Cuestión de puntería
Dos mujeres separadas en el tiempo pero unidas por la estupidez humana y un mismo escenario.
Entre los años 1853 y 1856 se libró una terrible contienda que ha pasado a los anales de la historia como la Guerra de Crimea. Los dos bandos beligerantes eran el Imperio ruso y el Reino de Grecia por un lado, y el Imperio otomano, Francia, el Reino Unido y el Reino de Cerdeña por el otro.
El comienzo del conflicto fue el expansionismo ruso, una constante a la que ya nos vamos acostumbrado, y el temor a que el Imperio otomano se pudiese desmoronar. El principal escenario de aquella absurda guerra fue la península de Crimea.
Muchos historiadores consideran a este conflicto como la primera guerra moderna, habida cuenta de que en ella se utilizaron nuevas tecnologías como el fusil de ánima rayada, el telégrafo, la fotografía, el ferrocarril y el barco de vapor, junto con la aparición de las primeras enfermeras en el campo de batalla.
Las primeras enfermeras
En 1854 llegó a Scutari (Estámbul) Florence Nightingale (1820-1910), la madre de la enfermería moderna, lo hizo acompañada de otras treinta y nueve enfermeras. Lo que se encontró allí fue horrible, un panorama desolador, a las deplorables condiciones higiénicas se añadía la ausencia total de servicios sanitarios y la escasez de víveres. Tres caballeros del apocalipsis que azotaban sin piedad a los soldados heridos.
Nightingale organizó los hospitales de campaña y, con su desvelo y dedicación, consiguió salvar las vida de miles de soldados. Cuando la Guerra de Crimea terminó aquella mujer, que ha pasado a la historia con el sobrenombre de la dama de la lámpara resumió lo que había visto con una frase que ha quedado para la posteridad: “Sangre, dolor, gritos, llantos y muerte”.
A su regreso a Londres la joven elaboró un pormenorizado informe en el que subrayaba que la guerra había causado 16.000 muertos a consecuencia de las enfermedades y la falta de higiene, frente a los 4.000 en el campo de batalla. Unas cifras demoledoras que avalaban su presencia en el campo de batalla.
Hasta aquel momento ninguna mujer había ocupado antes un puesto oficial en el ejército, pero su nombramiento había sido de las pocas decisiones inteligentes que se tomaron en aquella guerra inadmisible.
La francotiradora más laureada de Ucrania
Liudmila Mijaílovna Pavlichenko (1916-1974) fue una francotiradora soviética que luchó en las filas del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial. A lo largo de la contienda acabó con la vida de 309 soldados del ejército nazi, lo que la convirtió en la mejor francotiradora de toda la historia.
Esta letalidad, evidentemente, no pasó desapercibida entre las tropas del Führer, por lo que no tardó en convertirse en un objetivo militar y ser apodada como Lady Death.
A sus veinticuatro años, en mitad del conflicto, fue elevada a la categoría de heroína y tras ser herida en Sebastopol (Crimea) retirada del frente para que pudiera viajar con una delegación rusa a Estados Unidos y recabar apoyos en la apertura de un segundo frente bélico en Europa.
La verdad es que su figura causó una fuerte impresión entre la opinión pública americana, hasta el punto de llegar a entrevistarse con la primera dama estadounidense y conceder varias entrevistas. Pero no debió de ser lo suficiente, ya que tuvieron que pasar dos años más hasta que tuviese lugar la Operación Overlord, el desembarco de Normandía.
Lo más absurdo de toda esta historia es que Liudmila nació en Bila Tserkva, una localidad ucraniana, que fue condecorada por Josep Stalin y que, actualmente, en aquellos campos de cereales que la vieron crecer es donde el ejército ruso se está cebando con la población civil.