Cansar a Rusia como plan: qué es la guerra de desgaste y qué implica para Ucrania (y Europa)
Siete semanas después, el conflicto sigue, con unas tropas más débiles y concentradas en el Este, pero sin intención de abandonar.
La guerra finalmente no ha sido llegar y besar el santo, como en teoría esperaba Vladimir Putin que ocurriera al invadir Ucrania. Han pasado más de siete semanas desde que comenzó el conflicto y las tropas rusas ya se han retirado de la región de Kiev, pero los ataques no han aflojado, sino que se han concentrado y recrudecido en el Este del país.
A estas alturas, (casi) nadie puede decir todavía qué tenía Putin en la cabeza cuando dio la orden de invadir el país vecino, qué objetivos persigue siete semanas después o cómo (y cuándo) acabará esta guerra. En lo que sí coinciden casi todos los analistas es en señalar que la contienda será larga –aún más de lo que ya estamos viendo–, con riesgo de estancarse y enquistarse en la región del Donbás, que por otro lado vive en conflicto desde 2014.
Algunos expertos han empezado a hablar de una nueva fase en la contienda, que se conocería como guerra de desgaste. En ella, la capacidad de resistencia adquiere protagonismo por encima de la capacidad de ataque, y ganaría, por tanto, quien aguante más, mientras se siguen sucediendo las pérdidas a uno y otro bando.
Es muy difícil hablar de cifras fiables en un conflicto, pero en algunos aspectos sí hay consenso: Rusia partía ‘favorita’ por la potencia de su Ejército, tanto en presupuesto como en material y efectivos –más de 800.000 soldados frente a los 200.000 ucranianos–; al mismo tiempo, la resistencia ucraniana y la ayuda europea han resultado más eficientes de lo esperado, y se cree que entre 7.000 y 15.000 soldados rusos han muerto desde que comenzó la guerra.
A Putin le salió mal la jugada inicial; ahora viene el desgaste
Frédéric Mertens, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Europea, explica que Rusia ha tenido alguno “errores de estrategia militar”. Según los servicios de Inteligencia occidentales, los asesores de Putin no se atrevieron a decirle la verdad sobre las dificultades de esta guerra, y sus cálculos han fallado. “Tomar en poco tiempo un territorio tan inmenso con 44 millones de habitantes hostiles y con casi 300.000 militares enfrente era muy difícil”, señala Mertens, que ratifica que ya se ha dado “una primera fase de desgaste” en ambos bandos, tanto en recursos materiales y humanos, como en el plano psicológico, y en el económico. El Banco Mundial estima que la economía ucraniana se contraerá un 45% este año, mientras que Rusia retrocederá un 11%.
A este desgaste y a este prolongamiento de la guerra contribuyen varios factores. Aunque le parezca “cínico” verbalizarlo, Mertens sostiene que uno de ellos es, precisamente, el hecho de que la resistencia ucraniana está recibiendo “apoyo logístico y moral por parte de Occidente”. “Ese apoyo continuo y masivo no ayuda a zanjar el conflicto”, admite.
Ucrania quiere “armas, armas, armas” (y tiempo)
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenksi, quiere ganar tiempo, y por eso pide más armamento a Occidente –“armas, armas, armas”, resumió el ministro de Exteriores, Dmitro Kuleba–; lo que han mandado a Kiev hasta ahora no es suficiente para dar la vuelta a la partida, señala en un artículo Dan Sabbagh, responsable de información de Seguridad y Defensa de The Guardian.
Según explica a The Independent Michael Kofman, experto en el ejército ruso y director del Programa de Estudios sobre Rusia del Centro de Análisis Naval, “el Ejército ucraniano tiene grandes reservas de mano de obra, pero cantidades muy insuficientes de equipo militar”. Por otro lado, “no está claro que el Ejército ruso esté realmente preparado y organizado para librar una guerra prolongada”, sostiene Kofman. Los dos bandos quedarían, de algún modo, empatados, y el conflicto seguiría.
El desgaste también se materializa ya en el plano “moral y psicológico” de los Ejércitos. Por mucho que ambas partes se reivindiquen como vencedoras por el momento, quien va ganando por goleada es Zelenski, sostiene Mertens, al menos “en términos de comunicación”. “El ganador claro es Zelenski, ni siquiera Ucrania, sino Zelenski frente a Putin”, afirma el profesor. El líder ucraniano se ha metido en el bolsillo a la opinión pública occidental, lo cual se palpa en cada una de sus intervenciones ante el mundo, y esto también tiene un coste para el Gobierno ruso.
“Cada día que los ucranianos no pierden, ganan políticamente, y el coste político de la carrera de Putin se agiganta”, explicaba hace unas semanas a El HuffPost Anne Claessen, investigadora del Real Instituto Superior de Defensa belga.
