GINKs (Green-Inclination-No-Kids): renunciar a procrear para ¿salvar el planeta?
El movimiento social defiende que restringir los nacimientos tendrá un impacto positivo en la lucha contra la crisis climática, aunque los expertos no se ponen de acuerdo.
Mariana vive en Medellín, es diseñadora especializada en tipografía e ilustración, tiene 36 años y una pareja con la que comparte su vida desde hace siete y que decidió hacerse una vasectomía. “Mi decisión de no tener hijos se debe a una combinación de motivos: me preocupa el futuro del planeta, y me parece muy fuerte pensar en lo que van a tener que vivir las personas que están naciendo ahora”, cuenta a ElHuffPost. “Si yo, que ya tengo 36, tengo miedo del futuro y de lo que traerá la emergencia climática... no quiero imaginar lo que deben sentir las personas que son mucho más jóvenes y que se enfrentan a vivir durante muchos más años en un entorno en pleno proceso de colapso ecosistémico”, afirma.
“Por otro lado, me preocupa el impacto ambiental que tenemos los humanos, y cuantos más seamos, más difícil es reducirlo”, añade.
Reconoce no formar parte de ninguna plataforma relacionada con el tema y tampoco le gustan las etiquetas, pero lo cierto es que su perfil encaja a la perfección en un movimiento mundial que tiene hasta nombre: “GINKs’’, Green-Inclination-No-Kids (Tendencia-Verde-Sin-Hijos).
Sus integrantes, aunque como Mariana muchos no se identifican bajo un título, tienen pareja, o no, están en edad fértil y han decidido no tener hijos por convicción medioambiental y concienciación climática.
El término no es nuevo, en realidad tiene algo más de 10 años y fue acuñado por la responsable de comunicación de GRID-Arendal, Lisa Hymes, quien aunque ahora reniega en parte del asunto y prefiere no hacer declaraciones a los medios de comunicación, en su día llegó a sostener ironizando que “es mejor para el medioambiente disfrutar de viajes aéreos internacionales, comer una dieta rica en carne, conducir todoterrenos y no reciclar, que tener un hijo”, en referencia al personaje de Carrie Bradshaw, de la película Sexo en Nueva York. “Ella no es una verdadera GINK, puesto que no lo hace por compromiso climático, pero a pesar de que su estilo de vida es visiblemente consumista, en realidad sigue un camino “verde” por su decisión de no ser madre”, afirmaba en un artículo sobre el papel de la actriz.
La autora se basaba entonces en un estudio de 2009 realizado por la Universidad de Oregon, del que que se deducía que cada niño que un estadounidense decide tener, aumenta su huella de carbono 5,7 veces aproximadamente, puesto que ese hijo también tendrá los suyos en el futuro. Sin embargo, son muchos los que se preguntan el verdadero sentido de este movimiento. ¿Es realmente el control de la natalidad necesario en un momento en el que estas tasas en la gran mayoría de países desarrollados –a su vez los más contaminantes– se encuentran bajo mínimos?
Un hijo menos = 60 toneladas menos de emisiones de CO2
La teoría trae cola y lleva tiempo ganando tanto seguidores como detractores hasta el punto que ni siquiera los expertos en la materia se ponen de acuerdo.
El de Oregon no ha sido el único informe en tratar la cuestión. Los “GINKs” se hacen eco de otro publicado por la revista científica Environmental Research Letters de 2017 en el que, tras analizar el impacto que diferentes acciones tienen para el medioambiente, traer un hijo menos al mundo fue la que resultó, con diferencia, la más llamativa para los investigadores: dejar de procrear supone una reducción en las emisiones de CO2 de casi 60 toneladas por cada año de vida de los padres.
El ahorro, como se muestra en la gráfica, es mucho mayor que seguir una dieta basada en verduras, reducir los vuelos transcontinentales o vivir sin coche. Sin embargo, el cálculo para conseguir estas estadísticas no ha logrado ser del todo convincente. Por un lado, la cifra se obtuvo sumando todas las emisiones futuras que habría provocado el niño en caso de haber nacido así como las de sus descendientes, para después dividir dicho total entre la vida útil de los padres (a cada progenitor se le atribuyó el 50% de las emisiones del niño, el 25% de las emisiones de sus nietos, etc); y por otro, el objeto de estudio sólo se centró en sociedades avanzadas, cuyas tasas de natalidad son normalmente bajas.
“El problema no es tanto tener más hijos sino tenerlos en una sociedad insostenible, donde cada persona emite demasiada polución climática”, señala el mismo investigador de la Universidad de Columbia Británica (Canadá) y coautor del texto, Seth Wynes.
“Lograr sociedades de bajas emisiones en su conjunto, lo que implicaría cambios en las instituciones y estructuras sociales y políticas, sería como multiplicar por 17 el efecto de no tener un hijo”, añade el experto canadiense.
