Guerras de conquista y esclavitud
La estrategia es arrasar. Borrar la memoria. Imponer el relato, para que la ficción, el teatro, se imponga sobre la realidad
Mientras el ejército de Putin machacaba a las ciudades y pueblos ucranios, con una saña inconcebible en el mundo civilizado, al menos como lo entendemos en las democracias sin apostillas, el presidente ruso celebraba una convención trumpista en Moscú. Solo faltaban los globitos azules y rojos, símbolo de la Federación. El ambiente en el enorme polideportivo, abarrotado de fieles y demás deudores era de fiesta de entronización. Había incluso un altar central, como el templete de los papas en el Vaticano, en el que oficiaba el antiguo espía del KGB.
A no muchos kilómetros de allí, a tiro de cañón, seguía fluyendo uno de los mayores éxodos de la historia; casi cinco millones de civiles, mujeres, ancianos y niños, salían hacia el exilio en países civilizados. Ante este bofetón, el Kremlin ordenó pasillos ‘humanitarios’, en realidad, ‘humillatorios’— así aparece en algunos medios— hacia el régimen palanganero de Bielorrusia o hacia la propia Federación rusa. Los pocos que eran ‘captados’ eran de inmediato deportados. Si nos guiamos por la historia, las estepas heladas de Siberia registrarán un anormal empuje demográfico. Siempre ha ocurrido así. Eso se llama Gulag.
La estrategia es arrasar. Borrar la memoria. Imponer el relato, para que la ficción, el teatro, se imponga sobre la realidad. Si en Estados Unidos, la patria de la democracia moderna, hubo un descarado intento de golpe de estado con la toma del Capitolio, azuzada por Donald Trump, en Rusia hay mejores condiciones para una vuelta a la macabra atracción por el autoritarismo y mutatis mutandis a la dictadura.
Putin no ha descubierto un Nuevo Mundo: quiere reciclar los ‘valores’ del más viejo y obsoleto, con fatal ignorancia, ya se verá más adelante, de la enorme, colosal e inacabable fuerza motriz de la libertad, aunque a veces las ideas pierdan fuelle temporalmente. Pero hay algunas que son como el ave Fénix, en permanente proceso de resurrección.
Volvamos al festival en el que se disfrazaba la muerte con las mortajas de una historia inventada sacada a hurtadillas de los sepulcros, las mazmorras, los destierros al corazón helado de la Patria. Volver a las tinieblas del absolutismo zarista. La guerra de reconquista del putinismo y la oligarquía, tal para cual, es como todas las guerras de conquista: una guerra de esclavitud. La ‘Madre Rusia’ que encarna Vladimir Putin no ofrece a los ucranios ni democracia ni progreso ni bienestar.
Ante la barbarie desatada para sojuzgar a un país libre, que ha demostrado que es falso que no sea un pueblo libre, orgulloso de serlo, que se niega a que un conquistador lo conquiste con la excusa de salvarlo de sí mismo, la Unión Europea y en general todo el ‘mundo libre’ ha enmendado por la vía de urgencia su estrategia de seguridad y defensa. Alemania marcó la senda con un histórico aumento del gasto militar: el canciller socialdemócrata alemán Olaf Scholz anunció al comienzo del conflicto un plan extraordinario de rearme de 100.000 millones de euros, apadrinado por los tres partidos de la coalición: el socialdemócrata SPD, los Verdes y el Liberal. La OTAN, en su conjunto, ha decidido subir su presupuesto militar hasta acercarse al 2%. También España.
Durante casi ‘80 años’ el continente vivió sin guerras tras las dos mundiales, la de 1914-918 y la de 1939-1945. El lobo nacionalista, mutadas y estraperleadas de ideologías, asomó la pata debajo del disfraz y enseñó las fauces en los Balcanes. Aunque al final tuvo que intervenir la OTAN, cuando su secretario general Javier Solana comprobó que no valían las tiritas para ese tumor, aquello se consideró, más un deseo que una realidad, una excepción balcánica.
La Alianza Atlántica, considerada por Manfred Worner “la maquinaria de paz más poderosa de todos los tiempos”, contuvo el expansionismo soviético. Los estados del Este secuestrados y con su soberanía limitada, socios a la fuerza del Pacto de Varsovia, ayudaron al desplome con sus ansias de algo tan elemental como vivir mejor y ser dueños de su destino y no realquilados de un gran propietario.
