Las olas de calor matan a más personas que cualquier otro fenómeno meteorológico extremo: estas ciudades tienen un plan
Si queremos sobrevivir al aumento de temperaturas, debemos luchar contra la desigualdad y replantearnos para quién se construyen las ciudades.
Cuando el calor veraniego golpea la ciudad de Ahmedabad, Kumar Manish duerme en el balcón para evitar las sofocantes temperaturas del interior de su vivienda. Esta ciudad de la India occidental supera con frecuencia los 37 °C y la gente bromea a menudo con que aquí solo hay tres tipos de clima: calor, más calor y calor extremo.
“En verano, en la época de más calor, estar en Ahmedabad es como vivir sentado encima de un horno”, declara este diseñador de comunicaciones y redes sociales de 37 años que habita y trabaja en la ciudad desde hace 14 años. Incluso las tareas más básicas se convierten en pruebas de resistencia. En los días de calor, los cortos trayectos que hace Manish en moto por la ciudad duran el doble de lo habitual y debe pararse en los puestos de caña de azúcar al borde de la carretera para rehidratarse y refugiarse del sol abrasador.
Esta ciudad de aproximadamente 8 millones de habitantes está acostumbrada al calor. Pero debido al cambio climático, sus históricamente calurosos veranos son ahora mucho más extremos. En 2010, una devastadora ola de calor provocó que las temperaturas ascendieran a más de 47 °C. Los centros médicos se inundaron de pacientes que padecían afecciones relacionadas con el calor. En uno de los hospitales públicos que atiende a varios de los residentes más pobres de la ciudad, el número de neonatos en cuidados intensivos aumentó debido a las temperaturas abrasadoras. Más de 1.300 personas fallecieron.
A medida que la crisis climática empeora, las temperaturas aumentan. El calor extremo es una de las consecuencias más mortales y perniciosas del cambio climático. Las ciudades, donde vive más de la mitad de la población mundial, son especialmente vulnerables debido a un fenómeno denominado “efecto isla de calor urbana″. Las carreteras y pavimentos oscuros absorben el calor, los edificios altos embotellan el aire y tanto el tráfico rodado como la actividad industrial emiten más calor y cantidades peligrosas de gases de efecto invernadero.
Al igual que una pandemia, cuando una ola como esta golpea a una ciudad no solo mata a las personas, sino que sus efectos devastadores causan estragos en toda la sociedad: colapsa los servicios sanitarios, provoca cortes eléctricos, deforma las vías férreas, disminuye la productividad laboral y aumenta la violencia doméstica contra la pareja. Estas consecuencias no afectan de igual manera a toda la población. El calor exacerba las desigualdades existentes en la infraestructura física y social de una ciudad, azotando con mayor fuerza a los vecindarios con menores ingresos y a la gente de color.
Los últimos cinco años han sido los más calurosos jamás registrados. Cada año, a medida que se baten récords, las ciudades se asfixian y la gente sufre.
Se prevé que para 2050 dos de cada tres personas del planeta vivan en zonas urbanas. La única solución posible es abordar el cambio climático: reducir las emisiones y poner fin a la dependencia de los combustibles fósiles. Pero las actuaciones internacionales van a un ritmo muy lento y los impactos de la crisis climática ya están aquí. Las ciudades de todo el mundo deben tomar medidas urgentemente.
Ahmedabad es solo una de las miles de metrópolis que se enfrentan a este formidable desafío, pero tiene un plan. El devastador número de vidas que se perdió durante la ola de calor de 2010 obligó a la ciudad a reconsiderar su planteamiento. “Nadie debe morir por calor extremo. Es algo que se puede evitar”, señala Anjali Jaiswal, directora sénior del Consejo de Defensa de los Recursos Naturales de la India, una de las organizaciones que colaboró con el Gobierno de la ciudad para elaborar una respuesta.
Ahmedabad, la mayor metrópoli del estado de Guyarat, es una de las ciudades que más está creciendo en la India. El flujo migratorio de estados vecinos y del extranjero va en aumento, numerosas personas llegan a la ciudad para trabajar en la construcción de forma temporal. Los 50.000 trabajadores de este sector se encuentran en grave riesgo de sufrir una insolación, un colapso o padecer otros problemas serios de salud todo por un trabajo al aire libre que está mal pagado y poco regulado. Además, alrededor de 900.000 personas viven en las barriadas de Ahmedabad, comunidades hacinadas y más vulnerables al calor.
