Hay niños delante
Como si ellos se fuesen a escandalizar por ver a una persona con una vestimenta “demasiado femenina”.
El mismo día en que se conmemoraban en todo el mundo los disturbios de Stonewall de 1969, en nuestro país el vídeo de una nueva agresión homófoba se hacía viral.
Por si todavía no la han podido ver, en las lamentables imágenes vemos cómo un individuo amenaza e insulta a una persona por considerar que su forma de vestir es “demasiado femenina”. Todo ello sucede en el interior de un establecimiento de comida rápida de la Ciudad Condal, y ante la atenta pero impasible mirada del vigilante de seguridad del establecimiento que, probablemente, no sabe muy bien cómo actuar para solucionar la situación por las restricciones legales a las que están sometidos.
Las altas temperaturas de estos días provocan el deshielo de las cumbres más altas de nuestro país y, como ha quedado de manifiesto, los habitantes de las cavernas pueden por fin bajar a los pueblos y ciudades.
Dentro de la intolerancia, el odio y el miedo que desprenden las palabras del agresor, encontramos frases como «te voy a hacer heterosexual a hostias» que recuerdan a las conclusiones del estudio publicado en 2012 sobre la conducta homofóbica, realizado conjuntamente por investigadores de la Universidad de Rochester, de Essex y de la Universidad de California. En dicho estudio, se concluía que en gran parte de los casos esa conducta de odio venía dada por la amenaza que para ellos suponen gays y lesbianas, al recordarles tendencias personales que el propio agresor tiene pero que trata de evitar a toda costa. Esto puede ser debido a la poca aceptación personal del atacante, o a la educación que ha recibido en casa por parte de unos padres que, a lo mejor, lo quisieron hacer heterosexual a hostias.
Independientemente de la historia personal del agresor, al que le deseo que se acepte si es el caso mientras cumple la condena que le corresponda, hay una frase en el vídeo que me ha llamado particularmente la atención. Llegado el momento, y para tratar de justificar su actitud cuando más personas entran en escena, este individuo dice «que hay niños delante». Como si ellos se fuesen a escandalizar por ver a una persona con una vestimenta “demasiado femenina”. Nada más lejos de la realidad. Si alguien estaba perjudicando allí a los niños era él con su discurso del odio.
Ojalá los adultos fuésemos igual de tolerantes que lo son los niños… antes de que nosotros les enseñemos a odiar, claro. Ellos nacen libres de prejuicios, y quienes trabajamos entre ellos, sabemos perfectamente que son a ellos a quienes menos importa cómo una persona vaya vestida. Solo hasta que aparece un adulto y les enseña que los hombres no pueden llevar falda, que esa camiseta “es de chica”, que todas las niñas tienen que ser guerreras y que los niños no pueden ser príncipes sensibles.
Decía el filósofo griego Plutarco que el cerebro de un niño no es un vaso por llenar, si no una lámpara por encender. Pero a menudo los adultos nos empeñamos en llenar el de nuestros hijos con nuestras vivencias, prejuicios, miedos e ideales.