Irving Penn se va a Berlín
Irving Penn (Plainfield, Nueva Jersey, 1917/Nueva York, 2009) era un hombre más bien bajo, no especialmente atractivo y solía vestir de modo informal. Vamos, era un tipo de lo más normal. Sus fotografías no. De hecho, lograron cambiar la visión del mundo de la moda, uniendo arte y publicidad, vanguardia y sentido comercial. Ese hombre gris tenía y sentía una necesidad imperiosa de ser libre para experimentar.
Reconozcámoslo, nadie como Penn supo definir con una precisión tan perfecta el perfil de un abrigo de Balenciaga (y los perfiles de todo). Tampoco nadie cortaba la cabeza de sus modelos en los primeros planos y ahí están esos retratazos que les hizo por ejemplo a Pablo Picasso o MilesDavis. Y nadie había osado sentar a Salvador Dalí en una posición de lo más estrambótica con las piernas abiertas en un espacio minimalista -toda una hazaña si pensamos lo territorial que era el genio de Figueras con su imagen), ni arriconar a Marcel Duchamp en una esquina o envolver el escultural cuerpo de Rudolf Nureyev en gruesa ropa de invierno.
Todo esto viene a cuento porque además de que su trabajo es brillante y querible, el próximo 24, C/O Berlín -un fantástico centro cultural germano enfocado, nunca mejor dicho, a la promoción y la exhibición de fotografía- inaugura Irving Penn. Centennial. Se trata de la exhibición que el Museo Metropolitano de Nueva York, en colaboración con la Fundación de Irving Penn, ofreció el año pasado para conmemorar el centenario del nacimiento del fotógrafo. La muestra es una nutritiva retrospectiva con alrededor de 240 obras que seguramente los berlineses devorarán, dado que es la primera exposición del norteamericano en su ciudad desde hace en 20 años.
Entre las fotografías que colgarán de las paredes se incluyen los retratos a Marlene Dietrich, Alfred Hitchcock, T. S. Elliot o Joan Miró, los de los niños peruanos y los nativos de Nueva Guinea; sus desnudos abstractos, naturalezas muertas, esas exquisitas composiciones de flores o cigarrillos; por supuesto, las glamurosas fotos de moda que hizo para Vogue y los famosos estudios de Lisa Fonssagrives-Penn, la modelo más codiciada de la época, y felizmente para ambos, su musa y esposa a lo largo de 42 años. Las fotografías que le hizo marcaron un estándar estético de la imagen de moda de los años 40 y 50.
La inseguridad fue uno de los motores que afianzaron a las imágenes de Penn. Él mismo reconoció en una de sus escasísimas entrevista al New Yok Times en 1991 -odiaba estar en el ojo del huracán-: "Estoy lleno de dudas sobre la capacidad de captar la imagen que voy a tomar". Las dudas, dijo, "están incorporadas en la profesión".
Debajo de la gentileza y la calma de Irving Penn se escondían una terquedad sin fronteras, una determinación inflexible y un perfeccionismo obseso. "Puedo obsesionarme con cualquier cosa si la miro lo suficiente" -afirmó en alguna ocasión- "Esa es la maldición de ser fotógrafo". Además al igual que Mies van der Rohe, Penn era un adicto al famoso Menos es más. Todo este cóctel, sumado a sus dones naturales y dominio técnico, catapultaron su reputación y prestigio internacional.
Entre 1946 y 1948 Vogue le encargó una serie de retratos de los personajes relevantes del momento. Para ello Penn construyó en su estudio un fondo en ángulo vertical, a modo de rincón, en el que situó a Truman Capote, Audrey Hepburn, Sophia Loren, Woody Allen, Al Pacino o David Bowie, algunos de su extensísima lista de celebridades. Esta localización que distorsionaba la perspectiva y una cuidada iluminación potenciaba la expresión y daba un protagonismo indiscutible a sus modelos.
Irving Penn, un técnico consumado, detallista insobornable en los arreglos de sus bodegones de naturaleza muerta, de cosméticos, accesorios y lo que hiciera falta, adoraba explorar e innovar los materiales fotográficos y por ello era alérgico al demasiado trillado cuarto oscuro y al aspecto estándar de las impresiones editoriales. Por eso, por ejemplo, disfrutaba blanqueando los trazos de su desnudos, eliminando los tonos y haciendo que la piel de sus modelos pareciera dura e implacable... Aunque con su pertinente carga sexual.