Cualquier plan para minimizar los efectos del calor debe incluir a las personas de mayor riesgo. “Las personas deben mantenerse hidratadas y permanecer en un lugar fresco para buscar atención médica, pero deben recibirla rápidamente. Por eso lo que hicimos fue crear un sistema para apoyar esto y que se centre realmente en las comunidades más vulnerables”, añade Jaiswal.
Cambio de temperatura por país
El plan de acción contra el calor de Ahmedabad, cuya primera versión se publicó en 2013, se centra en cuatro áreas clave: llegar a la población a través de los medios de comunicación y redes sociales como whatsapp, los sistemas de alerta temprana, la formación especial para los profesionales de la salud y medidas preventivas como la instalación de estaciones de agua potable en las barriadas de la ciudad, el uso de templos, mezquitas y bibliotecas como refugios contra el calor, así como el suministro de bolsas de hielo al personal que trabaja al aire libre.
El plan funcionó. Cinco años después de la ola de calor de 2010 que mató a miles de personas se extendió una ola de calor similar por toda la India y Ahmedabad registró menos de 20 víctimas mortales.
Y aunque residentes como Manish todavía se ven obligados a encontrar formas innovadoras de combatir el calor, al menos la ciudad está preparada.
Desde entonces Ahmedabad se ha convertido en el modelo a seguir para hacer frente al calor. “Este es realmente un programa comunitario donde los residentes de la ciudad y las empresas han trabajado juntas para proteger a la comunidad del calor extremo”, declara Jaiswal.
“Crear resiliencia social es uno de esos aspectos necesarios para prepararse para el clima, pero que no sale tanto en los medios”, señala Priya Mulgaonkar, estratega de resiliencia de la New York City Environmental Justice Alliance.
Las medidas sociales centradas en la comunidad, como las implementadas en Ahmedabad, quizá no resulten tan impresionantes como algunos de los planes de refrigeración que acaparan los titulares -por ejemplo, los jardines verticales en los rascacielos-, pero, según Mulgaonkar, son una de las formas más sencillas, asequibles y eficaces de mantener a salvo a las comunidades vulnerables durante una emergencia de calor: “No son llamativas ni futuristas, pero funcionan”.
Soluciones como estas de bajo perfil pero cruciales no solo se encuentran en la India: a 7.500 millas al oeste de Ahmedabad se está llevando a cabo un proyecto similar en la ciudad de Nueva York.
Los residentes del Bronx padecen más enfermedades relacionadas con el calor, sufren más hospitalizaciones y tienen un mayor índice de mortalidad que el resto de distritos de la ciudad de Nueva York. A tan solo unas millas al norte de Central Park, en Manhattan, y de la concurrida Quinta Avenida donde se suceden los apartamentos y las tiendas de lujo, se encuentra Hunts Point, un barrio del sur del Bronx cuya población predominantemente de color y de bajos ingresos se ve gravemente afectada por el calor extremo.
“Debido a nuestra ubicación experimentamos el calor de forma única, incluso comparado con otras partes del sur del Bronx porque es un punto caliente dentro de la isla de calor urbana”, señala Dariella Rodríguez, directora de desarrollo comunitario de The Point Community Development Corporation, también conocida como The Point CDC, una organización sin ánimo de lucro cuyo objetivo es concienciar sobre los peligros medioambientales de este barrio de Nueva York.
La industria pesada, como los centros de transferencia de residuos, las centrales eléctricas o el enorme tráfico de camiones, contribuyen a la vulnerabilidad al calor de Hunts Point, aunque también influye la falta de árboles y parques, hecho que refleja la histórica desidia de Estados Unidos para invertir en infraestructuras verdes en los barrios con escasos recursos.
