La inflación baja pero los precios suben, ¿por qué y hasta cuándo ocurrirá esto?
La reducción no ha llegado aún a las estanterías de los supermercados, y algunas subidas serán irreversibles, no volverán a bajar.
La inflación es un quebradero de cabeza y el enemigo público número de las familias españolas. Después de llegar al 10,8% en julio, con el final del verano esa cifra se enfrió y empezó un descenso constante hasta el 6,8% que avanzó el Instituto Nacional de Estadística (INE) para el mes de noviembre.
La razón se encuentra, principalmente, en el descenso del precio de la energía y de los combustibles, que también reduce los costes de producción. Pero, ¿por qué si bajan los costes, los alimentos siguen subiendo en el supermercado?
Algunos servicios, y sobre todo los alimentos, aún no se han subido al carro de las bajadas y llenar la cesta de la compra aún duele mucho. ¿Hasta cuándo estarán los huevos, el aceite, la leche, la carne o las verduras por las nubes? ¿Seguirá un café con leche costando 10 o 20 céntimos más que hace un año en la cafetería de la esquina?
El HuffPost se ha puesto en contacto con Manuel Hidalgo, profesor de Economía Aplicada en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla para tratar de poner un poco de orden en torno a todas estas dudas. Los precios bajarán, asegura el experto, pero antes conviene entender también otros conceptos.
¿Sufrimos una inflación de oferta o de demanda?
Existen dos tipos de inflaciones: la de oferta y la de demanda. No son excluyentes, y ambas suelen convivir, aunque en la actualidad, la subida vertiginosa que se ha vivido se debe a la primera. “La inflación de oferta viene motivada por un aumento de los costes de producción que se traslada al precio final del producto”, explica Hidalgo.
Las empresas, para no cerrar, tienen que “mantener márgenes y por eso suben los precios”, prosigue el profesor. La de demanda, en cambio, se produce cuando la capacidad de compra de las personas es más alta porque cuentan con más liquidez y se lanzan a comprar un producto concreto.
Este segundo tipo de inflación lo han vivido algunos productos como los paquetes turísticos, que durante el verano se han encarecido más porque la gente “se ha ido en masa de vacaciones”, expone Hidalgo.
Por lo demás, la inflación de oferta, que es la que ha producido que los precios de los alimentos se disparen, se debe principalmente al aumento del precio de la energía, aunque no solo a eso. “La energía ha sido parte principal, pero también la propia guerra, que ha impedido la importación de alimentos, materias primas o fertilizantes que también venían de Ucrania y Rusia”, sostiene Hidalgo.
La salida abrupta de la pandemia, que ha producido un cuello de botella en la distribución internacional de bienes también ha hecho su parte en todo esto, apunta el profesor universitario.
Pero, ¿va a bajar el pan?
Aunque se repite hasta la saciedad que la bajada de la inflación aliviará la presión sobre la economía, muchos ciudadanos se preguntan cuándo podrán dirigirse a la caja del supermercado sin miedo a sufrir un hachazo en sus carteras.
La respuesta a esta pregunta tan recurrente es afirmativa. Sí, lo más probable es que pronto veamos bajar los precios de los alimentos. “Muchos de los costes que se asimilan en la producción de muchos productos alimenticios se han reducido. El coste del transporte también, el de su mantenimiento... Yo creo que en breve tendremos que ver esta reducción”, opina Hidalgo.
El precio de la alimentación ha ido a la contra del resto de otros grupos como la energía o los combustibles, y acumula una subida interanual superior al 15%. Sin embargo, Hidalgo asegura que son un sector que sí admite “volatilidad”, y que la lógica es que conforme desaparezcan los motivos que han motivado las subidas, estas vayan desapareciendo.
El profesor advierte de que la conjunción de factores ha sido tan variada que es probable que si alguno de ellos permanece, las reducciones no sean tan grandes como podría desearse.
La histéresis: ¿Los precios pueden mantenerse altos?
