'Ite misa est'
Cuando los devotos del franquismo y sus herederos familiares y políticos llevan la cuestión a los tribunales, la España de la intransigencia se rebela airadamente.
Al final, aunque un poco a trancas y barrancas, este país demuestra que es un país normal, y europeo. Pero europeo de la Europa democrática, moderna, libre de palabra, obra y pensamiento, y no de la otra Europa. De la Europa nazi, o fascista, o por qué no decirlo, de la comunista que sobrevivió entre ruinas hasta que Mijaíl Gorbachov con su revolución del sentido común, con la metralla del imperativo histórico encerrado en sus leyes de la ‘glasnost’ y la ‘perestroika’ de 1985, encendió la mecha del polvorín que tiró el muro de Berlín en 1989 y que en 1991 disolvió oficialmente la URSS.
Una decisión tan normal en una democracia como sacar al dictador Francisco Franco del Valle de los Caídos –él no era precisamente un caído tal cual, murió en la cama en el hospital La Paz; José Antonio, a su lado en el mausoleo, sí lo fue– ha ocasionado un enorme revuelo. El franquismo hereditario, y el nostálgico, o sencillamente el tic reactivo de una parte de la derecha nacional, consideró la decisión de Sánchez un casus belli.
En verdad, los peculiares conservadores oficiales españoles se han pasado su existencia añorando la doble vara de medir. Los gobiernos socialistas, v.g., han tenido que asistir, por responsabilidad de Estado y por un cierto complejo de no dar ‘armas’ a los enemigos del sistema, a numerosas beatificaciones de ‘mártires de la Cruzada’ –como denominó el franco-catolicismo al golpe de Estado que provocó la guerra civil–. Personas asesinadas por su condición religiosa por los ‘rojos’. Esto no lo veían como hurgar en la llaga, o reabrir viejas heridas.
Sin embargo, cada vez que los familiares de personas inocentes asesinadas por el bando sublevado por su condición política o sindical pretendían localizar los restos de sus muertos, en fosas comunes, cunetas, pozos y simas, para darles digna sepultura, se llenaban de santa ira.
Desde los gobiernos populares no solo cortaban los fondos para ayudar a cumplir las exigencia de la ONU de resolver de una vez la asignatura pendiente de los desaparecidos, sino que encima se burlaban de esos dramas que atormentaban a miles de familias, a las que denigraban como ‘busca subvenciones’, precisamente muchos de los que contribuyeron denodadamente y con gran habilidad a la corrupción desenfrenada, robando a maletines llenos, que terminó convirtiendo al PP en un queso de Cabrales.
La Ley de la Memoria Histórica, tan denostada por esa parte altiva e insensata de la derecha, la que ignora el consejo bíblico de no tirar piedras a lo alto, fue el resultado más o menos lógico de esa intransigencia y maltrato a las víctimas de los que perdieron.
Y mutatis mutandis, en ese ambiente ‘abusón’, carente incluso de caridad cristiana, con unos obispos ‘francamente’ partidistas que con el cardenal Rouco Varela al frente lapidaron el pragmatismo taranconiano y su apuesta por la democracia, surge el asunto del Valle de los Caídos, que se había dejado estar desde la Transición para no poner en riesgo la concordia nacional.
Cuando los devotos del franquismo y sus herederos familiares y políticos llevan la cuestión a los tribunales, la España de la intransigencia se rebela airadamente. Plañideras y plañideros llenan las redes sociales y los periódicos, sobre todo digitales, que forman parte del ejército zombi. Y llegan a surgir dudas sobre la legalidad de la exhumación del ‘Caudillo’.
Decía Manuel Fraga, y no solo él, antes, a la vez o después, que “donde hay bobos hay engañabobos”. Una de mis fichas más manoseadas es una frase de Martin Luther King: “Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda”.
Desde las trincheras franquistas, y cada vez más cercanas al fascismo clásico, se dice que en la Transición no hubo vencedores ni vencidos, y eso es una verdad a medias. Ya desde el Preámbulo y el artículo 1, la Constitución Española implica la derrota de la dictadura y su sustitución por una democracia plena.
Pero por si hubiera dudas, no hay más que leer la Disposición Derogatoria, que suele pasar desapercibida. Es la que da cuenta, minuciosamente, del desmontaje del régimen franquista: quedan derogadas, entre otras, la Ley de Principios Fundamentales del Movimiento, el Fuero de los Españoles, el del Trabajo, la Ley Constitutiva de las Cortes de 1942; la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de 1947, todas ellas modificadas por la Ley Orgánica del Estado de 1967, también arrojada al sumidero.
El acuerdo, por unanimidad, del Tribunal Supremo, pone las cosas en su debido sitio. Quedan, para el efectivo cumplimiento del traslado al mausoleo de El Pardo –y no a la Almudena– algunos detalles, como el de un juez que no oculta su franquismo, y que paralizó la mudanza con la carcajada argumental de que levantar la pesada losa que cubre la fosa puede suponer un riesgo laboral para los obreros, aunque el verdadero riesgo laboral puede ser para otros.
Como era natural, han empezado las comparaciones propias de idiotas, y ya verán que esto no es ningún insulto: en Internet ya aparecen las comparaciones con otros estados. Por ejemplo, mientras en España, proclaman, se quiere sacar a Franco del Valle de los Caídos, en Rusia se mantiene a Lenin, en China a Mao, en Vietnam al ‘tío Ho’, en Turquía a Ataturk, en Francia a Napoleón…
Rusia –donde la mayor parte de la población es favorable al entierro de la momia–, la China Popular, Vietnam... no son sistemas democráticos plenos, aunque el ruso lo sea aproximadamente. Ataturk, el laico padre de la Turquía moderna, no tiene nada que ver con Lenin, Mao, o con Ho. Y Napoleón…Lógicamente no hablan de Mussolini, Hitler y sus cómplices, o del mariscal Pétain… Es como si otros payasos intelectuales criticaran el mausoleo de los Reyes Católicos, aunque mucho me temo que, como sostenía Einstein, hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez, y añadía zumbón: “y del universo no estoy muy seguro”.
Esta decisión del Tribunal Supremo demuestra que los jueces no han actuado con miedo a las consecuencias ni al qué dirán, ni al odio esquizofrénico, desbocado y obsesivo de la extrema derecha en las redes.
Es un buen presagio, una señal que debe de ser tenida en cuenta para el análisis de la próxima sentencia también del TS sobre el golpe de estado separatista en Cataluña, asimismo llamado ‘procés’.
Menuda campaña se avecina. Dos meses de infarto en los que la irrupción errejonista modifica la tendencia y los equilibrios de los sondeos habituales. Otra vez más, “lo más seguro es que cualquiera sabe”.
Como que el franquismo si sigue tocando el tambor pueda quedarse sin tambor y sin partitura.
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