Infancia y juventud trans: cuestión de derechos
Los menores trans tienen que soportar demasiadas veces los ataques e insultos de sectores radicales de la sociedad.
La diversidad sexual ha sido una constante en la historia de la humanidad. Lo que ha ido variando, en cambio, es la forma en la que la sociedad responde a esta realidad. Los (las y les) menores trans necesitan urgentemente una respuesta por parte de la sociedad que garantice sus derechos y los proteja de injerencias ideológicas que tienen como único objetivo cercenar el libre desarrollo de la personalidad y de la vida de esos menores.
La campaña Libres e Iguales de Naciones Unidas hace varias propuestas a los estados en materia de identidad de género, entre ellas: “Proteger a los niños y jóvenes trans y que expresen disconformidad de género frente a la violencia y la discriminación y facilitar el reconocimiento de su identidad de género”. Uno de los derechos humanos es, precisamente, el derecho del libre desarrollo de la propia personalidad e identidad, es decir, el derecho de ser quien cada uno afirma ser. El derecho a la identidad, y la obligación de los estados a garantizar dicha identidad.
Los menores trans tienen que soportar demasiadas veces los ataques e insultos de sectores radicales de la sociedad, desde Vox y Hazte Oír hasta cierto sector del feminismo (recordemos a Lidia Falcón llamando a la niña trans que habló en el parlamento de Extremadura como “ese niño”, o actitudes similares de Amelia Valcárcel o Alicia Miyares). Por eso decimos basta ya a los ataques: es hora de que España proteja de verdad a los menores trans y garantice el libre desarrollo de su identidad.
Desde esta tribuna nos ponemos enfrente de aquellos que se han abonado al odio profesional, de aquellos y aquellas que niegan derechos, que niegan la identidad a otros seres humanos. Los menores trans necesitan reconocimiento real y efectivo, necesitan derechos, integridad, respeto. Necesitan ser niños, niñas y niñes libres, necesitan crecer en un ambiente libre de odio.
Desde el acompañamiento a la infancia y juventud trans, a veces surgen emociones encontradas. A veces, brota de dentro un grito de guerra, hastiado, cansado, aburrido y con muy poca paciencia que reclama justicia y amor. Ese grito exclama que sí, que hay niños, niñas y niñes trans. Y jóvenes. Y personas adultas. Que dónde está el problema, que dónde está el drama. Que cualquier edad es la correcta para ser quien realmente se es. Las demás personas, las personas cis, tanto desde lo individual y personal como desde lo colectivo y lo comunitario, tenemos que, simplemente, garantizar espacios suaves, amables y plenos de derechos para que todas las personas trans puedan ser, desarrollarse, encontrar su lugar. En definitiva, los mismos espacios que todes necesitamos para llevar una vida lo más feliz y tranquila posible.
Y este grito de guerra a veces se alinea con un grito que duele, que no entiende por qué aún existe el debate. Por qué aún tenemos que pelearnos con ciertos sectores políticos, médicos, sociales… Incluso, con determinados puntos de vista del feminismo, que temeroso de perder sus propios privilegios, trata de expulsar de sus filas a las mujeres trans, sin darse cuenta de que el enemigo es común. Se llama cisheteropatriarcado y contra este, cuantes más seamos, mejor.
A menudo es necesario conectar con esa empatía que la mayoría de las veces no sentimos desde este lado y entendemos que aún queda pedagogía por hacer. Que aún partiendo de la base de que si te tienes a ti misma por una persona defensora de los derechos humanos, tu responsabilidad es informarte de lo que desconoces y no interpelar a los colectivos vulnerables para que, aún desde su cansancio y su dolor, sean quienes tienen que informar, educar y sensibilizar.
Pero seguiremos siendo generoses y reconociendo sobre todo la generosidad de las personas trans que siguen educando y transformando. Seguiremos explicando que no se trata de cuerpos equivocados, que no se trata de ningún trastorno o incongruencia, que no sea trata de una cuestión homogénea de personas trans deseando tener un cuerpo distinto al que tienen. Que cada vivencia trans es única y legítima, igual que cada vivencia cis. Que se trata de una parte integrante de la sociedad. Minoritaria, sí. Pero enriquecedora, diversa, tan antigua como el resto de la humanidad (no se trata de algo nuevo y mucho menos de ninguna moda) que necesita, que exige que se la reconozca y que sus derechos sean garantizados.
Seguiremos educando. Seguiremos gritando. Seguiremos acompañando. Hasta que deje de ser necesario.