Fin de ciclo
Los consejos sociales de las universidades están necesitados de una profunda reforma para que puedan ser útiles y cumplir su función de relación con la sociedad.
Acaba un año muy duro personalmente, porque lo ha sido para la persona con la que comparto la vida y lo hemos pasado mal, pero se superó. Estuve unos meses hasta sin escribir en este medio en el que tantos años llevo colaborando, pero volví con mi eterna “matraca” -como sé que dicen algunos- de escribir sobre igualdad y feminismo, como si no existieran otros problemas, algo que sé que no es verdad -lo he escrito muchas veces- pero también he explicado mi decisión. “El segundo sexo arranca con una declaración fría: este mundo siempre ha pertenecido a los hombres. Dicha sentencia más que una verdad de Perogrullo, encierra una revolución”, escribe Sami Naïr en Acompañando a Simone de Beauvoir. Desde su publicación, dice Naïr, “El segundo sexo, se convirtió en una suerte de manifiesto para la emancipación de la mujer”, y a su cumplimiento, modestamente, me he dedicado. Los demás asuntos son tratados por la mayoría, masculina y femenina.
Hoy cambio de registro, pero sólo momentáneamente, porque en este año difícil, también termina un ciclo importante en mi vida. Soy una mujer privilegiada, siempre lo he dicho, porque pude hacer cosas que las mujeres de mi generación no pudieron realizar, y lo más importante, contemplando con perspectiva mi larga vida, es haber sido una mujer universitaria, hacer una carrera, ser doctora en Derecho, con 27 años, la segunda mujer doctora en los 500 años de vida de la Facultad de Derecho de Sevilla -durante 400 años las mujeres no podíamos ni siquiera acceder a la universidad-, ser profesora adjunta de universidad por oposición, siempre con el reconocimiento del profesor Clavero Arévalo, mi maestro, que me apoyó y respetó siempre, cuando no había mujeres en la universidad y al que le tendré de por vida una inmensa deuda de gratitud.
Más pronto que tarde, la política se cruzó en mi camino y dejé la universidad para dedicarme a aquélla durante muchos años, siendo la primera mujer en muchas cosas: vicepresidenta de la Diputación de Sevilla, consejera de Presidencia, concejala, parlamentaria andaluza, primera y última gobernadora civil de Sevilla, delegada del Gobierno y otras muchas cosas más, pero siempre mantuve un hilo con la universidad.
Fui consejera del primer Consejo Social de la Universidad de Sevilla, cuando los consejos sociales se crean, allá por 1983. De este pasé más tarde al Consejo Social de la Universidad Pablo de Olavide, en 1987, y ahí seguí, año tras año, por muy diversas razones; la más significativa: era presidenta del Consejo mi amiga Carmen Calleja, con la que tantos años de columna he compartido en estos diarios del Grupo Joly. Cuando enfermó gravemente, quería que le ayudara a seguir; al morir, me quedé de presidenta dos años, por ser la consejera más antigua, y aunque no quería, hay algo en la vida universitaria que me atrae de manera irresistible.
Los consejos sociales están necesitados de una profunda reforma para que puedan ser útiles y cumplir su función de relación con la sociedad; ser miembro/a de un Consejo Social no comporta remuneración alguna, sólo cobra el secretario, no se perciben ni dietas, por eso es compatible con toda otra actividad y su composición es compleja, como lo es la sociedad a la que deberían representar.
Ahora se cumplen cuatro años de mi último mandato, susceptible de ser prorrogado por otros cuatro, pero el consejero responsable, Rogelio Velasco, que, por otra parte había sido miembro del Consejo Social de la UPO durante muchos años, y al que le facilitamos, el rector y yo, su continuidad, me comunica mi cese como presidenta, la única a la que no se le va a prorrogar el mandato, algo a lo que tiene derecho.
Y hasta aquí he llegado. No me quejo de nada. Este nuevo Gobierno está ejerciendo un legítimo derecho que le corresponde. Seguiré sin jubilarme -administrativamente lo estoy hace años-, pero la vida no acaba con la jubilación. Seguiré trabajando en lo que me gusta, pueda y me dejen; ahora con las redes sociales, de las que soy muy activa -algo que tampoco gusta a las personas de mí generación-. Tengo posibilidad de comunicarme con jóvenes y menos jóvenes, de dar la opinión sobre lo que pienso; escribiré como siempre, o más, y seguiré vinculada a la universidad de alguna manera. Antes tenía una universidad “propia”, la de Sevilla, hoy tengo dos, ésta y la UPO; en las dos he trabajado y a las dos las siento un poco mías. Fin de ciclo sí, pero no fin de vida activa y feminista, lo aseguro.
Este artículo se publicó originalmente en el Diario de Sevilla.