Harta de las feministas, ¡esto nunca me puede pasar a mí!
“La calle y la noche también son nuestras”, es un eslogan del que se hacían eco las mujeres de la década de los 80. Y el leer sobre esta cuestión, a mí ha resultado una interpretación de palabras que me ha producido cierto nerviosismo.
El motivo es que escucharlo me hace consciente de que estamos todavía situadas en discursos del ayer –que lo de atrás todavía persiste y aún con más conciencia escabrosa–, que vuelven a salir a la palestra cuestiones que en aquel tiempo fueron consideradas como vencidas. Y en la práctica social actual, todo parece indicar que no es así. Que en contra de lo que pudiera parecer, sigue siendo un sesgo relacional que no solo se ha mantenido en el tiempo sino que se ha trasformado en justiciero.
La continua sexualización de la figura de la mujer y su permisivo uso y abuso como títere de juego, siendo desvirtualizado de humanismo, configuran elementos cognitivos que dan alas al machismo para convertir a cualquier mujer por el hecho de serlo, en un posible elemento de dicho juego; independientemente de la gravedad de los resultados, de sus consecuencias.
O sea, se desarrolla la disociación entre el ser humano y la figura objeto de pertenencia con la que poder hacer y deshacer según se quiera.
Y esto, además de escabroso, es la fundamentación por la que se hace necesaria la educación como preámbulo primero para la erradicación del machismo.
Educación en todos los sentidos. No es de justicia que se hable y trabaje un aspecto específico, en un contexto determinado, cuando a la hora de extrapolarlo a todas las demás áreas de la vida, no se produce tal diversificación de contenido.
Por tanto, no se avanza lo suficiente. No se asienta la creencia asociada al desarrollo de la psique, de la cognición de la persona, sino que todos los demás estímulos (audiovisuales, lecturas, música, arte…), dan lugar a la globalización de la temática en cuestión.
Por ejemplo, en clase podemos hacer un taller de educación afectivo-sexual pero en contraposición, otras muchas vías de conocimiento que son contrarias a lo que se acaba de trasmitir, así como el marketing y publicidad que se hace de ello, adoptarán un papel protagonista que es difícil de suplir.
Veáse, hay pornografía que rompe todo principio de la figura de la mujer, así como la explotación sexual o el uso de la prostitución (por ejemplo, violaciones en grupo). A su vez, las revistas, canales de YouTube, grupos de música o tendencias musicales, etcétera, trasmiten el mensaje de subordinación así como uso y abuso de poder, en este contexto que señalamos como ejemplo.
Por tanto, dentro de la sociedad, cada una con sus diferencias culturales, se establece como la norma de funcionamiento: LO NORMAL.
Tengamos en cuenta algo, LO NORMAL, solo es la norma. No significa que sea lo bueno.
En sociedad tendemos a confundir lo normal como “lo que hay que hacer” porque “como lo hace todo el mundo”, tengo justificación para no entrar en conflicto psíquico conmigo mismo o conmigo misma.
Es decir, mi autoconcepto se mantiene.
La persona que soy en base a los valores que me representan, se mantienen. Cuanto más se acerque lo que soy con lo que debo ser, más regulada estará mi autoestima. Y viceversa.
Uno de los problemas asociados al maltratador, en cuanto a su percepción social y a la propia autopercepción, es que la construcción de su “yo”, ha ocurrido. Y ahí puedes empezar a detectar qué te puede ocurrir a ti.
Se ha creado un panorama en el que solo la persona que pega, humilla, insulta y produce diferentes actos aberrantes, es un maltratador. Lo cual facilita la idea de desligarse del mundo de las desigualdades.
Luego, la sociedad difícilmente reconoce el maltrato a la figura de la mujer sino es mediante la violencia explícita. Hay un enlace entre: maltrato-violencia-asesinato. Y evidentemente no todos los hombres son así, ni mucho menos.
Si bien es cierto que hay diferentes formas de desigualdades en las que las personas estamos inmersas, que necesitan ser superadas para hablar de una igualdad real.
A nivel psicológico, en mi opinión, hay que bajar al terreno de los pensamientos y lo conductual; y tratar de hablar lo menos posible en términos abstractos porque en general no estamos en campos académicos en el día a día, si no en la vida diaria que conlleva el qué se hace y qué se dice.
Las mujeres estamos educadas para ser cuidadoras y los hombres están educados para ser cuidados. Y al romper este ciclo de “tradicional convivencia”, surgen los desajustes y acusaciones porque ellos no entienden el cambio de mentalidad que va surgiendo en la sociedad; especialmente de la mano de las mujeres.
“No me respetas” quiere decir: no haces aquello que tienes que hacer por mí, por tanto tengo derecho a meterme contigo y luchar por lo que me pertenece. Tú me haces mal a mí y yo solo lucho por lo que es mío.
Y para ello, la violencia no es más que el instrumento permitido y distribuido (empecemos por un videojuego) hasta el más recóndito lugar.
En resumen: puedes detectarlo siendo consciente de la distribución machista que hay en todos los medios con los que te relacionas. Es decir aquello que nos envuelve y nos conforma como personas; como sociedad.