El punto fuerte de Hunts Point es que cuenta con una comunidad muy unida. En 2018, The Point CDC lanzó la iniciativa Be A Buddy Program en colaboración con el Gobierno de la ciudad. Se identificó a los residentes vulnerables, personas mayores que vivían solas, personas con discapacidad o personas en viviendas de baja calidad a fin de que el voluntariado del vecindario pudiera prestarles ayuda durante una ola de calor. Según un informe de la NYC- Environmental Justice Alliance, el programa tuvo un éxito considerable, cuenta con 100 personas inscritas y durante la ola de calor en verano de 2019 se prestó ayuda a 500 personas.
″Be A Buddy comenzó como un programa para hacer frente al calor, pero pronto nos dimos cuenta de que las personas más vulnerables al calor también son más vulnerables a otros problemas como la falta de alimento, el desempleo y la COVID-19″, añade Rodríguez. “El programa no trata solo el problema del calor. Creemos que es una forma de que las comunidades pueden desarrollarse, depender unas de otras y convertirse en expertas en tiempos de emergencia”.
La resiliencia social es vital para proteger a las ciudades durante una ola de calor, pero dado que su estructura física es en gran medida lo que provoca el efecto isla de calor urbana, modificar ese aspecto es crucial para reducir el coste humano del calor extremo.
Esto puede ser tan sencillo como cambiar los colores. Cuando en 2010 una ola de calor golpeó Ahmedabad, el techo de alquitrán negro del hospital municipal de Shardaben absorbió el calor del sol. Debajo, en el piso más alto y caluroso del hospital, se encontraba la sala de maternidad. El número de recién nacidos que necesitó cuidados intensivos aumentó considerablemente durante la ola de calor.
Cuando Jaiswal visitó el hospital en 2014, la sala de maternidad se había trasladado a la planta baja y el techo se había cubierto con un mosaico de porcelana blanca reflectante para disminuir la temperatura interior, una medida que forma parte del programa de techos frescos de la ciudad. En un hospital sin aire acondicionado y que atiende a algunos de los residentes más pobres de la ciudad, modificar de forma tan sencilla el edificio y su distribución supuso una mejora significativa.
Además, se dieron cuenta de que trasladar la sala de maternidad tenía también un efecto protector y, desde entonces, otros ocho centros de salud de la ciudad han instalado techos frescos.
Los tejados blancos se están imponiendo como una solución relativamente sencilla al calor. Bajo la iniciativa Cool Neighborhoods NYC, que cuenta con un presupuesto de 106 millones de dólares y de la que el programa Be a Buddy del Bronx del sur forma parte, se están pintando los tejados con pintura blanca reflectante. En el día más caluroso del verano neoyorquino un tejado blanco puede alcanzar 23 °C menos que el típico tejado negro. En Los Ángeles, donde más del 10% de la superficie terrestre de la ciudad está formada por asfalto negro que atrapa el calor, las autoridades de la ciudad están instalando sobre las carreteras californianas los primeros revestimientos blancos reflectantes. En la próxima década se prevé que la ciudad cubra alrededor de 1.500 de las manzanas más afectadas por el calor.
Asimismo, las ciudades están implementando soluciones basadas en la naturaleza. Ahmedabad planea plantar medio millón de árboles al año entre 2020 y 2025. Los árboles proporcionan una sombra vital, sus copas bloquean hasta el 90% de la radiación solar. En algunas partes del mundo, refugiarse bajo un árbol en un día caluroso supone que el aire sobre nuestra piel sea hasta 15 °C más fresco.
En Medellín (Colombia), una red de corredores verdes, avenidas interconectadas flanqueadas por árboles y diversas plantas, ayudan a reducir la temperatura de algunas de las carreteras más transitadas de la ciudad a la vez que limpian el aire de sustancias contaminantes y almacenan carbono.
Pero dado que enfriar una infraestructura tiene un efecto muy local, quién se beneficia depende de dónde se ponga. Vancouver (Canadá) se considera una ciudad “verde” ya que tiene casi un 25% de cobertura arbórea y el 92% de sus residentes viven a menos de cinco minutos a pie de un espacio verde; sin embargo, los barrios más humildes de la ciudad son los que cuentan con menos protección y soportan más calor.
Lo mismo ocurre en EEUU, donde las comunidades de color tienen tres veces más probabilidades que las comunidades blancas de vivir en lugares sin espacios naturales. Según un estudio de 2019 en el que participaron 108 ciudades estadounidenses, el 94% de los vecindarios donde históricamente viven las minorías (redlining) son más calurosos que otras áreas de la misma ciudad.