La Academia Nacional de Ciencias de EEUU también exploró en 2017 varios escenarios en los que relacionaba el impacto de la población con la erosión de ecosistemas naturales y analizaba medidas hipotéticas de ajuste de tasas de fertilidad y mortalidad. Las conclusiones fueron claras: “Incluso imponiendo políticas restrictivas a la sociedad como la de tener un solo hijo en todos los países del mundo, esto no reduciría significativamente la población mundial para 2100, y por tanto, las consecuencias climáticas no variarían en gran medida si no se implementaban cambios reales y más inmediatos que revirtieran el aumento del consumo de recursos naturales”, señalaban.
“Pedir a la población que deje de tener hijos es muy difícil, sobre todo cuando no se consigue que se adopten estilos de vida un poco más sostenibles. ¿Dejará de tener hijos la persona que ni siquiera recicla? Es cuanto menos, ingenuo”, resaltan desde la Plataforma Española de Acción Climática, que pone el foco en la educación y la concienciación diaria como fundamento básico para paliar los efectos de la crisis que vivimos.
En China, el estado más contaminante del mundo, no sólo no se plantean seguir con esta tendencia en cuestión de natalidad –en 2019 registraron su tasa más baja– sino todo lo contrario. Las autoridades del país no han dudado en sacar partido al brote de coronavirus que les mantiene en cuarentena en pro de un nuevo baby boom: “Mientras os quedáis en casa durante la epidemia, recordad que la política del segundo hijo está en vigor. También podéis contribuir a vuestro país haciendo un segundo hijo”, recogía una pancarta en la turística ciudad de Luoyang.
Estabilización de la población: “una medida imperialista”
Hace apenas unos meses, el pasado noviembre, más de 11.000 científicos volvían a poner el tema sobre la mesa firmando un documento conjunto en el que declaraban la “emergencia climática” e instaban a actuar rápido frente a esta amenaza proponiendo, entre otras muchas medidas, “una estabilización de la población”. La iniciativa generó polémica dentro de la propia comunidad de expertos.
“Un grupo de personas blancas del mundo desarrollado diciendo que la población debería reducirse es la definición de un marco imperialista”, declaraba en Twitter el profesor asistente de ingeniería energética en la Universidad de Ciencia y Tecnología de Harrisburg (EEUU) Arvind Ravikumar.
Por su parte, el director de política climática del Centro Niskanen, un equipo con sede en Washington, Joseph Majkut, tildaba este tipo de acciones de “problemáticas”. “Se podría abusar de esta lógica científica sobre el descenso de la población para justificar las tácticas más agresivas de control e incluso actitudes racistas hacia las regiones del mundo en crecimiento y en desarrollo”, afirmaba.
Al tiempo, mientras otras organizaciones como Ecologistas en Acción o Greenpeace reconocen no haber estudiado el impacto de este aspecto demográfico para el planeta, sus defensores “anti-natalistas” continúan dando voz y concienciando con sus testimonios.
El mismo príncipe Harry de Inglaterra ha sido uno de los últimos en sumarse al carro a su manera, al revelar a la primatóloga británica Jane Goodall en una entrevista su intención de no tener más de dos criaturas por este motivo.
De los GINKs a las BirthStrikes
El debate sobre reducir las familias para combatir el cambio climático sigue en el tablero y a su vez, va unido a otro planteamiento que la propia congresista Alexandria Ocasio-Cortez se encargó de alimentar al proponer su “Nuevo Pacto Verde”.
“Estamos abocados al desastre si no damos la vuelta a este barco. Huracanes, tormentas, incendios, nos estamos muriendo”, exponía en un vídeo de Instagram. “Existe un consenso científico en que la vida de los niños que nazcan a partir de ahora va a ser muy difícil y esto lleva a los jóvenes a hacerse una pregunta legítima: ”¿Está bien seguir teniendo hijos?”, añadía.
En este discurso en el que el argumento parece más centrado en evitar el sufrimiento del ser “no nacido” que en la huella de carbono, también han tenido cabida distintas iniciativas como la “BirthStrike” (huelga de nacimientos). Una causa a la que ya se han unido casi 200 mujeres que tienen en común la convicción de que los datos que ofrecen los científicos “dibujan un escenario hostil para las formas de vida en la Tierra”.
“El objetivo no es invitar a las mujeres a que no tenga hijos sino difundir el mensaje del colapso ecológico y que ayude a catalizar la voluntad política para crear un cambio profundo”, sostiene la fundadora, Blythe Pepino. “Al fin y al cabo, es un reconocimiento radical de cómo la amenaza existencial que se avecina ya está alterando la forma en que imaginamos nuestro futuro. No estamos tratando de resolverlo a través de BirthStrike”, confiesa Pepino. “Sólo estamos tratando de difundir la información”, añade.
Mientras el movimiento continúa ganando adeptas, desde la Comunidad #PorElClima lo tienen claro: “Sugerimos que tengas descendencia si así lo decides, pero que eduques en el respeto al medio ambiente y que formes pequeñas y pequeños `Climate Warriors´ para que puedan convencer a las siguientes generaciones de que merece la pena cuidar nuestro planeta. Y quién sabe, tal vez en muy poco tiempo nazca una niña capaz de dar con la solución definitiva a la crisis climática. Por ahora los que aquí vivimos no estamos teniendo demasiado éxito”.