y corporalidades se refiere: solo la propia persona es la experta en su identidad, nadie mejor que la propia persona para identificarse como quien realmente es. Hasta ahora las personas trans han necesitado de intérpretes de sus propios cuerpos y de tutores de sus identidades para poder “demostrar” y “validar” su identidad: ahora nada de eso será necesario porque la libre autodeterminación del género consagra a la persona como el único intérprete válido de su propia corporalidad, como el único tutor de su identidad.
El profesor Isaac Ravetllat Ballesté (2017) señala que “en todo individuo imperan las características psicosociológicas que configuran su verdadera forma de ser y debe otorgarse soberanía a la voluntad humana sobre cualquier otra consideración física”. Es importante resaltar las tres primeras palabras de este texto (“en todo individuo”) para entender la trascendencia de la libre autodeterminación del género, porque como siempre ocurre con los grupos dominantes, éstos tienden a reducir el pretendido universal a su propia y exclusiva realidad: cuando los derechos humanos se refieren a “todos los seres humanos” la interpretación que hacen los sujetos hegemónicos excluye de facto a las corporalidades e identidades disidentes. Así, existe la tendencia a pensar lo universal como una caricatura del varón, heterosexual, blanco y rico, que pareciera que tiene derecho a tener más derechos que el resto, a representar mejor ese universal. En este caso, determinadas personas cisexuales han copiado la estrategia patriarcal de pensar que lo universal solo está pensado para ellos y ellas y que todo lo que se salga de esa norma tiene que ser deliberadamente perseguido y reconducido al redil de “la verdadera mujer” o del “verdadero hombre”; no inventan nada nuevo, es puro esencialismo.
Ya señalé en otros escritos que la investigación científica nos indica que los cerebros no se pueden clasificar en femeninos y masculinos, sino que éstos se parecerían más a un mosaico o que no se puede hablar de una clara diferenciación entre sexo y género, porque ambos se influyen recíprocamente (Fausto Sterling); pero imagino que esto será impermeable a las tesis esencialistas: si pudieran, perseguirían estos postulados, antorcha en mano, hasta gritar más fuerte que solo los hombres tienen pene y solo las mujeres tienen vulva, aunque esto, de facto, contradiga la realidad material.
Puede parecer que las corporalidades son fáciles de interpretar y que su clasificación es una “cuestión natural”, casi obvia, sobre dónde debe ir cada cuerpo y cada identidad dentro del -limitado- abanico de posibilidades que el sistema sexo/género nos ofrece. Pero esta violenta apuesta por “lo natural” lleva implícita en su defensa algo que, sin embargo, debemos explicitar: las clasificaciones y taxonomías no son ajenas al poder, más bien al contrario; son los grupos dominantes quienes establecen jerarquías de las diferencias y quienes subordinan unas realidades a otras. Por eso es oportuno que nos paremos y reflexionemos: ¿quién establece las jerarquías? Y, sobre todo, ¿quién naturaliza las diferencias?
Las personas trans forman parte de ese universal humano, con todas sus consecuencias, entre ellas la libre autodeterminación del género. Las tesis que excluyen a las personas trans son parte del compendio de estrategias que señalan a las disidencias con la única intención de reforzar a la norma androcéntrica; es urgente vertebrar un discurso que no criminalice a las corporalidades y que esté alejado de los esencialismos que solo pretenden construir una visión fantasmática de la realidad, generar pánico moral y señalar como el enemigo a corporalidades e identidades que no son como la propia. El camino es el de la garantía de los derechos y el de la validación de las identidades y corporalidades trans: recorrámoslo con firmeza y alegría.