Henri Bergson, el filósofo que influyó en la magdalena de Proust
Marcel Proust, el escritor que revolucionó la literatura creando uno de los pilares sobre los que se sostiene el pórtico de la novela del siglo XX, En busca del tiempo perdido (1922) –los otros pilares serían el Ulises (1922) de James Joyce, El proceso (1925) de Kafka, La señora Dalloway (1925) de Virginia Woolf y El ruido y la furia (1929) de William Faulkner–, leyó con interés a Henri Bergson y sus teorías de la memoria.
Bergson dio un giro copernicano a la concepción de la memoria estableciendo que el ser humano no recuerda el pasado desde el presente sino que, al contrario, vamos del pasado al presente, del recuerdo a la percepción. Con esta idea, Proust elaboró en Por el camino de Swann las evocaciones continuas del narrador, trayendo al presente su niñez a través de lo que los olores, los sonidos y los sabores eran capaces de hacerle revivir. Así fraguó el famoso episodio de la magdalena, ejemplo canónico de cómo funciona la memoria asociativa e involuntaria, esa asociación inesperada y súbita que nos trae al presente un hecho inopinado del pasado.
Henri Bergson nació en París en 1859, hijo de un músico polaco y una discreta madre irlandesa. Estudió filosofía y pronto se dedicó a enseñarla en la cátedra que obtuvo en el Colegio de Francia. Bergson dio muestras de ser una lumbrera desde muy joven, y con apenas 30 años se doctoró en filosofía con dos tesis, una sobre Aristóteles, en latín, y otra que fue la que le dio la fama, sobre los datos inmediatos de la conciencia.
De cráneo prominente, calvo, de perfil aguileño, más bien delgado, con un bigotito recortado a la moda y unas cejas abundantes que dejaban sus ojos siempre en semipenumbra, Henri Bergson usaba gruesos trajes de color oscuro y se paseaba con un sombrero hongo por las calles de París. Se casó en 1892 a los 33 años de edad con Louise Neuburger, precisamente una prima de la madre de Proust, quien por cierto no sólo fue a la boda sino que, al parecer, formó parte del cortejo nupcial. Tuvieron ambos cierta relación, aunque más bien fría y distante: llegaron a intercambiarse cartas, coincidir en jurados e incluso compartir su problema común de insomnio y hablar de las píldoras que tomaban para dormir, pero poco más.
En 1922, Albert Einstein y Henri Bergson tuvieron una fuerte disputa pública sobre la idea del tiempo.
Bergson publicó en vida sus principales obras (entre ellas, quizá la más importante sea Materia y memoria) pero con el paso del tiempo han ido apareciendo, compiladas, sus clases magistrales, a partir de las notas y los apuntes que sus alumnos tomaban directamente en las aulas. Bergson era un profesor concienzudo y preparaba sus lecciones con el rigor que se le exige a un catedrático. Pergeñaba bien sus esquemas pero dejaba cierto margen a la improvisación y a la libertad de las ideas.
Ahora, la editorial Paidós ha publicado un libro inédito, Historia de la idea del tiempo, en base a los apuntes de su alumno, el ensayista Charles Péguy, unos apuntes que corresponden, tal y como dijo el destacado filósofo francés Roger-Pol Droit, "a esa época en que los profesores hablaban como libros y los alumnos anotaban como escribas". Historia de la idea del tiempo recoge el famoso curso que marcó el comienzo de la "gloria de Bergson", impartido en el Collège de France entre diciembre de 1902 y mayo de 1903. En él trata el tema fundamental que ocupó su pensamiento: cómo se ha ido transformando la idea del tiempo a lo largo de los distintos sistemas filosóficos.
Bergson, que fue una eminencia en este terreno, se enfrentó en un duelo titánico con Albert Einstein a propósito de la idea del tiempo. En 1922, el filósofo francés había publicado un libro titulado Duración y simultaneidad donde refutaba la noción de tiempo que Einstein explicaba en la teoría de la relatividad. El científico alemán, que acababa de recibir el Premio Nobel, leyó la obra de Bergson y expresó despectivamente que "el tiempo de los filósofos no existe". Bergson se indignó tanto con esas declaraciones que retó a Einstein a debatir sobre la cuestión. El 6 de abril de ese año Einstein visitó París y aceptó reunirse con Bergson para medirse intelectualmente y discutir en francés sobre sus respectivas teorías.
A diferencia de Einstein, que sostenía que el tiempo es una magnitud relativa que depende de la velocidad de la luz y de las fuerzas gravitatorias, Bergson consideraba el tiempo como una medida subjetiva que tiene que ver con los procesos internos de cada ser humano, y no hay una pauta para medirlo objetivamente ya que es una mera sucesión de instantes, un continuum que no se puede detener ni fragmentar. Para él, el tiempo no se puede pensar como algo fuera de la conciencia, algo que Einstein machacó en su teoría de la relatividad. Ninguno de los dos logró convencer al otro, pero la polémica prendió la llama del debate al que se sumaron posteriormente otros pensadores como Heidegger, Popper o Bertrand Russell.
Bergson murió finalmente en enero de 1941, unos meses después de que los nazis comenzaran la ocupación de París. Para entonces, llevaba casi veinte años desaparecido. Su fama, que había subido de forma tan meteórica especialmente por la confrontación con Einstein, cayó vertiginosamente de la noche a la mañana. Durante la ocupación nazi, renunció a todos sus puestos oficiales y, un día de diciembre de 1940, se le vio esperar su turno en la fila de la calle, junto a otros judíos franceses. Iba con su pijama y sus pantuflas, y una bata por encima. Murió unas semanas después, a los 81 años de edad, de una bronquitis traicionera.