Como retratista, el norteamericano apostaba por la sencillez, generalmente gris la austeridad y la concentración psicológica en el personaje retratado. Habitualmente fotografiaba sobre un fondo neutro, generalmente gris y sin elementos accesorios que pudieran distraer la atención del espectador y con una luz aparentemente sencilla y directa. La predilección por utilizar fondos, también la llevaba a cuestas cuando hacía fotos en exteriores.
En la vida de Penn, que había estudiado pintura y diseño y tuvo sus pinitos como pintor, hubo dos personas clave. El primero fue Alexei Brodovitch, al que conoció cuando estudiaba arte en el Philadelphia Museum School of Industrial Arts. El ruso también fotógrafo y diseñador era su profesor y al mismo tiempo el director de Arte de la revista Harper's Bazaar. Irving, muy joven aún, se convirtió en su asistente.
Brodovitch, exiliado de su país, era una estrella en el mundo de la moda y el del diseño gráfico que había trabajado en Europa con Man Ray, Salvador Dalí o Cassandre y con fotógrafos de la talla de Brassaï o Henri Cartier-Bresson pero como hombre no era un angelito, sino más bien todo lo contrario. Además de genio era alcohólico, fumador, un bon vivant, despectivo con los que no destacaban y un tirano en cuanto al del diseño y la fotografía. Su discípulo absorbió toda su sabiduría hasta el extremo... Dado que la economía de Penn, en esa remota época daba bastante penita -por dar algo- el chico dormía en el estudio de su mentor. Aprovechando la coyuntura, por las noches engullía con una atención insaciable una colección de publicaciones que incluían a Arts et Métiers Graphiques, Cahiers d´Art, Verve y Minotaure.
Esa lectura le abrió los ojos hacia la rutilante vanguardia parisina, en especial el surrealismo. Uno de los latiguillos con los que el ruso más machacaba a su ayudante era un "¡Sorpréndeme!". Y viendo lo que hay, no sólo le sorprendió a él y aún nos sorprende a nosotros, sino que tras un periodo como asistente de Brodovitch y dos años pintando cuadros en México, Penn regresó a Nueva York en 1943, y fue contratado por el entonces nuevo director artístico de Vogue, Alexander Liberman. O sea, el segundo personaje esencial de su vida (con permiso de su esposa) con el que daría el salto a la fama.
En el momento de su fichaje Irving era ilustrador y ese arte que llevaba pegado a su ADN fue el que le llevó a colaborar en el diseño de las portadas de Vogue e, incluso, a realizar espléndidos retratos femeninos. Su primera portada (de las 150 que hizo para la revista, en la que trabajó más de 60 años) se publicó en 1943. Fue un bodegón en color con un bolso, un pañuelo, un anillo y un cinturón. Triunfó . Más adelante fue el propio Liberman quien le incitó a hacer sus fotografías. Y al parecer le hizo caso ya que en 1953 fundó su propio estudio fotográfico, etapa en la que pronunció una de las frases más célebres de la historia de la fotografía: "Photographing a cake can be art" ("Fotografiar una tarta puede ser arte"). Ya asumido como un alquimista de la imagen, viajó por todo el mundo: Japón, España, Perú, Nepal, Camerún, Nueva Guinea y Marruecos. Fotos que desde luego se incluyen en la exposición.
Ya no había marcha atrás, Irving Penn, ese artista inseguro había enfilado por la ruta que le llevaría a ser ese Irving Penn que todos los amantes de la buena fotografía seguiremos admirando. Sin duda fue el verdadero precursor de la fotografía entendida como arte y documento, mezcló vanguardia y moda abriendo el camino a gente como Richard Avedon o Mario Testino.
En las últimas décadas de su carrera profesional, Penn amplió su punto de mira colaborando con artistas del exterior como el japonés Issey Miyake, hasta que falleció en 2009 en Nueva York, a los 92 años de edad.
Este artículo se publicó originalmente en el blog de la autora.