Gracias a una prueba de ADN descubrí que tengo dos hermanas que no conocía
Mi hermana melliza Michele y yo fuimos adoptados juntos al nacer. Desde que nos lo explicaron a los 7 años, nos preguntamos por nuestros orígenes, como es natural, pero nunca nos lo tomamos muy en serio (eso se lo debemos a nuestros maravillosos padres).
Sin embargo, al crecer e incluso siendo adultos, nos hacían constantemente esa pregunta de perfecto estadounidense estereotipado: "¿Y vosotros de qué origen sois?". Probablemente se deba a que Michele es rubia (¿Polaca? ¿Noruega?) mientras que yo soy castaño (¿Francés? ¿Libanés?).
Había oído que es fácil hacerse pruebas de ADN en estos tiempos, de modo que se lo comenté a mi hermana, que se ofreció a poner el dinero si ponía yo la saliva que había que mandar para obtener los resultados. ¿Por qué no? Sería divertido, ¿no? Como nuestros padres habían fallecido (nuestro padre en 2007 y nuestra madre en 2011), no íbamos a herir los sentimientos de nadie, así que, a los 45 años, finalmente nos decidimos a conocer nuestra ascendencia. Seis semanas más tarde, los resultados me llegaron a la bandeja de entrada.
Al principio pareció un descubrimiento corriente: europeos mestizos (italianos, británicos, alemanes y franceses), pero una notificación adjunta eclipsó esos resultados: Existe una gran coincidencia entre usted y otra persona.
Nunca nos habíamos planteado buscar a nuestros padres adoptivos porque jamás estuvimos interesados. A diferencia de la imagen que se da a veces sobre la adopción, nosotros no sufrimos ninguna crisis de identidad cuando éramos pequeños. Nuestra hermana mayor también fue adoptada (de diferentes padres), así como varios de nuestros compañeros de clase, por lo que nunca nos sentimos diferentes ni especiales.
Yo siempre había dado por hecho que buscar a mi familia biológica me conduciría a una decepción. ¿Y si eran racistas, gorrones o simplemente unos extraños necesitados en busca de amor súbito? Estaba claro que todo el asunto era una caja de Pandora en potencia.
Y ahora la hemos abierto.
Un hombre llamado Anthony apareció como primo hermano o primo segundo. En su perfil había un árbol genealógico y una foto. Era castaño, como yo, con rasgos similares. Era extraño. Sí, tenía a Michele, pero nunca había tenido más familia que se nos pareciera. Decidí dejar reposar el tema y hablar antes con Michele, pero Anthony se me adelantó con un mensaje esa misma noche: "Acabo de ver mis resultados del ADN y he visto que posiblemente seamos primos segundos. Estaría tremendamente interesado en saber dónde está nuestro vínculo genético".
Oh, oh...
Por suerte, me cayó simpático de inmediato cuando hablamos por teléfono y se autodenominó empollón de la genealogía. Después de hablar, me envió una petición de amistad en Facebook y me prometió que contactaría conmigo si descubría algún indicio sobre nuestro vínculo.
Antes siquiera de tener la ocasión de contarle a Michele nada de esto, Anthony volvió a llamar al día siguiente y me dijo que me sentara. Pensé al instante en el programa de televisión Who Do You Think You Are? (¿Quién crees que eres?), en el que algunos famosos han descubierto que descienden de nazis o de comerciantes de esclavos. Respiré hondo e intenté prepararme para lo que venía.
Su madre sabía quiénes somos mi hermana y yo: el secreto de su prima Kathy.
Siempre me había imaginado a mi madre como una adolescente, pero Kathy tenía 36 años y había estado casada dos veces antes de que naciéramos. Después de graduarse en el instituto e irse de casa, el contacto con sus primos menguó, pero aun así conservaban fotos de ella.
Tenía mi cara, mis cejas, mi pelo rebelde. Parecía feliz, elegante y segura. Gracias a que mi madre biológica nos dio en adopción a mis padres, nunca necesité que fuera una santa ni una pecadora, pero al verla sonreír ahí —algo muy reconfortante—, de repente quise creer que todos habíamos salido ganando.
Pero no fue así.
Según mis primos, mi abuela biológica Ruth había sido desheredada por quedarse embarazada a los 16 fuera del matrimonio (en 1934), pero sus padres criaron a su bebé, Kathy.
Fui al gimnasio después de la llamada. Estoy en esta cinta de correr, en este gimnasio, en esta ciudad, ¡en este planeta!, porque una joven en los años 30 cometió un error. O se enamoró. ¿Quién sabe? He llegado a existir porque Kathy llegó a existir. Todo a raíz de Ruth.
Me sentí egoísta. Había estado siempre tan ocupado felicitándome a mí mismo por no guardar ningún rencor por haber sido dado en adopción que jamás llegué a imaginar lo que podía haber tenido que soportar mi familia biológica.
Decidí ir a visitar la tumba de Ruth. Antes de poder organizar el viaje, me saltó otra notificación por otra coincidencia, y esta era una familiar más cercana que Anthony. Llamé a este y le pregunté si había alguna "Laurie" en su listado. En cuestión de minutos, me envió un enlace de Facebook. Me quedé atónito. Se parecía más a mí que Michele.
