Jaque a la supremacía estadounidense
El país de las barras y estrellas se encuentra en una peligrosa encrucijada.
Desde que el homo sapiens entró por la puerta de la historia ha mostrado un insaciable afán imperialista, los diferentes pueblos o culturas han tratado de conquistar las regiones vecinas y extender su influencia más allá de los límites puramente geográficos.
Uno de los primeros forjadores de imperios fue Alejandro Magno, el general que llegó hasta la lejana India con sus falanges macedónicas, engullendo la totalidad del imperio persa en tan sólo ocho años.
Tras las guerras púnicas le tocó el turno a los romanos, que se hicieron con el control del Mediterráneo occidental en muy poco tiempo. Pero esto no sació la sed imperial, las legiones llegaron, por un extremo, hasta las islas británicas y, por el otro, extendieron su cultura por Asia Menor y el mar Egeo.
Las estepas, esas llanuras que se extienden a lo largo de más de cinco mil kilómetros, fueron un preciado botín para los recios y valerosos guerreros mongoles. Las incursiones de adalides como Atila sembraron el terror, al tiempo que conquistaban, esta región durante centurias.
El descubrimiento de América marcó el pistoletazo de salida de una nueva era, el mundo conocido creció de la noche a la mañana. Los vastos territorios descubiertos, y con ellos sus tesoros, pasaron a formar parte de la corona de Castilla convirtiéndola en una potencia internacional.
Durante los siglos siguientes varios archipiélagos del Pacífico se incorporaron al imperio “en el que no se ponía el sol”. Se calcula que en su periodo más notorio la monarquía española extendió sus apéndices sobre más de veinte millones de kilómetros cuadrados, cuatro veces superior al del imperio romano.
En el siglo diecinueve le tocó el turno al Imperio Británico, las tropas inglesas se extendieron por todo el globo terráqueo, no había continente que no formase parte de la Corona.
Este imperio se hizo aún más grande tras la firma del Tratado de Versalles. Con el armisticio, jordanos, palestino e iraquíes, entre otros, se convirtieron en súbditos de su Graciosa Majestad. Con más de treinta y cinco millones de kilómetros cuadrados es, hasta la fecha, el mayor imperio de la historia. Su extensión superaba con creces al Imperio francés, que tocó techo a finales del siglo diecinueve cuando se estableció por el Norte, Oeste y Centro de África.
El siglo veinte fue el de los estadounidenses. Es incuestionable que el país de las barras y las estrellas manifestó un comportamiento imperialista desde sus más tiernos inicios. Desde la Casa Blanca se forjó la conquista del Oeste, la guerra mexicana, la doctrina Monroe, el Corolario Roosevelt, la guerra de Afganistán o la guerra contra el terrorismo, entre otras muchas acciones. Su influencia política, cultural y militar forma ya parte de la historia contemporánea.
A los presidentes de Estados Unidos no les ha temblado el pulso para ordenar intervenciones militares en países soberanos, para apoyar dictaduras militares o para liderar lo que eufemísticamente se han llamado “guerras de prevención”.
Pero en este momento su situación se encuentra en una peligrosa encrucijada. Por una parte el presupuesto del Pentágono es treinta veces superior al del departamento de Estado y la administración Trump ha gastado treinta veces más en Defensa que en diplomacia.
Durante estos últimos cuatro años el presidente se ha alejado paulatinamente de las grandes mesas de política internacional e incluso se ha atrevido en abandonar la Organización Mundial de la Salud hace apenas unos meses.
La verdad es que Donald Trump no tiene toda la culpa, hay que echar la mirada mucho más atrás, desde hace más de dos décadas el senado estadounidense no aprueba un tratado multilateral. Poco a poco Estados Unidos ha perdido la capacidad de liderazgo.
Por todos estos motivos Joe Biden –el candidato presidencial más votado en toda la historia de Estados Unidos– propone convocar una cumbre sobre el clima y otra sobre democracia tan pronto como sea posible. La pregunta que planea en el aire es si su hegemonía será capaz de eludir el definitivo jaque mate a manos de la cultura china.