A esto hay que sumar, además, el hecho de que los aliados naturales de Rusia –y aquí se mira fundamentalmente a China– no se han “pronunciado con claridad en un sentido u otro”, apunta Mertens. Si bien China se ha mantenido neutral, es una “neutralidad sesgada en favor de Rusia”, como la describe El País. Para Frédéric Mertens, la postura que tome China en este conflicto es muy interesante, además de ser uno de los elementos que puede poner fin a la guerra. “El día que China levante el dedo, esto se acaba”, comenta de forma gráfica Mertens.
Objetivo: intentar agotar al agresor
Con casi dos meses de conflicto a sus espaldas, y con los ataques ahora localizados en el Este del país, “la opción que le queda a Ucrania ante un Ejército superior es no apostar por un enfrentamiento directo con las tropas, sino por intentar que al agresor le cueste el máximo su agresión”, sostiene Marc Gil, profesor de Historia Contemporánea en la UOC.
En este contexto, vale “cualquier estrategia que dificulte el avance, alargue el enfrentamiento, multiplique las bajas en hombres y material del enemigo… es decir, ralentizar al máximo, infligir el máximo daño e impedir que el agresor consiga sus objetivos”, abunda Gil.
“Un enquistamiento sine die” y otras consecuencias del desgaste
Según el historiador, esta estrategia puede tener al menos dos derivadas. La primera es que se genere una escalada, si el agresor decide redoblar sus esfuerzos a la vista de que le impiden lograr sus objetivos; y esto preocupa especialmente por la potencia nuclear de Rusia.
La segunda derivada es “un enquistamiento sine die” de la guerra. “Imaginemos un Donbás en permanente estado de conflicto e inseguridad, que se alarguen los enfrentamientos durante años, que no haya una resolución clara o un acuerdo”, plantea Marc Gil.
Junto con el enquistamiento del conflicto, existe también el riesgo de que este caiga en el olvido, como ya ocurrió tras 2014. Y la posibilidad de que la unidad internacional que hasta ahora se ha mostrado en apoyo a Ucrania se resquebraje con el tiempo. Según Frédéric Mertens, si el conflicto perdura, la cuestión energética se hará aún más acuciante, y peligrará la unanimidad de los países dentro de la Unión Europea con respecto a su postura frente a Rusia.
Países como Alemania dependen en más de un 50% del gas natural ruso, porcentaje que sube al 80% en el caso de Austria y al 100% en el de Finlandia; de ahí que no haya todavía un acuerdo en Europa para dejar de comprar gas a Rusia. Aunque el debate pierda fuerza en verano –por cuestiones climáticas–, pasarán los meses y, si el conflicto se prolonga, la UE deberá buscar “una alternativa seria y viable en términos de recursos energéticos”, o dejará de estar unida en esta guerra, advierte Mertens.
Un territorio “balcanizado”
Otra de las posibles consecuencias del estancamiento del conflicto es que en Ucrania se produzca una “balcanización” del país, concepto que alude al proceso de fragmentación de un territorio, explica Mertens. “Tenemos una reconcentración de las fuerzas rusas en el Donbás, Crimea, Mariupol, porque Rusia quiere acceso al mar de Azov”, recuerda el profesor.
Si no hay cesiones por ninguna de las partes y el conflicto se enquista, se puede llegar a la situación de que el Gobierno ucraniano “prefiera consolidar la parte occidental” del país, señala el experto. Las tropas rusas se quedarían en la parte oriental del país, como ya ocurre en la zona de Transnistria, en Moldavia, y en Osetia del Sur, en Georgia, un territorio que ya ha manifestado su deseo de anexionarse a Rusia.
Ucrania podría quedar partida en “dos áreas de influencia”, augura Mertens: la parte de Kiev, por un lado, y la parte del Donbás, controlada por Moscú, reforzada además por los otros territorios próximos que dominan los rusos, y que en cualquier momento podrían “activarse”.
Toca ser “pesimistas”
El camino hacia un acuerdo de paz parece todavía tortuoso. Este martes, el canciller austríaco, Karl Nehammer, salió muy “pesimista” de su reunión con Putin. Nehammer aseguró que la suya no era una visita “amistosa”, sino para llevar el mensaje al Kremlin de que la guerra “debe terminar”. Su impresión tras la reunión, en todo caso, no fue “optimista” en absoluto. “Se está preparando una gran ofensiva” en el Este de Ucrania, advirtió el austríaco.
La estrategia que está practicando Putin ahora es la de “tierra quemada”, señala Frédéric Mertens. Consiste en la destrucción absoluta de un territorio –infraestructuras, hospitales, colegios, pueblos, ciudades– para evitar que pueda ser utilizado por el enemigo, como parece que han hecho en Mariupol y como ya hicieron en Siria. Putin dice que no parará hasta hacerse con el Donbás. Ucrania, por el momento, resiste. El resultado final, independientemente de cuál, cuándo y cómo sea, ya está siendo fatídico.