En España no hay esta sensibilidad europea. Como decía Hans Mathoffer, ministro de Willi Brandt, y el ‘amigo alemán’ por antonomasia de Canarias, fue ‘hijo adoptivo’ del municipio turístico grancanario de San Bartolomé de Tirajana:
“Ustedes no tienen a los rusos al lado, dividiendo a las familias, no han vivido la realidad de lo significa el Muro…”. Además, añadía siempre que los españoles no vivieron las guerras mundiales, no fueron salvados primero del nazismo y luego del comunismo por los americanos, por las tropas del Imperio británico, por la resistencia de las democracias… y por la Alianza Atlántica. “A la OTAN hay que fortalecerla”, me decía rotundo en los 80. “Ustedes tuvieron su guerra civil”, reiteraba, y añadía que por eso la sociedad española no entendía, y en parte sigue sin entender, el constante desafío europeo. Por eso en España hay una profunda y subconsciente aversión a las armas, y la predicación del desarme y el pacifismo doctrinario como equivalente a la paz es una especie de respuesta pavloviana a los ‘pronunciamientos’ y golpes militares tan enraizados en el país.
Pero los tiempos cambian.
Ante la decisión de la parte socialista del gobierno de Sánchez de implicarse al lado de los aliados en defensa de la libertad de Ucrania y frenar el desbocado imperialismo de tierra quemada de Putin… la facción podemita y los restos del naufragio comunista, esa parte cuyo dogmatismo y apego a las esencias les llevó a considerar al eurocomunismo poco menos que ‘alta traición’, ha apostado por la diplomacia como un fin en sí misma y no como un medio. Porque como un medio ha fracasado ante el cinismo criminal de Putin, que se ha adentrado henchido de soberbia y resentimiento con efecto retroactivo por los senderos del genocidio y los crímenes de guerra. Rusia, China, Trump, Bolsonaro, Orbán, Le Pen, Abascal, el Salvini verdadero, los neofascismos europeos contemporáneos que beben el agua podrida de las cloacas del populismo nacionalista de los años 30 del siglo XX, y anteriores afluentes… están ahí recordándonos que ‘bicho malo nunca muere’.
“Hay que defender el estado de bienestar”, dicen, oponiéndolo a la inversión, que no estrictamente gasto, en inteligencia, seguridad y defensa. Es un olvido
imperdonable de las duras lecciones que tanta sangre han costado y que debieran de haber sido aprendidas. Este pacifismo en estas circunstancias es un apoyo objetivo a Putin, queda por saber si por manifiesta ignorancia, o por quedar bien… sin mirar a quién, o por mala fe ‘procesal’.
Si la gente muere, para nada les sirve el Servicio Nacional de Salud. Muchas veces solo las armas garantizan la salud y tener la convicción de que los únicos cohetes que asustan al vecindario son los fuegos artificiales. La experiencia, y el correcto análisis geopolítico, son los mejores TAC para el diagnóstico y la receta.
Hay otro dato para la ecuación: el repentino giro de la política española con respecto a la antigua colonia española del Sahara Occidental. Este golpe de timón en medio del temporal de la parte PSOE del ejecutivo no se puede entender si no se enmarca en las nuevas circunstancias de la geopolítica mundial; incluidos los efectos secundarios de la guerra de Putin.
Mohamed VI ha reavivado la solución autonómica, durmiente desde hace años, con un modelo parecido al vasco, al catalán y al canario; a su vez ha conseguido el apoyo de EEUU, de Francia, de Alemania….Numerosos países ya han establecido consulados en El Aaiun y Dahla, la antigua Villa Cisneros. El rey alauita ha impulsado un fuerte programa armamentístico parejo al diplomático y al publicitario; airea las maniobras navales y aéreas con Washington mientras gradúa los ‘saltos’ en la frontera de Ceuta y Melilla y fomenta el tráfico de pateras y cayucos a Canarias…buscando la inquietud social.
A su vez, se enconan las relaciones de la tradicional enemistad entre Argel y Rabat, aumenta la amenaza yihadista y la desestabilización en el área, peligra la producción y suministro del gas, y también el control del Estrecho… La ONU, a su vez, ha acabado decantándose por una solución autonómica, que podría encajarse en sus resoluciones de referencia. Blanco, líquido y en botella es leche, o Calcium 20. Más Europa, más alianzas estratégicas, más capacidad de disuasión, más pegar el hombro con los que defienden las mismas ideas y el mismo estilo de vida…
Dicho esto, lo normal hubiera consultarlo antes con el PP y con los socios de Podemos. Pero tampoco ellos son ‘normales’ en estos momentos. Porque son ellos, y sus circunstancias.
Los Reyes Magos son los padres y Yuppi no existe. Aunque duela reconocerlo.