Granada no existe
Participé durante bastantes años en un organismo que comenzó a existir en los tiempos en los que José Luis Rodríguez Zapatero ocupó la Secretaría General del PSOE. Antes no existía el Consejo Territorial, que es el nombre que recibió la reunión que, un par de veces al año, celebraba el secretario general federal con los secretarios generales regionales y los presidentes de las Comunidades Autónomas gobernadas por socialistas. En ocasiones participaban miembros de la Comisión Ejecutiva Federal o el presidente de los alcaldes españoles si esa responsabilidad recaía en algún edil socialista. Se trataba de reflexionar, opinar y aunar criterios en aquellas materias que, por su complejidad requerían de las exigencias y de las cesiones de todos los que constituían en el entramado de poder institucional del PSOE.
La primera vez que la opinión pública tuvo conocimiento de la existencia de ese organismo fue cuando quienes formábamos parte del mismo nos fuimos hasta Santillana del Mar al objeto de conjugar los intereses de unos y de otros en la definición de España y fijar los límites que no deberían ser superados si queríamos que todos aceptáramos esa idea de España. Los deseos y las renuncias de Pasqual Maragall se conjugaron con los deseos y las renuncias del resto de presidentes autonómicos y responsables orgánicos regionales, dando lugar a lo que a partir de ese momento devino en la llamada Declaración de Santillana. Fue en el 30 de agosto de 2003 y se tituló La España Plural: La España Constitucional, la España Unida, la España en Positivo.
El 6 de julio de 2013, diez años después y ya sin Pasqual Maragall presidiendo Cataluña y con Alfredo Pérez Rubalcaba desempeñando la Secretaría General del PSOE, el Consejo Territorial se reunió en Granada para articular un nuevo documento, referido a los mismos asuntos que los de Santillana del Mar, y que se tituló Un nuevo pacto territorial: la España de todos.
Hay algunas diferencias notables entre uno y otro documento, aunque también algunas similitudes: la principal es que ambos documentos no dejaban de ser más que la opinión que un nutrido grupo de dirigentes socialistas emitían sobre un asunto, el territorial, que siempre ha generado controversia en el seno del PSOE. Y cuando empleo el término "opiniones", estoy utilizando la palabra precisa que define y califica a ambos documentos. "Opiniones"; porque el Consejo Territorial del PSOE es eso, un órgano que aconseja al secretario general, pero que no emite resoluciones que obliguen al conjunto de la militancia. La declaración de Santillana sí se convirtió en doctrina en el seno de la organización socialista cuando fue llevada para su discusión y votación al Comité Federal y al Congreso posterior. Pasqual Maragall rompió la disciplina porque aprobó un Estatuto de Autonomía para Cataluña que se alejaba de la Declaración de Santillana que habían hecho suya los órganos pertinentes del PSOE. Por el contrario, alguien debería preguntar por las razones que impidieron que la Declaración de Granada corriera por el mismo itinerario que la de Santillana. ¿Por qué un secretario general federal ya muy cuestionado en ese tiempo y un secretario general del PSC, Pere Navarro, se negaron a que ese documento fuera discutido y votado en el Comité Federal y en el Congreso de Sevilla?
Cuando hoy, cualquiera que no sabe qué decir respecto a los problemas que encuentra el PSOE a la hora de fijar su posición en relación al conflicto con Cataluña, acude a la Declaración de Granada como si fuera la biblia socialista, debe saber que es documento existe, pero que sus efectos son nulos, puesto que solo se declaró lo que en él se dice sin que adquiriera rango de norma o de resolución porque no fue aprobada en ningún órgano con capacidad para debatirlo, votarlo y aprobarlo.
Y quienes dentro de las filas socialistas tratan de escudarse en ese documento para avalar su conversión al plurinacionalismo, deberían saber que ni por norma ni por lo escrito, esa declaración apuesta por el plurinacionalismo. El no reconocimiento de la nación catalana y la negativa a las primarias (que supuestamente iba a eliminar Susana Díaz según sus más allegados) fueron los dos argumentos que fundamentalmente utilizaron quienes apostaron por la secretaria general andaluza y asustaron al personal con las maldades que se proponía hacer en esas dos cuestiones el candidato Sánchez. Tras el susto que nos hemos llevado cuando nos hemos enterado de que el voto de las primarias no ha sido secreto (¿cómo si no se ha sabido quiénes han votado a unos y a otros para conformar las listas proporcionales para delegados al Congreso Federal?) hemos vuelto al sobresalto al observar a conspicuos susanistas aceptar la condición de nación para Cataluña y hacer el panegírico de las primarias socialistas como el no va más de la democracia. ¿Por qué, entonces, denigraron a Pedro Sánchez?