La doble realidad que revelan las fosas de Izium: de las matanzas indiscriminadas al repliegue ruso
La guerra cumple 205 días, con Putin cada vez más presionado en Ucrania y dentro de su propio país.
205 días de guerra. Un mundo de destrucción, violaciones de derechos humanos y una incesante doble batalla, por los territorios y por el relato. Este ya no es el único combate que pierde Rusia. La contraofensiva ucraniana sigue recuperando el terreno que Moscú logró apropiarse temporalmente. Y, tras de sí, queda un reguero de muerte. El último, en forma de una enorme fosa común en Izium, con cerca de 440 cadáveres de civiles y militares ucranianos.
La historia de Bucha, Mariúpol o Borodyanka se vuelve a repetir a medida que se despeja el camino de la invasión en otros puntos. Volodimir Zelenski ha alzado la voz, de nuevo, para pedir que el mundo reaccione ante lo que sale a la luz. “Rusia debe rendir cuentas por ello”, ha exigido.
La aparición de estas fosas, como la de sótanos de tortura en Balaklia (ciudad pegada a Izium) revela lo inhumano de las prácticas que el ejército ruso parece haber llevado a cabo en los lugares de los que ahora se está retirando.
El cambio de guion que vive la guerra en las últimas semanas también ha movido el panorama interno ruso. El hasta ahora inquebrantable régimen de Putin, al menos de puertas para fuera, comienza a evidenciar fugas y obliga al todopoderoso mandatario a cambiar el paso. Pese a la presión que ejerce el Kremlin, ya aparecen voces disonantes en el país. Algunos políticos, mandos militares y un sector de la población empiezan a cuestionar su estrategia. Los ecos de una supuesta orden de ir “con todo” a la conquista de Ucrania por el momento son rechazados por el Ejecutivo moscovita. Pero el ruido existe.
Las prisas de Putin y su búsqueda de amigos
A Putin se le acumulan los problemas. Después de que Alemania y la ONU le volviesen a llamar para pedir, sin éxito, una solución diplomática, ahora quiere vender “liderazgo”. El que China y Rusia pretenden enarbolar en el “mundo cambiante” de este tiempo y que tanto Putin como Xi Jinping escenificaron en su reciente reunión. Dos “viejos amigos” que ahora lo son más que nunca pese a que Pekín tiene dudas sobre la cuestión ucraniana.
El ‘bloque del este’ se mueve en un intento de Rusia de no quedarse aislada de la gran escena internacional, especialmente ante la unidad pocas veces vista de Occidente. El acercamiento de Xi Jinping a Uzbekistán, en su primera salida de China desde que comenzó la pandemia, ha incomodado a EEUU y otros actores del otro ‘lado’.
“El mundo entero debería estar alineado contra lo que está haciendo Putin. China tiene que tomar una decisión [...] Este no es el momento para tener ningún tipo de negocio como hasta ahora con el señor Putin”, espetó al respecto John Kirby, uno de los responsables de la seguridad nacional estadounidense. Sus palabras cobran especial relevancia dado el momento de tensión que arrastran Washington y el gigante asiático a cuenta de Taiwán.
Más allá de China, Putin insiste en buscar amigos. Dentro de su minigira fuera de palacio, también ha intentado acercar posturas con India, con menos éxito. Ante su gobernante ha afirmado que está haciendo “todo lo que puede” para acabar la guerra “cuanto antes”. Pero la realidad va más lejos que la retórica putinesca. El mapa lo demuestra:
El punto de inflexión
La toma de buena parte de la región de Járkov puede suponer el cambio de paradigma de la guerra tras meses con las posiciones más estables. En el último tramo del verano, Rusia ha perdido puntos clave como Izium, hoy en el foco por las fosas, Kupiansk, un centro logístico crucial, y así hasta una veintena de poblaciones de peso alrededor de la gran región de Járkov.
Un cálculo aproximado de Kiev —sin contrastar por autoridades independientes— eleva el área recuperada a unos 6.000 kilómetros cuadrados, como recoge este reportaje de Carmen Rengel para El HuffPost.
Alrededor de Jersón, Zelenski también saca pecho y celebra las “más de 300 localidades liberadas” alrededor de la que fue la primera gran conquista de Rusia a comienzos de marzo.
Moscú, ante la ofensiva local, ha optado por una “reagrupación”, eufemismo de repliegue de sus tropas en zonas que da por perdidas ante el ataque ucraniano para centrarlas, otra vez en Donetsk y Lugansk. De nuevo, el Donbás como eje; coartada para iniciar la invasión y objetivo ‘realista’ del Kremlin tras no poder conquistar las grandes capitales ucranianas en su primera oleada.
La otra guerra, la de la energía
Más allá del propio conflicto militar y del consabido duelo de relatos entre partes, persiste un tercer conflicto sin solución, el de la energía. El “chantaje” ruso se hizo oficial la pasada semana, cuando Moscú anunció que no restablecería el flujo por el gasoducto Nord Stream 1 que le conecta con Europa hasta que la UE no levante las sanciones, “culpables” de los interminables problemas en la infraestructura. Caretas fuera para justificar un corte de suministro que ya duraba días.
″¿Tenemos la culpa? Que piensen en quién tiene la culpa. Que no nos culpen a nosotros de sus propios errores”, ha añadido Putin este viernes, insistiendo en su teoría de que las restricciones europeas hacen imposible retomar el gasoducto, algo que Bruselas rechaza.
El desafío ha alcanzado esta jornada otro frente, el del paralizado Nord Stream 2. “Al final, si están impacientes, si todo es tan difícil, tome y levante las sanciones en el Nord Stream 2, son 55.000 millones de metros cúbicos al año. Solo presionen el botón y todo saldrá bien”, ha espetado el líder ruso, culpando aquí a Alemania del bloqueo.
La decisión de cortar el gas por ahora no pilló de sorpresa a Bruselas, si bien sus tareas para independizarse del suministro ruso aún están lejos de acabar. Sobre la mesa de los Veintisiete se amontonan las propuestas, que pasarían por una intervención del mercado eléctrico, un tope europeo al precio del gas y más medidas para ahorrar energía. También en esta ‘guerra’ quedan muchos capítulos por contar.