Insulta, pero con estilo
Pablo Hasél, con varios antecedentes penales, no es digno de convertirse en mártir, ni es un buen ejemplo de nada.
Insultar a alguien es una pérdida de tiempo, por eso los mayores seres mezquinos, hipócritas, estafadores y demás entes infames y execrables de esta sociedad no merecen mi odio ni por un segundo. No estoy por la labor de cederles una notoriedad que no se han ganado. Otra cosa es desearles lo peor de lo peor en un momento determinado, sin llegar a la obsesión. Por lo general la gente que provoca odio, si lo pensamos un poco, acaba dando pena.
Pero, si aún así estamos por la labor de odiar e insultar, e insisto en que es un desperdicio de energía, por favor, hagámoslo con elegancia. Lo digo, no tanto por una cuestión de estética, sino para darle mayor relevancia, distinción, incluso buen gusto y, sobre todo eficacia a nuestro discurso.
Pautas, todas estas, que brillan por su ausencia en los gargajos y salivazos resentidos y frustrados de Pau Rivadulla Duró. Imagino que una irreductible impotencia así como una inoperancia existencial, a lo largo de sus 33 años de vida, dieron forma a este ser irrelevante conocido, muy conocido ahora, como Pablo Hasél.
Llevarlo a la cárcel por lo que escribe y supuestamente canta, si a lo que hace se le puede llamar música, ha sido un fallo garrafal. Para empezar, por ser un atropello a la libre libertad de expresión y por despertar los fantasmas de una dictadura a la que, cada vez más, seres tan pensantes como el rapero quieren dar una nueva y grandiosa oportunidad. Luego, por regalarle en los medios de comunicación esos 15 minutos de fama que decía Warhol, que ahora, gracias a las redes sociales, le pueden convertir en una celebridad estúpidamente crónica.
Hasta para insultar hay que tener arte. Pablo Hasél, con varios antecedentes penales, no es digno de convertirse en mártir, ni es un buen ejemplo de nada. Lo que sí queda claro. a raíz de la repercusión de sus proezas, es que algo tiene que cambiar. Su detención ha encendido la dinamita en un almacén social repleto de jóvenes sin ilusiones ni expectativas, que de una manera u otra iba a estallar. Y ha explotado. El desmadre en las manifestaciones —que muchos individuos han aprovechado para distorsionar las protestas— es únicamente responsabilidad de nuestros gobernantes, pero tal como es usual en ellos, no reaccionan a tiempo.
Sería penoso que una juventud desencantada y desorientada que está creciendo y formándose en este actual océano de futilidad, siguiera el vacuo ejemplo de este chico alimentado con frustración y resentimiento. Ya suficiente daño hacen los famosos de medio pelo fabricados en reality shows.
Para concluir, yo a Pablo Hasél le condenaría a hacer un curso intensivo de educación básica, otro de música y finalmente alguno de escritura. Si vas a insultar, querido, hazlo para que te den un Nobel como a Cela o imita a gente como Pérez Reverte, que como académico de la RAE ostenta un salvoconducto.