Estas diferencias son el resultado del racismo sistémico: el redlining es una campaña que data de 1934 y cuyo objetivo era segregar a las comunidades de color negándoles servicios básicos (desde préstamos a seguros para el hogar) con el beneplácito del Gobierno. El redlining nos ha legado una serie de injusticias como la falta de árboles y espacios verdes que casi un siglo después siguen poniendo en mayor peligro a la gente de color por el calor extremo.
Da igual lo maravillosa que sea una medida de refrigeración a nivel técnico si las personas encargadas de hacer la planificación no la despliegan en los lugares adecuados, porque la ya considerable disparidad de temperatura entre los barrios desfavorecidos y los acomodados empeorará.
“Cuando se trata de soluciones urbanas, debemos ser grandes defensores de que las infraestructuras verdes sean equitativas y garantizar que los beneficios colaterales de medidas como los jardines de lluvia o los techos verdes se priorizan para las comunidades históricamente marginadas”, añade Mulgaonkar.
Quién diseña las soluciones es importante. “En muchos casos, las personas que lideran los planes de acción climática de las ciudades no reflejan en estos a la población de la ciudad” , señala Robert Bullard, profesor de planificación urbana y política medioambiental de la Universidad Texas Southern, también conocido como el padre de la justicia medioambiental. “Si no implementamos medidas equitativas, la población más vulnerable seguirá siendo la población más vulnerable, los más marginados seguirán siendo los más marginados”.
Si la construcción de infraestructuras verdes en los vecindarios que más las necesitan no se realiza mediante una meticulosa consulta y planificación puede tener efectos negativos: provocar un aumento en el precio de la vivienda y forzar a los residentes a abandonar el barrio, un fenómeno que se conoce como gentrificación climática o verde.
“La gentrificación verde ocurre cuando se prioriza el aspecto medioambiental sin tener en cuenta el impacto que tendrá sobre los residentes con ingresos mínimos, sobre las pequeñas empresas locales o cómo afectará a la oferta de viviendas económicas”, señala Alessandro Rigolon, profesor adjunto de planificación urbana y metropolitana de la Universidad de Utah: “Las infraestructuras verdes deben incorporar estrategias antidesplazamiento con el fin de beneficiar a la población local; por ejemplo, controlar los alquileres e implementar políticas antidesalojo que garanticen que las personas a las que se pretende beneficiar pueden quedarse en la zona para sentir los efectos de las medidas de refrigeración”.
“No podemos simplemente decir, oye, vamos a plantar unos árboles y así estará mejor”, afirma Rodríguez de The Point CDC: “Tenemos que plantearnos cuestiones como ¿qué problemas hay ahora mismo? ¿Cómo utiliza la gente las calles y la infraestructura con la que ya contamos? ¿Cómo podemos dar prioridad a estos lugares y apoyar los proyectos comunitarios como los jardines comunitarios o como plantar más árboles en los barrios más calurosos?”
Según Rigolon, el 11th Street Bridge Park en Washington D.C. es un buen modelo para este tipo de diseño urbano equitativo. Para 2023, el puente que conecta los barrios de Capitol Hill y Anacostia pasará de ser una autopista muy transitada a un parque verde elevado con jardines comunitarios, un espacio recreativo así como un centro de educación ambiental.
Al principio, los residentes de Anacostia, formado en su mayoría por una comunidad negra, recelaron de la obra ya que tenían miedo de verse obligados a marcharse o de sufrir un proceso de gentrificación. Las personas que lideraban el proyecto se dieron cuenta de la creciente oposición al proyecto y dejaron de lado los planes originales para dedicarse durante años a escuchar las preocupaciones de la comunidad y así cocrear un plan de desarrollo equitativo.
El plan incluye un fideicomiso de tierras comunitarias que básicamente compra bienes inmuebles en el vecindario para alojar a aquellos residentes que de otro modo estarían en riesgo de desplazamiento, garantizando viviendas asequibles y protegiéndoles de la presión urbanística. Para combatir la alta tasa de desempleo del vecindario, el plan garantiza trabajos en la construcción y en el mantenimiento del parque a aquellos residentes con empleos precarios, en particular a los jóvenes y a las personas que han estado en prisión.
