La historia de la 'gripe española', el virus que marcó a la humanidad
La crisis del Covid-19 despierta el interés por la infección que entre 1918 y 1919 mató a cerca de 50 millones de personas en el mundo.
Nunca antes un virus mató tanto. La epidemia de gripe de 1918 acabó con la vida de alrededor de 50 millones de personas en el planeta, según las estimaciones de los expertos. Un siglo después, la escalada en la crisis del coronavirus de Wuhan (China), que se está expandiendo por España y el resto del mundo, está despertando el interés por la ‘gripe española’ que asoló el planeta. Esta es la historia de un virus que marcó a la humanidad.
El primer caso se notificó el 4 de marzo de 1918 en Camp Funston, un campamento militar de Fort Riley, en Kansas (EE UU). Se cree que el paciente 0 fue el cocinero Gilbert MItchel. En menos de un mes ya se había extendido a la mayoría de las ciudades de América. Pronto viajó también a Europa parapetado en cientos de miles de soldados estadounidenses que cruzaron el Atlántico esa primavera para combatir en el Viejo Continente en la Primera Guerra Mundial.
Esa primera ola de la gripe, la de primavera, fue grave. Aunque lo peor estaba por venir. Un mes más tarde, tras una tregua en verano, resurgió con fuerza. Era el mismo virus, pero de alguna manera mutó durante los meses de más calor. Y, ya en otoño, se convirtió en un asesino. Se estima que la tasa de mortalidad alcanzó entre el 10% y el 20%.
El primer caso de la segunda ola se registró el 22 de agosto en Brest (Francia), un puerto importante de llegada para las tropas estadounidenses. En cuestión de días aquella terrible mutación del virus apareció simultáneamente en Boston y en Freetown (Sierra Leona). A Estados Unidos lo llevaron los soldados americanos que volvían a sus casas de la guerra y a África lo llevó un barco de la marina británica.
El virus recorrió Europa en cuestión de semanas. El movimiento de tropas lo esparció. Los países escandinavos fueron infectados por Inglaterra; Italia por Francia y Sicilia por Italia. Los soldados aliados que acudieron en ayuda de las fuerzas antibolcheviques durante la Revolución Rusa llevaron la gripe al Mar Blanco en el noroeste de Rusia.
A España llegó a través de Portugal. Aunque en la revista de especialidades médicas de 1919 no lo tenían tan claro: “La epidemia actual parece que está relacionada con la sufrida en el mes de mayo del corriente año [por 1918] en Madrid y en diferentes puntos de España. Incluso en esta villa [Navalmoral de la Mata] a la epidemia se la calificó con el epíteto de española, si bien se asegura que existía en Suiza y en Holanda, siendo de suponer su existencia en las naciones que se hallaban en guerra. Se admita o no que la epidemia sufrida en la actualidad sea una recrudescencia de la desarrollada en el mes de mayo o que haya sido importada por las tropas portuguesas repatriadas de Francia, lo cierto es que la epidemia gripal se presentó en España en el mes de agosto, notándose principalmente sus efectos en los cuarteles con motivo de la incorporación a filas de los reclutas de instrucción, difundiéndose rápidamente a la población civil y adquiriendo su mayor desarrollo en los grandes centros de tráfico comercial”.
El virus, sin embargo, también cruzó por los Pirineos. La censura durante el conflicto impidió que se mencionara la gripe en los países en combate para evitar desmoralizar a las tropas. La prensa en España, país neutral durante la Gran Guerra, sí informaba sobre la gripe. Por eso, el resto del mundo le dio la nacionalidad ‘española’ al virus, porque parecía que solo ocurría en España.
La virulencia de la epidemia asustó mucho. El 1 de enero de 1919, en la revista España Médica, Alejandro Ber escribió: “La estadística de la mortalidad es alarmante. Según el boletín que publica el Instituto Geográfico, el total de fallecidos durante el último mes asciende a 53.079. La cifra es aterradora, y si no se corrige pronto, se podrá decir, reformando el refrán: ¡De España, al cielo! Bien es verdad que para todo hay consuelo y que nosotros podemos encontrarlo sabiendo que, a consecuencia de la gripe, han muerto en Europa ¡6 millones de personas!”.
En esa misma revista, médicos de todo el país compartieron sus experiencias lidiando con la mutación del virus más letal que había conocido la humanidad hasta ese momento. Así, el doctor Camino Galicia, escribió: “Me encuentro en Laredo (Cantabria), villa de 6.000 almas donde la epidemia está causando 25 o 30 defunciones diarias; y en medio de esta gran hecatombe [...] hay que sacar fuerzas de flaqueza y convertirse en un super-homo. Sólo así, desde el primer momento, pude comprender que podían calmarse los ánimos y ahuyentar el pánico que se habla apoderado de aquellas rudas y pobres gentes pescadoras, las que en vista de la elevada mortandad de los primeros momentos, creían que había llegado el fin del mundo”. El pánico viajó tan rápido como el virus.
