Israel, Palestina, cuánto me doléis
No hace falta ser una experta en información internacional en general y en el conflicto árabe-israelí en particular para que lo que está pasando en Israel en los últimos días duela.
Duele solo con ver las imágenes de la nueva escalada de violencia que se vive en la zona, donde están muriendo decenas y decenas de personas, incluidos niños. Este conflicto es una bomba de relojería que, ante presiones coyunturales, estalla una y otra vez sin distinciones a la hora de cobrarse sus víctimas. De un lado y del otro. Lo que ha ocurrido las últimas semanas en la disputada ciudad de Jerusalén, santa para los judíos y para los musulmanes, y, posteriormente, en la franja de Gaza, es una prueba más de hasta qué punto el conflicto no tiene visos de ir a terminar ni a corto ni a largo plazo. Y de hasta qué punto la comunidad internacional no tiene ni la más remota idea (o no quiere tenerla) de qué hacer. Lleva siendo así desde sus orígenes, allá por mayo de 1948, cuando Israel declaró su independencia tras rechazar la propuesta de dos Estados.
La no existencia de un estado Palestino, reconocido por unos pero no por otros, pone también de manifiesto lo vulnerable de un conflicto usado hasta la saciedad por ambos, por quienes dicen preocuparse por lo que allí acontece y por quienes no tienen más que intereses personales, como el ya, afortunadamente, expresidente Donald Trump. Pero que haya acabado la presidencia del republicano no implica que la situación sea menos tensa ahora o que exista un auténtico líder internacional decidido a, de una vez por todas, dar un golpe en la mesa y llevar de la mano a las dos partes hacia la paz. De hecho, mirando de nuevo a EEUU, en lo que lleva de presidencia el nuevo inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, ya ha dejado claro que se quiere unir a la larga lista de presidentes estadounidenses que han intentado no centrarse en el problema Israel-Palestina, solo para no ser arrastrado por el conflicto.
Así que, de nuevo, el resto del mundo mira como si no fuera con él esta nueva escalada de tensión, la más voraz desde 2014, que a algunos les hace preguntarse si se está gestando ya una tercera intifada.
Si alguien cree que este nuevo estallido es algo sin más, que pasa cada cierto tiempo, se está quedando sólo en la superficie. Aunque cuando las luces de los cohetes se apaguen probablemente el conflicto ya no copará los titulares de los medios, lo que pasa ahora es el resultado de una combinación de las diferencias históricas con hechos de actualidad. Esta vez, el origen ha sido en Jerusalén, sumado a las protestas de manifestantes palestinos contra las restricciones de las autoridades israelíes en pleno Ramadán y la amenaza de desalojos de familias palestinas en el este ocupado de la Ciudad Santa. De telón de fondo, cómo no, el confuso contexto político que vive Israel, donde Netanyahu es incapaz de formar Gobierno.
Ay, Netanyahu, ese primer ministro que podría tender su mano a los palestinos y pasar a la historia como el político que, por fin, acabó con el conflicto. De hecho quizá así conseguía ‘lavar’ la imagen que en el exterior se tiene de su país: se considera la cuarta nación más desagradable, solo detrás de Irán, Pakistán y Corea del Norte. Pero la realidad, como de costumbre, es otra: lejos de hacerlo promete ataques aéreos “más intensos” en Gaza o, dicho de otra manera, usa de nuevo la tensión para reforzar su liderazgo consciente de la posibilidad de que se geste una coalición encabezada por el centrista Yair Lapid y el nacionalista judío Naftali Bennett.
Netanyahu no está solo: Hamás también parece perseguir sus objetivos políticos. El grupo islamista pretende fortalecer su liderazgo en la Franja de Gaza y en la política palestina y destronar al presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, que pospuso las elecciones legislativas, inicialmente programadas para mayo. Ay, la política.
Y en toda esta vorágine se echa de menos nuevamente a la comunidad internacional, con la ONU, EEUU y la UE a la cabeza, sin que a estas alturas del drama la película haya grandes esperanzas sobre su papel. Se limitan a llamar a la calma y la moderación. No parece que ninguna de las dos partes vayan a satisfacer esta petición.
No son más que palabras que caen en saco roto mientras las negociaciones entre ambos bandos se congelan y mientras Israel y Palestina se desangran. Es imposible ser consciente de esto y que no nos duela.