"¡Sí!", ratificó. "Y prepárate: ¡tiene una gemela!".
Entonces me vino todo a la mente: mis padres me habían hablado de otra pareja gemela adoptada antes de que nos adoptaran a nosotros. Con 7 años, teníamos más curiosidad que disgusto. ¿Serían chicos o chicas? ¿Seríamos hermanos biológicos? Pero los abogados solo le dijeron a mi madre que dos gemelos, sin especificar el sexo, habían sido adoptados antes que nosotros. Durante días nos preguntamos cuántos años tenían, dónde vivían o cómo se llamaban, pero al final acabamos dejando el tema. De adultos, rara vez nos acordamos de "los otros gemelos o las otras gemelas", y cuando lo hacíamos, pensábamos en la historia de nuestra familia.
Recorrí el Facebook de Laurie algo asustado por lo que podría encontrar, pero era cantautora, demócrata y cinturón negro. Descubrí el Facebook de su hermana gemela: Joyce. Joyce era activista por los derechos de los animales, terapeuta masajista y también cantautora. Como no quería asustarlas, les mandé un correo informal del tipo "parece que somos familiares" y les di mi número de teléfono para hablar.
"¿Y si no llaman?", preguntó Michele.
El miedo al rechazo que imprimió en su voz me hizo darme cuenta de que esto del ADN podía ser más problemático de lo que merecía la pena. Nuestros padres se habían esforzado muchísimo en simplificar el asunto de la adopción: habíamos sido elegidos, deseados. ¿Desharían nuestras nuevas hermanas todo ese trabajo?
Dos días después, Laurie llamó y se presentó diciendo que había visto en Ancestry que éramos primos. Su voz profunda me dio escalofríos. Oía mi voz en la suya. Le dije el nombre de mi madre.
"Pero Kathy era nuestra madre... ¡Joyce! ¡Joyce, tenemos un hermano!".
"Y yo tengo una hermana melliza", le dije.
"¡Nosotras somos gemelas! ¡Somos gemelas!".
En cuanto recuperaron el aliento, empezaron a salir a la luz más detalles. Nacieron cinco años antes que nosotros y en la misma localidad, pero se criaron un par de ciudades más allá. (Esa proximidad iba a hacer que Michele se echara a llorar). Habían buscado a su familia biológica hacía años, antes de hacerse las pruebas de ADN, y habían encontrado a Kathy, pero nunca la llegaron a conocer. Esta vivía enferma en un hotel de Florida. Cuando hablaron con ella por teléfono antes de que muriera en 2008, dijo sentirse culpable por haberlas dado en adopción, pero de nosotros no mencionó nada. ¿Por qué? ¿Acaso era su vergüenza más importante que reunir a sus hijos? Puede que me hubiera enfadado si no hubiera sido tan evidente la suerte que habíamos tenido. ¿Cómo habrían sido nuestras vidas? ¿El hecho de haber nacido de una adolescente que no podía cuidar de ella la había convencido de renunciar a sus dos parejas de gemelos para brindarles unas mejores posibilidades en la vida?
Ahora nunca podré darle las gracias. Otro remordimiento por cortesía de esta prueba de ADN. Pero ahora tenía dos nuevas hermanas.
Cuando Laurie y Joyce me enviaron una petición de amistad para ver fotos de Michele, se sintieron aliviadas al ver que yo era progresista. Feminista. "Y... ¿eres homosexual?".
"Sí", respondí.
"¡Nosotras también!".
Tras varias largas llamadas telefónicas, nos juntamos el verano pasado en casa de Michele. Fue asombroso lo rápido que se familiarizaron entre ellas. Sentados a la mesa, sonriendo sin poder creérnoslo, nos examinamos mutuamente por encima de las bebidas, notando los evidentes parecidos: los ojos, la textura del pelo, nuestro gusto por el vodka y nuestra vena creativa.
Joyce y Laurie, cantautoras; Michele, diseñadora de interiores, y yo, poeta. Nos preguntamos si Kathy era también artista, reprimida en una época en la que las mujeres tenían menos oportunidades. Ella nos creó.
Cuando nuestros amigos nos preguntaron si nos sentíamos robados por haber estado separados todos estos años, les recuerdo que no puedes echar de menos algo que ni siquiera sabías que tenías. Así que, en vez de un robo, lo que se siente es como un regalo mágico. Pese a haber perdido a nuestros padres adoptivos, nos encontramos los unos a los otros, a mitad de nuestras vidas y sin las cargas que quizás habríamos acumulado si nos hubiéramos criado juntos.
Es increíble cómo aparecieron de la nada. ¿Quién más andará por ahí con nuestro ADN, ya no tan misterioso? Estoy más que satisfecho con los tesoros ocultos que resultaron ser mis hermanas, pero tengo que advertir a todo aquel que esté pensando en hacerse estas pruebas: puede que descubras toda una serie de emociones nuevas demasiado complejas como para encajar en una gráfica.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.