Hollywood y la estupidez automática
Will, Chris y los otros cuatrocientos que estaban en el Dolby Theatre de Los Ángeles son una panda de tarados.
La tesis que se defenderá hoy es que es simplemente imposible pertenecer al star system y no volverse imbécil. Majadero. Gilipollas. Estúpido. Lerdo perdido. Escribo esta columna a cuento de los diez años de destierro a los que la Academia de Hollywood ha condenado a Will Smith con motivo de la hostia que le metió a Chris Rock. Pero estaremos todos de acuerdo en que rara sería la semana en la que esta columna no pudiera relacionarse con algún tema de actualidad. Que nadie vea en los anteriores epítetos una crítica o un juicio moral. El mundo del espectáculo te convierte en un idiota igual que el sol te pone moreno o el paso de los años te causa arrugas. No depende de ti. Es un fenómeno de la naturaleza. Es mecánico, automático, universal, inevitable. Le pasaría a usted. Me pasaría a mí.
Permítame el lector que me dirija a la improbabilísima estrella de Hollywood que, debido a una anomalía en el continuo espacio-tiempo, está leyendo esta columna: eres tonto del culo. Pero el verdadero motivo por el que deberías enfadarte cuando te decimos esto no es porque te estemos insultando. Deberías cruzarnos la cara de un guantazo porque los que te hemos vuelto un majadero integral hemos sido nosotros. Te hemos arruinado la vida. Te extrañará la palabra “arruinado” aplicada a ti, que lees esta columna en tu mansión de las islas TikiTiki en el Pacífico Sur, mientras que yo la escribo en el 3ºC del número 67 de la Calle Del Montón. Pues sí, me reafirmo, cada uno de nosotros que te ha tratado como si no fueras uno de nosotros ha hecho descender una décima de punto tu cociente intelectual.
¿Hace cuanto tiempo que Will Smith no habla con alguien que no sea un perfecto cínico? ¿En qué década se celebró la última fiesta a la que asistió en donde la absoluta totalidad de los invitados no fueran unos completos atorrantes? ¿Qué edad tenía la última vez que entró en un bar sin que se interrumpieran todas las conversaciones para mirarle entre codazos nerviosos de los clientes? ¿Hay alguien en su vida que le hable con franqueza y sin miramientos, y que no sea también otro idiota? ¿El nivel de adulación extrema que recibe constantemente tiene la menor relación con la calidad de sus actos? ¿Hay una sola persona en el mundo que pueda mezclar dosis masivas de inseguridad, narcisismo, escrutinio público y manías extravagantes sin sufrir una profunda pedrada en una parte u otra de su cabeza?
No, es imposible. El bofetón de Smith a Rock lleva dos semanas siendo analizado en los mismos términos en los que analizaríamos la leche que le metió mi tío Marcelino a Celestino el del bar aquella vez que le soltó una grosería a mi prima. ¿Machismo, honor, falta de sentido del humor? Nada de eso tiene sentido si no se combina con la base de esta pizza: Will, Chris y los otros cuatrocientos que estaban en el Dolby Theatre de Los Ángeles son una panda de tarados. Es cierto que los culpables de esa pandemia de majadería sin vacuna en la que vive esta gente somos usted y yo. Pero también es cierto que en el pecado encontramos la penitencia, ya que estamos pagando muy cara nuestra falta: Will, Chris y los otros cuatrocientos que estaban en el Dolby Theatre de Los Ángeles son los que están ahora educando a nuestros hijos.