Iker Jiménez logra dar un salto espaciotemporal con su programa sobre los revisionistas
El desarrollo de 'Horizonte' fue del todo espeluznante y paranormal.
Asombroso. Espectacular. Absolutamente insólito. El pasado miércoles Iker Jiménez consiguió lo que tantos otros han soñado: transportar a un grupo grande de personas, unas 750.000, directamente al pasado. Nada de medias tintas, la época elegida fue la Edad Media, en la que la sociedad se dividía entre quienes tenían privilegios y quienes no tenían ningún derecho.
El conductor del programa de Cuatro consiguió el increíble milagro en riguroso directo separándonos en dos grupos claramente diferenciados. En el plató, estaba la clase privilegiada, a la que se le permitía emitir cualquier tipo de mensaje (artistas, periodistas, políticos e influencers). Fuera del plató, en los sofás de sus casas y en las redes sociales, estaba el populacho, la plebe, el vulgo o quienes no teníamos ni idea de nada y mucho menos derecho a manifestarlo.
Fue una experiencia realmente sobrenatural sentir la saya sobre nuestras cabezas y temer que se nos aplicara algún método de tortura por atrevernos a manifestar en público una opinión personal. Enhorabuena a todo el equipo por semejante heroicidad-
Como los temas paranormales no daban para más Cuarto Milenio, ahora llamado Horizonte, se dedica a comentar la evolución de la pandemia y algunos temas de sociedad. Con el mismo tono con el que Jiménez se preguntaba si habría vida en otros planetas, ahora analiza los contagios por coronavirus y se pregunta si los youtubers deben o no abandonar el país.
Esta semana el oscuro tema a tratar era “La España Ofendida”. El presentador apareció con un gran letrero rojo detrás que ponía “CENSORED” —podrían al menos haberlo traducido al castellano— y nombró a “los revisionistas”. Unos peligrosos seres que pretenden modernizar la comunicación y liberarla de los estereotipos machistas, racistas, homófobos y clasistas. Para detener esta amenaza mundial contó con una pluralidad de voces expertas entre las que no se incluía ninguna feminista, no caucásica, homosexual, transexual, discapacitada o de clase media-baja.
El conductor de la máquina del tiempo comenzó saludando efusivamente ”¡hola amigos!” pero dudando de si debía decir también amigas. ”¡Ya no lo sé!” exclamaba, como si le hubiese abducido una nave espacial y se encontrara desubicado en el mundo de Narnia. Seguidamente aseguró que para los presentadores y los periodistas existe una especie de “presión permanente”, que no saben si están “ofendiendo a alguien” y detectan que hay “una piel muy fina en general”. Es curioso que no sean capaces de detectar sus propias carencias en cuanto a comunicación respetuosa, pero perciban claramente que reaccionamos de forma exagerada.
El desarrollo del programa fue del todo espeluznante y paranormal. Una proyección de anuncios sexistas ante los que los colaboradores se partían de risa. Un cantante asegurando que ahora tenemos menos libertad. Un profesor de economía insultando literalmente a quien opina diferente: “incultos”, “idiotas”, “complejo de inferioridad”. Un filólogo diciendo que Los Aristogatos son dibujos inclusivos y una copresentadora asegurando que los Conguitos no son racistas porque también hay blancos.
Se calificó de ruido, mentes enfermas y atrasados a quienes cuestionan los relatos emitidos por el cine, los medios o la publicidad. Se insistió en la idea de que tanto el arte como el humor son incuestionables, como si la cultura o la f i c c i ó n —palabra que pronunciaban muy despacito como si fuésemos tontos— no fuesen una fuente de educación y de socialización.
Se comparó a quienes se quejan con los que tiran una botella en un concierto al cantante, metiendo en el mismo saco a quienes insultan, a quienes intentan reflexionar, a trolls y a personas que trabajan día a día desde diversas instituciones para mejorar la comunicación. El elenco de argumentos fue de una calidad tal que logró elevarnos a otra dimensión: la de irnos a la cama y apagar el televisor.
Las redes sociales han permitido que todas las personas podamos emitir mensajes, lo que ¡por fin! ha democratizado la comunicación. Es normal que después de tantos años de monólogos emitidos una única dirección —la de quienes tenían el poder hacia quienes no podían responder— las personas se manifiesten libremente, incluso con mensajes de desaprobación. Cuando alguien señala un contenido que considera injusto, su objetivo no es retirarlo, sino reflexionar sobre lo que resulta perjudicial para no seguir cometiendo el mismo error.
El lenguaje da forma a nuestro pensamiento y vertebra la forma de relacionamos. Por eso, es conveniente reducir los estereotipos y ampliarlo con nuevas perspectivas que nos briden una mayor libertad. Esto parece que no gusta a quien hasta ahora gozaba del comodín de la incontestabilidad, porque consideran una amenaza tener que actualizarse y ponerse a estudiar.
El miércoles pasado quedó patente que quienes tienen el privilegio de estar en los medios no saben, necesariamente, de lo que hablan y que algunas de las voces supuestamente no autorizadas, están poniendo el dedo en la llaga.