Como ocurre ahora con la crisis del Covid-19, los periódicos en 1919 recogieron las medidas que tomaron las autoridades para limitar el alcance de la enfermedad. El diario El Figaro del 1 de enero informó: “El alcalde [de Sanlúcar de Barrameda, Huelva] ha ordenado el cierre de casinos y cafés desde las ocho de la noche para evitar el contagio de la gripe por la aglomeración de público”.
Los cerca de ocho millones de españoles infectados en 1918 tuvieron motivos para estar tan asustados. Murieron alrededor de 300.000. Aquella no fue una gripe normal, fue mucho peor. Jeffery Taubenberger, un patólogo de las fuerzas armadas estadounidenses, explicó en The New Yorker la gravedad de la afección: “Si realizaras una autopsia a algunos de los peores casos, encontrarías los pulmones rojos y firmes. Los pulmones, normalmente, están llenos de aire. Pero estos serían muy pesados y densos. Es como la diferencia entre una esponja seca y una esponja húmeda. Un pedazo normal de pulmón flotaría en el agua, porque básicamente está lleno de aire. Pero los afectados se hundirían. Los alvéolos estarían llenos de líquido, lo que haría imposible respirar. Estas personas se estaban ahogando. Había tanto líquido en los espacios de aire de sus pulmones que a los pacientes les salía sangre por la nariz”.
Un patrón de mortandad muy elevado
Los diarios médicos de la época en España también recogieron síntomas duros por culpa de aquella cepa de virus. En la propia revista de especialidades médicas, el médico Pablo Luengo, escribió: “Desde el punto de vista clínico, podemos admitir casos leves, graves y gravísimos, que han terminado estos últimos, unos por fallecimiento, y otros que, habiendo curado, ha sido después de un periodo largo y accidentado en la convalecencia”. Los peores casos cursaron con “la inflamación de los gruesos bronquios a los medianos y pequeños, en cuyo último caso puede determinar la bronquitis capilar, la bronconeumonía y la pleuroneumonía; procesos patológicos que entran en el cuadro de las enfermedades que encierran un pronóstico gravísimo —funesto
en ocasiones—, bien por la intensidad de la infección, o por las lesiones principalmente aórtico-cardíacas y renales que el individuo padeciera”.
El patrón de mortandad de la gripe preocupó, porque lo normal es que el virus se cebe con las personas mayores, cuyos sistemas inmunes son menos robustos, y con los más jóvenes. Pero en 1918, sin embargo, se invirtió el patrón. En los Estados Unidos, por ejemplo, los varones entre 25 y 29 años que murieron de ‘gripe española’ superaron en varias veces la tasa de hombres entre 70 y 74 que lo hicieron.
El virus se esfumó con los días. Desapareció. Aunque cien años después todavía hay quien cree que si la cepa regresara, el mundo no estaría preparado. Eso sí, ya se la conoce. El 5 de octubre de 2005, la revista Science publicó por primera vez la reconstrucción del virus, totalmente extinto, que reapareció en 2009 con otro nombre; la llamada gripe A (H1N1).
El virus fue totalmente reconstruido in vitro a partir de las secuencias obtenidas del análisis de muestras históricas de tejidos realizados por el grupo del patólogo Jeffrey Taubenberger. Los científicos lograron recrearlo con ayuda de técnicas genéticas encaminadas a revivirlo en un laboratorio de bioseguridad de nivel 3 del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Atlanta (EE UU).
Los científicos estudiaron sus efectos en ratones, embriones de pollo y células pulmonares humanas. Y recurrieron a varias versiones fabricadas con genes de otros virus gripales para comparar y descubrir qué mutación fue la que hizo el virus del 18 tan mortífero. Así, como hizo la cepa original hace poco más de un siglo, el virus que reconstruyeron mató en pocos días a los ratones, también a los embriones de pollo.
“El graduado universitario promedio nacido desde 1918 literalmente sabe más sobre la Peste Negra del siglo XIV que la pandemia de la Primera Guerra Mundial”, escribió el historiador Alfred Crosby en Pandemia olvidada de Estados Unidos (1976), una historia de la ‘gripe española’ en la intenta explicar por qué el virus está desterrado de la memoria. Y, al final, Crosby concluye que la desaparición del virus del recuerdo es consustancial a su desaparición de la Tierra. No lo recordamos, porque no podemos encontrarlo.