Los expertos en planificación urbana y política medioambiental como Bullard y Rigolon creen que para hacer frente al desproporcionado impacto que la crisis climática tiene sobre las comunidades vulnerables, las ciudades deben replantearse radicalmente los espacios y servicios públicos, realizando cambios para proteger a toda la ciudadanía.
Una de las iniciativas favoritas de Rigolon son las supermanzanas de Barcelona, un estilo de diseño urbano destinado a limitar el uso del automóvil y así solucionar la gran contaminación atmosférica de la ciudad. Cada supermanzana está compuesta por nueve manzanas cuyas calles se han cerrado al tráfico y en su lugar cuentan con carriles bici, parques, parques infantiles y asientos al aire libre. Según un estudio de 2019 realizado por el Instituto de Salud Global de Barcelona, si la ciudad construyera las 503 supermanzanas previstas se podrían salvar 667 vidas, 117 de las cuales lo harían gracias a la reducción del efecto isla de calor urbana.
“Lo que me parece importante de las supermanzanas es que [la ciudad] eligió las manzanas donde había muchas viviendas sociales”, señala Rigolon, “porque no solo querían llevar esos espacios públicos a quienes más los necesitaban, sino que también querían asegurarse de no desplazar a la gente”.
El calor es una amenaza compleja, una de la que es difícil escapar y que supone el mayor riesgo para quienes tienen menos recursos. A medida que se acelera la crisis climática se prevé que las muertes por calor aumenten drásticamente a menos que se tomen ya medidas de adaptación.
Para los miles de millones de personas que viven en las ciudades no hay una solución técnica sencilla ni una solución mágica que pueda protegerlos del calor actual o del futuro aumento de temperaturas. La solución la podemos encontrar en la variedad de proyectos que se llevan a cabo alrededor del mundo. Pero para ser realmente resilientes debemos preguntarnos: ¿para quién son las ciudades realmente?
La pandemia del coronavirus ha demostrado de forma brutal que muchas de nuestras ciudades no están diseñadas para cuidar de la ciudadanía más vulnerable durante una crisis.
“Con la crisis climática, al igual que con la crisis de la COVID-19, nuestra lucha por el planeta va de la mano con nuestra lucha por la equidad”, señala Jaiswal: “Si no podemos proteger a las personas más vulnerables de nuestras comunidades fracasaremos todos”.
Aunque el plan de Ahmedabad para reducir la vulnerabilidad al calor ha sido un éxito, debe ser constantemente actualizado para adaptarse a un clima cambiante. Según los modelos climáticos de las Naciones Unidas, se prevé que en India la temperatura media aumente hasta 4,4 °C para 2100 y que se intensifiquen tanto la frecuencia como la duración de las olas de calor.
“Lo más importante que debemos hacer ahora es actuar con audacia y rapidez”, declara Jaiswal: “Tenemos a nuestra disposición toda la tecnología y todas las soluciones como, por ejemplo, el plan de acción contra el calor de Ahmedabad. Con la crisis climática debemos actuar ya. Es solo una cuestión de voluntad política”.
En cuanto a Manish, cuando la temperatura asciende hace lo que puede para adaptarse. En verano evita salir a la calle para reuniones de trabajo innecesarias. En casa pone cortinas verdes de bambú para mitigar el calor sofocante. Y, cuando puede, se escapa a un bosque cercano para refugiarse.
A pesar de las brutales olas de calor de Ahmedabad, su amor por la ciudad no ha disminuido. “Yo era un extraño cuando llegué por primera vez a esta ciudad en 2006, pero después de un tiempo llegamos a conocernos. Hoy estamos enamorados”, afirma: “A pesar de los duros veranos, la ciudad adora a su gente.”
Padre de una hija de seis meses que crecerá en un mundo que no para de calentarse, Manish no tiene intención de marcharse de Ahmedabad, la ciudad con un plan.
Este artículo forma parte de la colaboración entre Huffpost UK y Unearthed, el equipo de investigación periodística de Greenpeace UK, y ha sido traducido del inglés.