Necesitamos más evaluaciones serias y menos linchamientos
La pandemia no es igual para todos.
Evaluar un año de la pandemia de la covid es algo más que convertir los datos en un ranking de ganadores y perdedores para pasar facturas políticas, técnicas o de gestión, sin contar con los que toman decisiones sobre el terreno. Obviamente es todo lo contrario del recurso fácil del prejuicio y el linchamiento.
Es algo más serio que convertir los malos datos de alta incidencia y mortalidad, cada uno desde nuestra comunidad autónoma, en España y en Europa, como la demostración de una mala gestión. Algo que entonces se podría generalizar a casi toda Europa y América.
En sentido contrario, la baja incidencia y mortalidad significarían, al margen de la diversidad de condicionantes y determinantes de la pandemia, la excelencia en la gestión de salud pública por parte de Oceanía, África y Asia. Cualquiera con sentido común se dará cuenta que generalizar así, con un trazo grueso y simplificar un problema tan complejo, no parece serio.
Tampoco se trata de situarse solamente en el terreno de los principios, sin la consideración de las imprescindibles mediaciones, los limitados recursos disponibles y la diversidad de las sensibilidades sociales con cada una de las medidas de protección o recuperación, terreno propio este de la mayoría de las decisiones políticas.
Algo tan simple y tan falso como criminalizar a China por ser el supuesto origen de la pandemia, obviando con ello la especulación, la urbanización salvaje, la tala de los bosques y la explotación de animales exóticos que están provocando una aceleración en la aparición de un volumen de zoonosis sin precedentes y, en consecuencia, del riesgo de nuevas pandemias letales. Si a esto le multiplicamos la influencia del modelo de explotación de recursos naturales, el consumo masivo y sus efectos sobre la catástrofe climática en progresión, más vale que comencemos a actuar ya y con mucha mayor decisión.
Tanto como atribuir, una vez más, a la Organización Mundial de la Salud (OMS) la tardanza en la alerta y en la respuesta de declaración de pandemia, sin tener en cuenta sus escasos recursos y atribuciones frente a la magnitud de la amenaza, la ardua preparación previa frente a catástrofes biológicas, en contraste con la incredulidad y la pasividad de buena parte de los países frente a los precedentes y su exceso de confianza ante la declaración de emergencia.
Porque han sido más importantes las experiencias de pandemias recientes, y por tanto el desarrollo de sistemas de alerta y respuesta rápida en algunos países de Asia, África y Oceanía, que los ranking previos de la propia OMS donde se atribuían erróneamente las mayores fortalezas a los países y continentes con sistemas sanitarios más desarrollados y tecnificados. Sin perjuicio de considerar abierta también más que la probable influencia de otros factores explicativos como la genética, la inmunidad cruzada o la meteorología, junto a otros factores sociales, culturales y tecnológicos más conocidos y las más de las veces tópicos.
Como lo sería acusar al Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC) de la lentitud, falta de autoridad y capacidad de coordinación en la respuesta europea, cuando solo recientemente ha iniciado su actividad a partir de la pandemia del SARS en 2005. Todavía hoy su dimensión y recursos de todo tipo son ridículos, en comparación con el centro de control de enfermedades norteamericano.
Todo ello en el marco de una Unión Europea donde la gobernanza de la salud pública, las políticas sanitarias y los servicios de salud siguen confinadas en el marco de las competencias de los Estados miembros. Solo a raíz de la pandemia se ha abierto el debate sobre la llamada unión sanitaria y dentro de esta la necesidad de una verdadera coordinación y gobernanza en materias como las emergencias de salud pública, la localización de la industria sanitaria y la investigación, la producción y la distribución de vacunas y medicamentos esenciales.
La misma falta de rigor que consiste en hacerle un traje retrospectivo a los técnicos de epidemiología y salud pública del CCAES y a las direcciones de salud pública de las comunidades autónomas, sin tener en cuenta la casi nula prioridad política y la penuria presupuestaria que le hemos dado durante décadas a la salud pública en España. Una muestra de ello es la tardanza y luego la paralización escandalosa en la aprobación y el desarrollo reglamentario de una Ley General de Salud Pública de 2011 acorde con las necesidades del siglo XXI. En consecuencia, de la puesta en marcha de una Agencia de Salud Pública estatal y del fortalecimiento de los sistemas de información, de la red de vigilancia epidemiológica —la red centinela— y de alertas y por supuesto del tan denostado CCAES y de su actual coordinador Fernando Simón.
Tampoco se trata de hacer pasar por evaluación lo que no es otra cosa que recurrir a los tópicos populistas contra la maldad intrínseca de la política y del Gobierno y la inutilidad de la descentralización y de las consejerías de sanidad de las comunidad como sinónimo de descoordinación. Aparte de la necesaria mejora de la descentralización del sistema sanitario, el problema real ha sido la resistencia del negacionismo de la extrema derecha frente a las medidas de salud pública y la manipulación de la tragedia de la pandemia, como estrategia de desgaste y desestabilización, por parte de la oposición conservadora.
Ni la respuesta puede ser recurrir al tópico del individualismo y el carácter español, como excusa para atribuir nuestras abultadas cifras de trasmisión y mortalidad a la indisciplina social, sin tener en cuenta nuestros determinantes sociales y ambientales de la pandemia, como son la alta densidad de población en las grandes ciudades y en particular en los barrios populares, la importancia del turismo y la hostelería en nuestra economía, nuestro modelo de hipermovilidad, el envejecimiento demográfico, la precariedad laboral y la obscena desigualdad social.
Tampoco se puede ignorar que la distribución de los principales factores y patologías de riesgo, como la hipertensión, la diabetes, la obesidad o el EPOC que agravan el pronóstico de la covid, se corresponden con las clases sociales y con los barrios con las rentas más bajas. La pandemia no es igual para todos. Más que una pandemia, estamos ante una sindemia infecciosa, crónica y de desigualdad, que a veces preferimos no mirar, pero cuyas lecciones deberíamos asumir si queremos prevenir y enfrentar los peligros que sumados al cambio climático ya son parte del presente. Una evaluación técnica y política seria y sin culpas ni sectarismo.