Frente al caos, Salvador Illa
El president Aragonès debería explicar de forma clara y sin improvisar, cómo pretende gobernar.
Dos semanas después de conocer la decisión de Junts de romper con el president Pere Aragonès y abandonar el Govern de la Generalitat, Catalunya empieza una nueva etapa gobernada por un ejecutivo con una extrema minoría.
ERC, segunda fuerza del Parlament con 33 de 135 escaños y el 21,5% del voto ciudadano, parece estar dispuesta a seguir adelante con la legislatura con un nuevo Govern en solitario que a todas luces nace muy débil. Más aún cuando, en una pretendida voluntad de sumar sensibilidades fichando antiguos miembros de CiU, PSC y Podem, lo realmente conseguido con ese gesto parece más bien una operación políticamente patosa cuyos efectos han sido los contrarios a los esperados. Algunos de esos fichajes se han interpretado más como un bofetón que como una mano tendida. Era de esperar.
Sin duda, no deja de ser una situación novedosa y curiosa que el segundo grupo del Parlament pretenda gobernar en solitario, pero, llegados a este rocambolesco punto, aún cuesta más de entender la poca humildad y la falta de mano izquierda no solo del president Aragonès, sinó del presidente de ERC, Oriol Junqueras, pionero en vetar al primer partido de Catalunya, el PSC, para llegar a acuerdos como, por ejemplo, los urgentes presupuestos para 2023.
El odio visceral de Junqueras al PSC no es ninguna novedad. Toda su vida política ha sido un combate contra los socialistas, desde su etapa en Europa, pasando por sus tiempos al frente de la Alcaldía de Sant Vicenç dels Horts con un pacto de “todos contra el PSC”, y evidentemente también en su etapa en el Parlament de Catalunya, apoyando a de Artur Mas primero y gobernando con Carles Puigdemont después. Siempre que Junqueras ha podido elegir, ha optado por la derecha catalana y ha confrontado con los socialistas.
Pero en el caso del president Aragonès, resulta más chocante que, habiendo sido incapaz de mantener su coalición de gobierno, lo primero que haga sea rechazar la mano tendida de los socialistas. Con sus exsocios poniendo en duda su legitimidad, vetando al primer partido y con extrema minoría, el president Aragonès debería explicar de forma clara y sin improvisar, cómo pretende gobernar.
¿De dónde pretende sacar los 35 escaños que le faltan en la cámara catalana para alcanzar la mayoría absoluta? ¿Cómo aprobará los presupuestos y otras normas imprescindibles y urgentes en los complicados tiempos que corren? Cabreando a los socios y vetando a quién tiende su mano por el bien común de los catalanes y catalanas no parece que el futuro más cercano se vislumbre muy halagüeño. Y si en algún momento Aragonès decide dar claras explicaciones, de paso, podría aprovechar para aclararnos quién es el president real de Catalunya, si el presidente de paja o el presidente en la sombra.
Otra evolución de los acontecimientos interesante será lo que vaya ocurriendo en Junts, que afronta el reto de situarse en la oposición por primera vez en muchos años y dirimir si el partido lo gobernarán los hiperventilados de Borràs o los clásicos pragmáticos de Turull. De momento va ganando la primera, anclada en 2017 con un relato vintage y fantasioso que aún mueve algunas emociones, pero cuya base racional brilla por su ausencia. Por suerte, no parece que una mayoría de catalanes esté en esa línea. ¿Qué piden hoy los ciudadanos? Probablemente que en estos momentos la mayoría de los grupos centren sus esfuerzos en las cosas del día a día que realmente les afectan.
¿Y cómo se hace eso? Recuperando dinámicas de consenso, acabando con el caos que los independentistas han generado en la política catalana. Con un Govern serio, fuerte, que sepa sumar, que no se pierda en batallas absurdas y dé certezas y seguridad. Centrando en combatir la inflación, apoyar a los más vulnerables, fortalecer los servicios públicos y pensar ambiciosamente en la Catalunya que queremos. Todo lo contrario de lo que nos ofrece Aragonès y los tres grupos independentistas. Y, exactamente, lo que proponer el ganador de las elecciones y líder de la oposición, Salvador Illa.
El líder del PSC siempre ha dicho que ni este ni el anterior Govern le gustan, pero que en tiempos difíciles tiende la mano, no para salvar al ejecutivo, sino para ayudar a todos los catalanes y catalanes. Y lo ha hecho con propuestas ambiciosas, con un plan de choque de 854 millones para hacer frente a las necesidades más urgentes en políticas sociales. Porque necesitamos poner orden en la política catalana, afrontar los problemas del momento y aprobar urgentemente unos presupuestos en tiempo y forma.
Quizás a otros, en el lugar de Illa, habrían podido caer en la tentación de tener prisas, de querer alcanzar cuanto antes la presidencia. Pero el líder socialista, ha preferido anteponer lo urgente para la gente que sus propios intereses. No son tiempos para anticipar elecciones, pero todo parece indicar que más pronto que tarde, las catalanas y los catalanes podrán decidir en las urnas si quieren mantener el caos independentista de la última década perdida o abrir un nuevo tiempo de la mano de Salvador Illa.