Es posible que algunos precios no vuelvan inmediatamente a su nivel anterior, la dinámica general es que el proceso inflacionario escale rápidamente pero tarde más en retornar a su cauce, explica Hidalgo. Por contra, habrá algunos que no volverán a reducirse.
“Hay muchos servicios que dependiendo del nivel de competencia que haya en el mercado, sobre todo servicios, y cuando suben, es muy difícil que bajen”, afirma el economista. Para bajarlo a la tierra, Hidalgo señala que esto podría darse en algunos servicios como una consulta privada de psicología, la tarifa de un taxi o un café con leche.
Son precios que normalmente después de subir se quedan parados, “quietos”: “Yo me he tomado un café esta mañana y he pagado diez céntimos más que hace medio año, sin embargo, el precio de la luz, que es la razón de esa subida, es un 50% más reducido que hace dos meses”.
Hay un concepto científico, la histéresis, que define esta dinámica en la economía. Se da cuando las consecuencias que provocan cambios, en este caso la subida de precios de algunos servicios debido a los costes, permanecen aun cuando las motivaciones de ese cambio han desaparecido.
Por aclararlo definitivamente, otro caso de histéresis se dio en España cuando la tasa de paro permaneció por las nubes años después de que la economía volviera a crecer tras el estallido de la crisis inmobiliaria.
¿Deben subir los salarios para solucionar el problema inflacionario?
La subida de salarios suena con fuerza como una de las principales demandas de los sindicatos para paliar la pérdida de poder adquisitivo que ha producido la inflación. Puede ser una solución, aunque hay que poner sobre la mesa varios matices, ya que una subida repentina de los sueldos, lejos de dar una solución, podría echar más gasolina al fuego.
Hidalgo advierte de que indexar las subidas salariales a la subida de los precios supondría que las empresas tuvieran que asumir nuevos costes laborales que obligaran a subir los precios de sus productos otra vez. Y vuelta a empezar, Es lo que se conoce como inflación de segunda ronda, y hay recetas para evitarla, pero conlleva algunos sacrificios.
Para este experto en Economía Aplicada las subidas deben ser graduales, “asumiendo que vamos a ser un poco más pobres” pero que “vamos a recuperar lo perdido en el medio o largo plazo”.
En este aspecto, el Gobierno ha dado una de cal y una de arena. Por un lado, la subida del sueldo de funcionarios en un 9,5% en tres años se enclavaría en esa vía más comedida, mientras que en la otra punta estaría la subida de las pensiones, que ha sido general y de un 8,5% a implantar directamente en 2023.
Las subidas anunciadas por las grandes cadenas de distribución y empresas de restauración y comercio se corresponden a la seda moderada, con subidas de hasta un 18% pero repartidas en 3 o 4 años.
“Lo de las pensiones, a mi modo de ver, es más perjudicial, porque pensionistas hay muchos, con más y menos poder adquisitivo, y a algunos se les podría haber pedido algún sacrificio”, asevera Hidalgo.
Por tanto, subidas sí, pero con cuidado y tino quirúrgico para que la situación no se descontrole. Una posible solución para paliar el empobrecimiento ciudadano, para Hidalgo, pasaría por aplicar estas subidas graduales combinadas con ayudas y bonos para que las familias puedan sostener su consumo.
“Se ha demostrado con el tope al gas, que ha tenido un relativo éxito en la bajada de los precios de la energía, o con los descuentos en el transporte. Eso demuestra que se pueden bajar algunos puntos de inflación por esa vía”, cuenta Hidalgo para exponer las formas en que se puede desahogar la presión sobre las familias.
El salario mínimo merece capítulo aparte, ya que no lo cobran tantas personas y su impacto es más reducido, aunque Hidalgo advierte de que, en el caso de subirse, también habrá que evaluar en qué cuantía.
El otoño caliente que se vaticinaba para la economía española finalmente no ha sido tal, el paro ha seguido bajando y la economía crece a pesar de todo. Habrá que esperar a 2023 para ver si la histéresis se relaja y acaba con la histeria inflacionista o, al menos, deja de ser una pesadilla para reducir su rango al de mal sueño.