Hombres, violencia y masculinidad
Parten de su condición superior basada en lo que los hombres blancos han decidido para sí mismos y para el resto de la sociedad.
El asalto al Capitolio por los seguidores de Trump muestra cómo la violencia es uno de los principales instrumentos de la sociedad y cómo las referencias sociales vienen definidas por el machismo que los hombres han creado en forma de cultura para hacer de todo ello “normalidad”.
Y para no desvelar su entramado y estrategia necesita presentar sus acciones como “casos aislados”, como producto de determinados hombres o de ciertas circunstancias, justo lo mismo que hace con la violencia de género y los 60 homicidios de media que se producen cada año, que todavía no se entienden como una consecuencia del machismo social capaz de generar esos 60 asesinos anuales, y se intentan presentar como “casos aislados”.
Pero no se trata de casos aislados, todo lo contrario, es la dinámica de un modelo que busca defender el poder sobre las condiciones que previamente ha decidido que deben tener quienes ejerzan ese poder. Y en esa construcción androcéntrica los hombres pasan por ser la referencia para desarrollarlo y decidir, siempre que así lo consideren, si quieren que haya alguna mujer junto a ellos, y, sobre todo, qué estrategias se deben desarrollar para defender ese modelo que los sitúa en la cúspide y con la capacidad de influir y determinar la realidad.
Todo forma parte de un proceso, no de un accidente, y lo ocurrido en el Capitolio es el resultado de lo que Donald Trump empezó a preparar durante la campaña electoral, al afirmar que se iba a producir un fraude, al pedir a sus seguidores violentos de ultraderecha que estuvieran atentos, al negarse a aceptar el resultado de las elecciones afirmando sin ninguna prueba que se había producido el fraude, y al manifestar ayer en un discurso que era la hora de “dirigirse al Capitolio” para que otros lo tomaran.
Todo eso que está perfectamente documentado en lo sucedido con Trump es un ejemplo de su manera de entender el poder (político, económico, familiar, relacional…) y de la mentira machista que ataca directamente a quien considera inferior: votantes progresistas, mujeres, población negra y otros grupos racializados, extranjeros, personas LGTBIQ+… porque ellos parten de su condición superior basada en lo que los hombres blancos han decidido para sí mismos y para el resto de la sociedad, por eso necesitan ser ellos quienes ejerzan el poder.
Pero Trump no es solo Trump. Trump es el Partido Republicano con su acompañamiento, son algunos medios con su complicidad, y es la gente con su apoyo a todas estas estrategias.
Ningún caso individual sería factible sin esa complicidad general. Hace falta poder para poder abusar del poder, y las alternativas al modelo machista no tienen poder. Por eso no sólo no pueden hacer pasar una mentira por verdad, sino que ni siquiera pueden evitar que la verdad sea presentada como una mentira por parte del lado machista. Porque el modelo androcéntrico cuenta con el poder material para hacerlo y con la receptividad social para aceptarlo.
Trump siempre dirá que él no asaltó el Capitolio, incluso negará que llamó a hacerlo, y manifestará que se trató de “grupos aislados”… Y será creído.
Ocurre lo mismo cuando un hombre asesina a una mujer, nadie ve a todos los hombres que maltratan a diario entre la invisibilidad creada por la cultura, y tampoco a todos los hombres que minimizan, justifican o insinúan que la mujer “habrá hecho algo”, y mucho menos a los que se mantienen en una aparente posición de neutralidad ante esta violencia. Tampoco se ve a los medios que dan voz a quienes cuestionan la realidad de la violencia de género o a quienes intentan ocultarla detrás de otras violencias, ni a quienes mienten y manipulan cuando se habla de estas cuestiones. Pero al final, cada año, 60 hombres de media asesinan en España a 60 mujeres desde la normalidad. Sin ese contexto social que normaliza la violencia, la minimiza y la contextualiza no se podría producir el homicidio final.
Por eso hay una responsabilidad directa de los hombres para erradicar esta violencia, y lo mismo que reaccionan para decir que la ley integral va contra “todos los hombres” o que no todos los hombres maltratan, deberían reaccionar para decir que todas las personas que agreden a través de la violencia de género son hombres, y que todos los hombres deberían implicarse en su erradicación.
Pero no lo hacen, prefieren seguir mintiendo, justificando y jugando al “y tú más”. Y no lo hacen, no por desconocimiento, sino con plena conciencia de que lo que está en juego es su modelo de poder y sus privilegios.
La propia escenificación del asalto al Capitolio, con esos hombres disfrazados de “más hombres” (militares, vikingos, paramilitares o del mismo Trump), escenificando conductas de poder, como poner los pies sobre la mesa de la presidenta del la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y haciéndose selfies de todo tipo, recuerda mucho a la reivindicación de la virilidad que hacen los hombres a través de la violencia de género, y los vídeos que graban y comparten en las agresiones sexuales que cometen. Pues no basta con ser hombre, hay que demostrarlo.
Porque todos ellos, los que han tomado el Capitolio y los que recurren a la violencia de género, son más hombres para el resto al haber actuado de ese modo. Ninguno de ellos es cuestionado como hombre por los demás; serán delincuentes, antidemócratas, exaltados o asesinos, pero todos ellos son más hombres al final del episodio.
Ya se encarga el modelo de defender esa masculinidad y el recurso a la violencia presentando sus conductas como “casos aislados”, y que todo siga igual bajo las referencias androcéntricas de poder que actúan desde la invisibilidad para que se sigan produciendo “casos aislados” por exceso, cuando la normalidad no logra mantener el orden dado por defecto.